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La batalla - Rambaud Patrick (книги бесплатно полные версии .TXT) 📗

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– Soy yo quien te lleva.

Henri dejo a la actriz en Viena, ante el teatro donde esperaba presentarse. Antes de abandonarle, le beso como una posesa. El cerro los ojos y solo respondio al beso imaginando los labios de otra a la que amaba en exceso y desde demasiado lejos. Valentine corrio hacia la entrada del teatro y, bajo el peristilo, se volvio muy rapido para hacer un ultimo gesto con la mano enguantada. Henri suspiro. «?Que cobarde soy!», se dijo, y entonces dio al cochero la direccion de la casa rosa de la Jordangasse donde se alojaba desde hacia tres noches. Olvidados la guerra, su dolencia y sus amigos, solo sonaba en la senorita Krauss, poseedora a la perfeccion de todas las cualidades. Henri la inventaba a cada instante. El, que la semana anterior ponia a Cimarosa por encima de todos los musicos, ahora tarareaba a Mozart. Por la noche, Anna y sus hermanas lo tocaban al violin solo para el en su gran salon vacio.

En la isla Lobau no habia mas que una casa de piedra, un antiguo lugar de cita donde los principes de Habsburgo iban a refugiarse de las tormentas repentinas. El senor Constant colocaba lenos en la chimenea del piso superior. Los criados limpiaban, barrian, disponian los muebles traidos en furgones desde el vecino castillo de Ebensdorf, donde el emperador habia pasado la noche. Los cocineros desembalaban sus cacerolas y espetones, el indispensable queso parmesano con que Su Majestad acompanaba toda comida, sus macarrones preferidos, su chambertin. Dos lacayos montaban el lecho metalico. Los chambelanes vigilaban y activaban los preparativos.

– ?Daos prisa!

– ?La vajilla! ?Los candelabros!

– ?El tapiz ahi, en lo alto de la escalera!

– ?Lo siento mucho, senor mariscal, pero es la casa del emperador!

El mariscal Lannes tenia menos estilo y era bastante mas corpulento y fuerte que aquel chambelan que le prohibia el paso. Le agarro por las vueltas plateadas de su uniforme y lo atrajo brusca mente hacia si. Al oir los chillidos del criado y los grunidos del mariscal, cuya fuerte voz conocia, Constant acudio. Fue preciso ceder ante aquel descarado, y Lannes se instalo en la planta baja, en una sala provista de paja. Se asigno incluso una palmatoria, una silla y un escritorio sobre el que deposito el sable y el bicornio cargado de plumas. Lannes era celebre por los accesos de colera que contenia pero que le enrojecian el rostro; por lo demas tenia un semblante apacible, las facciones cuadradas, el cabello claro con los mechones cortos y ondulados. A los cuarenta anos, todavia conservaba el vientre liso y se mantenia erguido, a causa de una rigidez en el cuello, una herida recibida en San Juan de Acre… de la que se acordaba aquella noche, cuando el dolor le hacia llevarse una mano a la nuca… Fue en el decimosegundo asalto a la ciudadela, y el habia escalado los recintos amurallados a paso de carga con sus granaderos. Su amigo, el general Rambaud, casi habia llegado al serrallo de Djezzar-Pacha, pero no habia recibido los refuerzos deseados, y estaba parapetado en una mezquita con sus hombres. Lannes volvio a ver los fosos rebosantes de cadaveres de turcos. El general Rambaud habia sido mortalmente herido. A el, alcanzado en la cabeza, le habian dado por muerto. Al dia siguiente volvia a montar y adiestraba a sus soldados en las colinas de Galilea…

El mariscal estaba fatigado tras quince anos de combates y peligros. Acababa de dirigir el espantoso sitio de Zaragoza. Rico, casado con la mas bella y la mas discreta de las duquesas de la corte, hija de un senador, habria podido retirarse con su familia en su Gascuna natal y ver crecer a sus dos hijos. Estaba cansado de partir sin saber jamas si regresaria de otra manera que metido en un ataud. ?Por que le negaba el emperador esa tranquilidad? Al igual que el, la mayoria de los mariscales solo aspiraba a la paz de los campos. Con el tiempo, aquellos aventureros se volvian burgueses. Davout construyo en Savigny unas chozas de mimbre para sus pollos de perdiz y, a gatas, les daba pan. A Ney y Marmont les encantaba la jardineria. MacDonald y Oudinot solo estaban a gusto rodeados de sus lugarenos. Bessieres cazaba en sus tierras de Grignon, si no jugaba con sus hijos. En cuanto a Massena, decia de su propiedad de Rueil, encarada hacia la cercana Malmaison, donde se retiraba el emperador: «?Desde aqui puedo mearle encima!». Una orden les habia obligado a trasladarse a Austria, al mando de unas tropas dispares y jovenes, a las que ningun motivo poderoso impulsaba a matar. El imperio ya declinaba y no tenia mas que cinco anos. Ellos lo percibian, pero aun seguian adelante.

