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Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - Сервантес Сааведра Мигель де (читать книги онлайн без сокращений .TXT) 📗

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–¿Cómo dices eso? ―respondió don Quijote―. ¿No oyes el relinchar [73] de los caballos, el sonido de las trompetas y el ruido de los tambores?

–Yo lo único que oigo ―contestó Sancho― es balido [74] de muchas ovejas.

No resistió más don Quijote y se lanzó a todo galope contra el ejército de ovejas y comenzó a atacarlas con su lanza con tanto coraje que mató más de siete.

Los pastores le daban voces para que parara, pero él no hizo caso. Entonces sacaron sus hondas [75] y comenzaron a tirarle piedras. Una de ellas le rompió dos costillas.

Don Quijote se acordó del bálsamo, sacó la aceitera y bebió unos tragos; pero antes de terminar de beber le alcanzó otra piedra que rompió la aceitera y le quitó tres o cuatro dientes. Fue tal el golpe, que don Quijote cayó del caballo. Los pastores, que creyeron que lo habían matado, recogieron su ganado a toda prisa y se fueron.

Cuando Sancho vio que se habían ido los pastores, se acercó a don Quijote y le dijo:

–¿No le decía yo, señor don Quijote, que no eran ejércitos sino rebaños de ovejas?

–Sin duda ―dijo don Quijote― que todo esto es un encantamiento, amigo Sancho. Seguro que ahora mismo son ya ejércitos de hombres, como te he dicho.

Quiso Sancho curar a su amo y fue a buscar las alforjas para coger lo necesario. Al descubrir que no las tenía, casi se vuelve loco: pensó en volver a su casa aunque perdiera el salario y la ínsula prometida.

Cuando don Quijote vio a Sancho tan preocupado, le dijo:

–Has de saber, Sancho, que todas estas desgracias son señal de que pronto sucederán cosas buenas porque no es posible que el mal ni el bien duren siempre. Y así, como el mal ha durado mucho, el bien está ya cerca.

–Sí, pero me faltan las alforjas ―dijo Sancho.

–Entonces no tenemos nada para cenar ―dijo don Quijote.

–Así sería ―dijo Sancho― si no hubiera por aquí hierbas que vuestra merced dice que conoce.

–Con todo ―dijo don Quijote―, yo tomaría mejor un buen trozo de pan y dos sardinas que cuantas hierbas existen. De todas formas, sube en tu asno y sígueme, que Dios da de todo y hace salir el sol sobre los buenos y los malos.

–Mejor era vuestra merced para predicar ―dijo Sancho― que para caballero andante. Vámonos ahora de aquí y busquemos un lugar en que alojarnos esta noche donde no haya mantas que me suban por los aires ni fantasmas.

–Pídeselo tú a Dios, hijo ―dijo don Quijote―, y guía tú por donde quieras; que esta vez seré yo quien te siga a ti. Pero antes mira bien cuántos dientes y muelas me faltan.

Metió Sancho los dedos en la boca y le dijo:

–Pues en esta parte de abajo no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la arriba, ni media, ni ninguna.

–¡Mala ventura la mía! ―dijo don Quijote―. Más quisiera haber perdido un brazo, siempre que no sea el de la espada. Porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como un molino sin piedra [76], y que hay que valorar más un diente que un diamante. Pero así es el duro trabajo de los caballeros andantes. Sube al asno y guía, que yo te seguiré al paso que quieras.

Empezaron a caminar poco a poco, porque el dolor no dejaba descansar a don Quijote, mientras Sancho contaba algunas cosas que luego diremos.

Capítulo XVI

La aventura de los batanes

[77]

Iban don Quijote y Sancho conversando tranquilamente cuando Sancho miró a don Quijote y le dijo:

–Si alguien le pregunta quién es vuestra merced, le dirá que es el famoso don Quijote de la Mancha, también conocido como el Caballero de Triste Figura.

Don Quijote preguntó a Sancho por qué lo llamaba así.

–Yo se lo diré ―respondió Sancho―. Le he estado mirando y tiene vuestra merced la más mala figura que he visto. Debe de ser por el cansancio de los combates o por la falta de las muelas dientes.

