El Abisinio - Rufin Jean-christophe (бесплатные онлайн книги читаем полные .TXT) 📗
Al cabo de unos minutos entro el consul con un aspecto espantoso. Tenia los ojos enrojecidos y era evidente que habia abusado de afeites. El maestro Juremi se asombro ante su inopinada amabilidad.
– ?Maestro Juremi! ?Cuanto me alegro de verle! Pero ?como es que no le han ofrecido sentarse? Tome asiento, por favor.
Tras un nuevo estremecimiento de desconfianza, dejo caer su enorme cuerpo en aquella silla enana. El consul mando servir te y le agasajo con mil atenciones, ofreciendole leche y azucar, e incluso vertio el zumo de naranja en los dos vasos. El maestro Juremi empezaba a arrepentirse de haber descartado la idea del florete, porque de un golpe bien dado habria terminado con tanta comedia.
– Ha hecho usted un buen trabajo… -dijo el senor De Maillet, que no pudo evitar anadir, arqueando una ceja-: en mi ausencia.
El maestro Juremi no supo que responder. Para conservar el aplomo, se metio en la boca un cuerno de un cruasan, y con esta mordaza espero la continuacion. Si en circunstancias normales era un hombre poco elocuente, no cabia esperar que en tales circunstancias se mostrara muy locuaz.
– Su trabajo tiene sin duda mucho merito -prosiguio el consul-. Mezcla plantas para conseguir pastas, barnices, esmaltes, ?no es eso?
El maestro Juremi movio la cabeza de un lado a otro, se encogio de hombros y siguio masticando.
El consul se llevaba algo entre manos, de eso no cabia duda. Pero ?que? El diplomatico se bebio una gran taza de cafe de un trago, y el droguista barrunto que el asunto no iba a hacerse esperar mucho.
– Esas mezclas pueden servir para todo, ?no es asi? He oido decir que incluso hace remedios…
«Ya estamos», se dijo el maestro Juremi.
Y empezo a respirar mas deprisa, como un antilope que advierte la presencia del peligro detras de los matorrales.
– No tiene nada que temer -dijo el consul mientras sacaba un panuelito, que amarilleaba debido a los incalculables lavados, para limpiarse la boca-. En el pasado, mis antecesores se mostraron muy estrictos con algunos colegas suyos, que ejercian la farmacia o la medicina sin los diplomas pertinentes. Incluso yo manifeste en su dia cierta prudencia al respecto, aunque sin duda comprensible. Hay tantos charlatanes por estas tierras… ?Que piensa usted?
El maestro Juremi alzo las cejas un par de veces, y el senor De Maillet interpreto este gesto como una senal de aprobacion.
– Pero a partir de ahora -prosiguio el consul- tengo una opinion formada y bien formada. Lo he visto trabajar, sobre un cuadro, claro esta, pero algo es algo. Y las referencias sobre usted son excelentes. Si me dice que prepara remedios, creame, este seguro de que le brindare todo mi apoyo. Soy un hombre de palabra, ?sabe usted?
– Si, Excelencia -consiguio articular el maestro Juremi.
– Bien, pues en tal caso hableme sin rodeos. ?Entiende usted…, como se dice…, de farmacopea?
– Me parece que si -contesto el droguista.
– ?Como que le parece! ?Pero que modestia la suya! He oido decir que usted hace mucho mas de lo que aparenta, que toda la colonia va a verle, y que incluso el pacha en persona le pide consulta.
El maestro Juremi bajo los ojos.
– ?No lo lamente! -insistio el senor De Maillet-. Esta bien. Esta muy bien. Nunca hubiera imaginado que tuviera tales aptitudes. Es usted muy modesto, maestro Juremi. Mi esposa me confeso, la noche que estuve ligeramente indispuesto, que ella, ella misma, mi propia mujer, le mando llamar hace seis meses sin que yo lo supiera, y que usted la habia curado.
Al ver el pavor reflejado en la cara de su huesped, el consul adopto un tono aun mas amable.
– Se lo digo de verdad, no tiene nada que temer. No se como ganarme su confianza. Le felicito sinceramente. Es mas, le animo a que prosiga con su trabajo.
El senor De Maillet se levanto, dio un paso hacia la ventana, se volvio y dijo al droguista, mirandole a los ojos:
– ?Sabria usted, por ejemplo, curar enfermedades de la piel? Me refiero a esa suerte de lepra que padecen a menudo los negros de por aqui.
– Bueno, Excelencia -consiguio farfullar el maestro Juremi-, somos dos.
– ?Que quiere decir?
– Que tengo un socio.
– Me parece muy bien, aunque eso ya lo sabia. No obstante, responda a mi pregunta.
– Lo que trato de decirle es que el se ocupa fundamentalmente de la medicina. Mi socio prescribe y yo preparo. En el caso de la senora, su esposa, por ejemplo, le comente los sintomas a el para saber que debia poner, luego mezcle el unguento y se lo entregue. Ese es unicamente mi papel.
El consul volvio a la mesa y se sento.
– Ya veo -dijo-. Asi pues, seria mas conveniente que me dirigiera a su socio.
– Eso es lo que intentaba decirle Excelencia.
A partir de ese mismo instante, el senor De Maillet se mostro mucho menos caluroso.
– Y ?como se llama?-Poncet, Excelencia. Jean-Baptiste Poncet.
– ? Y donde se le puede encontrar?
– Compartimos la misma casa. Duerme en el primer piso y yo en la planta baja.
– ?Y su laboratorio?
