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Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис (лучшие книги читать онлайн бесплатно без регистрации .txt) 📗

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En el patio se oyo el rugido de un motor, por la esquina doblo la limusina de Kvadriga, larguisima, interminable (regalo personal del senor Presidente por el trabajo desinteresado de un artista fiel), atraveso el jardin buscando el porton, lo arranco con estruendo, salio a la carretera y se perdio de vista.

—Finalmente, el muy cerdo se ha largado —mascullo Viktor, con cierta envidia.

Bajo del antepecho, se colgo el fusil automatico del hombro, se cubrio con el impermeable y llamo al soldadito. El chaval no respondio. Viktor miro bajo el sofa, pero solo vio el bulto gris con el uniforme. Encendio un cigarrillo y salio al patio. Entre los arbustos de violetas, junto al porton arrancado de cuajo, descubrio un banquito de extranas formas y muy comodo. Lo fundamental era que desde alli se divisaba bien la carretera. Se sento, cruzo las piernas y se abrigo lo mejor posible con el impermeable. Al principio, la carretera estaba desierta, pero despues paso un coche, luego otro, un tercero, y entonces comprendio que la fuga habia comenzado.

La ciudad se vaciaba como un absceso. Los primeros en huir eran los elegidos: magistrados y policias, la industria y el comercio, abogados y accionistas, financieros y pedagogos, el correo y el telegrafo, huian los camisas doradas, todos, todos, sumidos en vapores de gasolina, acompanados por los estallidos de los tubos de escape, agitados, agresivos, rabiosos y obtusos, huian los que pagaban sobornos, los extorsionadores, los servidores del pueblo, los padres de la ciudad, acompanados por el ruido de las sirenas y los pitidos de los claxones, sobre la carretera habia un rugido continuo, pero el gigantesco forunculo seguia vertiendolo todo, y cuando se acabo el pus, comenzo a salir la sangre, el pueblo propiamente dicho, en camiones llenos a mas no poder, en autobuses escorados, en utilitarios donde no cabia ni un alfiler, en motocicletas y bicicletas, en carretones, a pie, doblados bajo el peso de los bultos, empujando carretillas de mano, con las manos vacias, tristes, callados, perdidos, dejando a sus espaldas sus hogares, sus chinches, su inocente felicidad, su vidita acomodada, su pasado y su futuro. Tras el pueblo comenzo a huir el ejercito. Paso lentamente un todoterreno con oficiales, un transporte blindado, despues pasaron dos camiones con soldados y nuestras cocinas de campana, las mejores del mundo, y por ultimo desfilo un blindado de orugas, con las ametralladoras apuntando hacia atras.

Se hacia de dia, la luna palidecia, el horrible cuadrado se difuminaba, las nubes se disolvian, llegaba la manana. Viktor espero unos quince minutos y finalmente salio a la calle. Sobre el asfalto yacian trapos sucios, una maleta aplastada, por el aspecto una buena maleta, seguramente se le habia caido a algun jefe, la rueda de un carro, y un poco mas lejos, en la cuneta, estaba el carro con un viejo sofa raido y una planta en una maceta. En el centro de la carretera, directamente delante del porton, habia un chanclo solitario. A su alrededor todo estaba desierto. Viktor miro hacia la estacion de autobuses. Alli tampoco habia ni un coche, ni una persona. Los pajaros se pusieron a trinar en los jardines y comenzo a salir el sol, que Viktor no habia visto en medio mes, y la ciudad en varios anos. Pero ahora no habia nadie aqui que pudiera verlo. Nuevamente se escucho el zumbido de un motor y por una esquina aparecio un autocar. Viktor se aparto a la cuneta. Eran los Hermanos de Raciocinio, que pasaron a su lado, volviendo todos hacia el sus rostros vacios, sin sentido.

«Es todo —penso Viktor—. Me gustaria beber algo. ?Pero donde esta Diana?»

Echo a caminar lentamente de regreso a la ciudad.

El sol estaba a la derecha, a veces se escondia tras los tejados de los chalets, aparecia entre ellos, salpicaba con su calida luz a traves de las ramas de los arboles medio podridos. Las nubes habian desaparecido, el cielo estaba sorprendentemente limpio. Una niebla leve se levantaba del terreno. Habia un silencio total y Viktor presto atencion a los sonidos extranos, apenas audibles, que salian como de dentro de la tierra: unos debiles chasquidos, el murmullo del follaje. Pero despues se acostumbro a ellos y los olvido. Se sintio embargado por una asombrosa sensacion de paz y seguridad. Caminaba como un borracho y casi todo el tiempo miraba al cielo. En la Avenida Presidente un todoterreno se detuvo a su lado.

—Monte —dijo Golem.

Golem estaba agotado, con el rostro grisaceo, parecia aplastado. A su lado estaba Diana, tambien cansada, pero bella de todos modos, la mas bella de todas las mujeres cansadas.

—El sol —dijo Viktor, sonriendo—. Mirad que sol.

—No se iria —dijo Diana—. Se lo adverti, Golem.

—?Como que no me voy? —se asombro Viktor—. Claro que me voy, pero no tengo por que apresurarme.

No pudo contenerse y miro otra vez al cielo. Despues miro hacia atras, a la calle desierta. Todo estaba banado por el sol. Los refugiados se arrastraban por la campina, el ejercito en retirada se marchaba con estruendo, los jefes chaqueteaban, alli habia atascos, volaban los tacos, se gritaban amenazas y ordenes sin sentido, mientras desde el norte, sobre la ciudad, avanzaban los vencedores y aqui existia una franja desierta de paz y seguridad, varios kilometros de vacio, y en el vacio habia un vehiculo con tres personas.

—Golem, ?esto es el mundo nuevo que avanza?

—Si —dijo Golem, mirando atentamente a Viktor a traves de sus parpados hinchados.

—?Y donde estan sus mohosos? ?Van a pie?

—No hay mohosos.

—?Como que no hay mohosos? —pregunto Viktor y miro a Diana que, sin decir palabra, aparto el rostro.

—No hay mohosos —repitio Golem, en tono abatido, y Viktor penso por un momento que se echaria a llorar—. Puede considerar que no existieron. Y no existiran.

—Magnifico —dijo Viktor—. Vamos a dar un paseo.

—?Viene con nosotros o no?

—Iria con gusto, pero tengo que pasar por el hotel, recoger los manuscritos... y en general, echar un vistazo... ?Sabe, Golem? Me gusta este lugar.

—Yo tambien me quedo —dijo Diana repentinamente y bajo del vehiculo—. ?Que voy a hacer alli?

—?Y aqui? —le pregunto Golem.

—No se —respondio Diana—. Ahora no tengo a nadie mas que a este hombre.

—Digamos que si —objeto Golem—. El no entiende. Pero usted si...

—Pero debe ver —repuso Diana—. No puede marcharse sin haberlo visto.

—Exactamente —intervino Viktor—. ?Para que demonios hago falta si no lo veo? Mi especialidad es esa: ver.

—Oid, chicos —dijo Golem—. ?Os imaginais adonde vais? Viktor, ya se lo dijeron: permanezca en su bando para que pueda ser util. ?En su bando!

—Toda la vida he estado en mi bando.

—Aqui le resultara imposible.

—Lo veremos.

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