–No es eso ―respondió don Quijote―. Será que al sabio autor de esta historia le habrá parecido bien ponerme algún nombre que me describa, como sucedía con otros caballeros en el pasado: uno se llamaba el de la Ardiente Espada; otro, el del Unicornio; otro, el de las Doncellas… Y así, digo que el sabio te ha puesto en la lengua y en el pensamiento el nombre de Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy. Y para que me reconozcan mejor, haré pintar en mi escudo una triste figura.

–Pues yo digo ―dijo Sancho― que tiene tan mala cara por el hambre y la falta de muelas.

Al poco tiempo, llegaron a un espacioso y tranquilo valle donde se pararon a descansar sobe la hierba. Lo que más lamentaba Sancho era no tener vino ni agua que llevarse a la boca. Viendo que el prado estaba lleno de hierba, Sancho dijo:

–No es posible, señor, que no haya por aquí cerca de una fuente o un arroyo que dé humedad a estas hierbas. Será mejor que vayamos a buscar el agua que calme esta sed que es peor que el hambre.

A don Quijote le pareció bien y comenzaron a caminar sin ver por dónde andaban, porque la noche era muy oscura. Al poco tiempo, oyeron un gran ruido de agua y unos terribles golpes de hierros y cadenas.

Quiso don Quijote ir solo a buscar la aventura, pero Sancho, que estaba muerto de miedo, ató las patas a Rocinante para que no pudiera andar.

Don Quijote, creyendo que su caballo estaba encantado, decidió esperar a que fuese de día.

Sancho sintió ganas de desocupar su vientro y lo hizo allí mismo. Como don Quijote tenía buen olfato, enseguida le llegó el mal olor.

–Me parece, Sancho, que tienes mucho miedo.

–Sí tengo ―respondió Sancho―. Pero ¿en qué lo ha notado vuestra merced?

–En que ahora hueles, y no a perfume precisamente ―dijo don Quijote.

–Bien podría ser ―dijo Sancho―; pero yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a oscuras por estos sitios desconocidos.

–Aléjate un poco, amigo ―dijo don Quijote―, y de ahora en adelante ten más cuidado con tu persona y más respeto hacia mí.

Con estas y otras cosas pasaron la noche. Al amanecer, cruzaron un bosquecillo de castaños y se encontraron una gran cascada de agua y, al lado de unas rocas, unas casas de donde salían los golpes que tanto los habían asustado.

Don Quijote se fue acercando y pensó con todo su corazón en su señora Dulcinea, suplicándole que le ayudara en la aventura que se acercaba. Se aproximó un poco más y descubrió la causa los ruidos: eran seis mazos de batán que con sus golpes alternativos producían aquel estruendo.

Cuando don Quijote vio lo que era, se quedó mudo y pasmado [78]. Sancho empezó a reír con tantas ganas que contagió a don Quijote.

Esto animó a Sancho a seguir riendo, pero entonces don Quijote se enfadó y le dio unos buenos golpes en la espalda al escudero.

–Tranquilícese vuestra merced ―suplicó Sancho―, que no me estoy burlando.

–Ven aquí, señor alegre ―dijo don Quijote―, ¿crees que si en lugar de ser mazos de batán hubiera sido otra peligrosa aventura, yo no habría mostrado valor para llevarla a cabo? ¿Estoy yo obligado, siendo como soy caballero, a conocer y distinguir los ruidos y saber cuáles son de batán, o no? Y además, yo no los he visto en mi vida, y vos sí, como villano [79] que sois, criado y nacido entre ellos. Si no, haced que estos seis mazos se convirtieran en seis gigantes y veréis cómo quedan cuando yo acabe con ellos.

–No hablemos más ―dijo Sancho―, que yo confieso que me he reído demasiado. Pero ¿verdad que ha sido cosa de risa, y de contar, el miedo que hemos pasado?

–No niego que no sea cosa de risa ―replicó don Quijote―, pero no de contarse, que muchas personas no saben ser discretas.

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