– Oh, Excelencia, creo que en nuestra casa no se puede distinguir realmente entre el espacio que sirve para vivir y el que sirve para nuestro trabajo. Me resultaria bastante dificil describirselo.
El consul se quedo pensativo.
– ?Cree usted -dijo por fin- que su amigo estaria dispuesto a hacer un largo viaje?
– Tendria que preguntarselo, Excelencia. Es un muchacho, como diria yo, muy peculiar. Si no estuviera asociado con el, aseguraria que es… genial.
– ?Genial! ?Ahi es nada!
«Realmente estos aventureros son increibles», penso el senor De Maillet.
– ?Me lo podria presentar?
– Claro, como usted mande. Somos subditos del Rey, y usted es su representante.
Incluso viniendo de un hombre sin abolengo, una profesion de fe como aquella satisfacia siempre al senor De Maillet, que no sabia negar su gratitud a quien fuera capaz de manifestarle una lealtad tan sincera. «Ese es el secreto -penso-. La armonia del regimen monarquico propiamente dicho radica en una autoridad justa que gobierne sobre subditos agradecidos.»
El maestro Juremi sonrio para sus adentros. Era muy consciente de que no conocia termino medio entre la rebeldia impulsiva y violenta y la obsequiosidad sumisa. Esta era su mascara de protestante. Sin duda, el senor De Maillet se habria sorprendido sobremanera si le hubiera dicho que tenia ante el a uno de los emigrantes enardecidos de los que Guillermo de Orange se habia valido para cavar casi con las manos desnudas la linea de defensa de los Stuart en la costa de Irlanda. La herida de su abdomen era una prueba contundente de aquello, y el maestro Juremi tenia que hacer autenticos esfuerzos para no subirse la camisa y plantarle al consul ante las narices sus cicatrices de sable.
– En ese caso -prosiguio el senor De Maillet-, digale a su socio que le espero aqui a las once.
– Como desee, Excelencia. Sin embargo…El maestro Juremi tenia ciertos escrupulos, ya que el consul no parecia malintencionado. De entrada, no creia arriesgado confesarle la profesion de su socio. Pero teniendo en cuenta las palabras que habia pronunciado la noche anterior, se podia esperar cualquier cosa de un hombre con su caracter: «Si me convocara a mi, no iria.»
– Sin embargo, que… -se impaciento el senor De Maillet.
– Sin embargo, como conozco bien a mi amigo Poncet, permitame hacerle otra propuesta.
– Usted dira…
– Estoy seguro de que si su Excelencia se tomara la molestia de acudir hasta su casa, es decir, a nuestra casa, mi socio le estaria infinitamente agradecido y no podria negarle nada.
– ?Acudir a su casa…! ?Acaso ese senor concede audiencias?
El protestante guardo un prudente silencio.
Era extrano, absurdo, incluso indignante, pensaba el consul. Pero, en fin, ya que habia prisa, ya que en cierto modo aquel truhan estaba en una posicion de fuerza y por unas circunstancias muy concretas, era preferible dejar el desprecio para mas adelante.
– ?Estara el alli dentro de una hora? -pregunto el senor De Maillet, apretando los punos.
6
La carroza esperaba en el patio del consulado pavimentado con rodajas de madera. Aquel carruaje espectacular se habia construido en Montereau, y habia llegado a su punto de destino desde Francia en dos navios (las ruedas en uno, y la caja y el timon en el otro). Una vez agotada la hora que se habia dado para deliberar, el senor De Maillet decidio ir a casa del medico con la carroza, quiza porque se habia dado cuenta de que los turcos lo respetaban mas desde que habia empezado a utilizarla para sus desplazamientos oficiales por la ciudad. El medico vivia muy cerca y habria sido facil, e incluso normal, acudir a pie. La visita habria resultado mas discreta, aunque tambien era posible que hubiese despertado mas sospechas. Pero no, la mejor manera de no llamar demasiado la atencion era ir en la carroza, parar delante del hotel de un prestigioso mercader, a quien el consul habia honrado con su visita algunas veces, y dar un rodeo por el otro lado de la calle, es decir, por la casa de los boticarios, haciendo ver que se detenia por mera curiosidad. El senor De Maillet pidio su opinion al senor Mace, que estuvo de acuerdo, y los dos se pusieron en marcha hacia las diez de la manana.
Para que todo pareciera aun mas espontaneo, el consul ordeno al cochero que saliera de la colonia y diera un paseo por la ciudad antes de detenerse «delante el hotel del senor B».
– Y bien, Mace -dijo el consul ligeramente irritado-, ?que ha descubierto usted en nuestros ficheros sobre el gran personaje que vamos a visitar?
– Poca cosa, Excelencia. Este tipo no habla mucho de si mismo. A decir verdad, ni siquiera sabemos si Poncet es su verdadero nombre.Llego aqui hace tres anos. Sabemos que primero residio seis meses en Alejandria, donde llego huyendo de Venecia, y que ha alardeado en varias ocasiones de haber ejercido su arte en Marsella, en Beaucaire y en Italia. Tambien tenemos buenas razones para creer que sus papeles son falsos. Su partida de nacimiento esta sellada en Grenoble, precisamente en la ciudad en que el ano pasado detuvieron a aquel fraile renegado que tan buena mana se daba como falsificador. No obstante, Vuestra Excelencia, al corriente en su momento de estos hechos, fue benevolente y tuvo a bien brindar su proteccion al senor Poncet, a pesar de las dudas que tenemos a proposito del lugar, la fecha y las circunstancias de su nacimiento.