Lannes pasaba con rapidez de la colera al afecto. Un dia escribio a su mujer diciendole que el emperador era su peor enemigo: «Solo ama por arranques, cuando te necesita». Luego Napoleon le habia colmado de favores y los dos hombres se habian fundido en un abrazo. La suerte de cada uno estaba ligada a la del otro. Hacia poco, en las dificiles escarpaduras de una sierra espanola, el emperador se habia aferrado a su brazo. A pie, bajo la tormenta de nieve que les azotaba, calzados con altas botas de cuero, resbalaban. Juntos habian asido la bolada de un canon, y los granaderos les habian izado como en un trineo hasta lo alto del puerto de Guadarrama. Los recuerdos emocionados se mezclaban con las pesadillas. A veces Lannes lamentaba no haberse hecho tintorero. Se habia enrolado pronto, y habia destacado por sus temeridades en el ejercito de los Alpes, a las ordenes de Augereau, cuando comenzaba la aventura… Tendido en la paja, pensaba en esos episodios contradictorios de su vida cuando Berthier entro en la estancia.

– Cuando hay alboroto, eres tu.

– ?Tienes razon, Alexandre, arrestame para que pueda dormir en paz!

– Su Majestad te confia la caballeria.

– ?Y Bessieres?

– Ahora es tu subordinado.

Lannes y Bessieres se detestaban tanto como Berthier y Davout. El mariscal sonrio y cambio de humor.

– ?Que el archiduque ataque! ?Vamos a recibirle con el sable a punto!

En aquel momento llegaron Perigord y Lejeune, sin aliento, para anunciar al mayor general:

– ?El puente pequeno acaba de romperse!

– Estamos separados de la orilla izquierda. Las tres cuartas partes de las tropas estan bloqueadas en la isla.

La luna, en cuarto menguante, iluminaba debilmente la larga calle de Essling, pero bajo los arboles del camino que conducia al posito, en la plaza o en la linde de los campos, el emperador habia autorizado las fogatas de los vivaques: el enemigo debia de saber que el gran ejercito habia franqueado el Danubio, lo cual debia incitarle a atacar segun el plan previsto, aunque fuese bien conocida la timidez del archiduque Carlos en la ofensiva. En realidad, la situacion ardia por los cuatro costados. Las cantineras llenaban los vasos de aguardiente hasta el borde y recibian palmadas en sus nalgas redondas, se cantaban coplas vulgares, se devoraban las raciones y los hombres bromeaban a fin de darse animos para la batalla segura del dia siguiente. Se habian desembarazado de las corazas y los cascos con crines que reflejaban el rojo de las fogatas. Se disponian a dormir bajo las estrellas, como sus caballos, protegidos por algunos centinelas que escrutaban la llanura sin ver nada, a menudo un poco borrachos. Algunos habian encontrado harina, una botella, un pato, muy poca cosa, ya que los aldeanos se lo habian llevado casi todo, las aves de corral, los barriles, el grano. Los coraceros ocupaban el pueblo ellos solos. Massena habia llegado a Aspern antes de que anocheciera, cerca del puente pequeno derribado por la corriente y que los zapadores reparaban a la luz de las antorchas, en el agua helada y agitada que les mojaba y les helaba los dedos.

Los oficiales, alrededor del general Espagne, se habian refugiado en la iglesia de Essling para pasar la noche. La balaustrada de madera pintada que dividia la nave servia para alimentar braseros que emitian humo y trazaban siluetas infernales en los muros. Espagne, en pie, envuelto en su manto, permanecia apartado, apoyado en el altar, y las formas que temblaban al capricho de las llamas no le tranquilizaban. Desde hacia varias semanas tenia presentimientos. Aquella campana no le gustaba nada. Sin temor pero como si la sentencia estuviera en suspenso, callaba y pensaba en la muerte. Los coraceros conocian las supersticiones que turbaban a su general, aun cuando este, con su semblante serio, nunca dejaba traslucir nada. Todos respetaban su silencio, cada uno se repetia su extrana historia…

Los soldados Fayolle y Pacotte habian tomado en la misma escudilla una sopa espesa y mal definida, pero que llenaba el estomago. Precisamente hablaban de su general. Pacotte, integrado desde hacia muy poco tiempo en el regimiento, no sabia nada de el, mientras que Fayolle estaba al corriente.

– Era en el castillo de Bayreuth. Llegamos tarde, el esta fatigado y se acuesta. Yo no estoy lejos, en la gran escalera, con los demas, y he aqui que en plena noche oimos gritos.

– ?Han tratado de matar al general?

– ?Espera! El grito procede de su habitacion, en efecto, y los oficiales de ordenanza corren, mientras que yo los sigo con los centinelas. La puerta esta cerrada por dentro. La rompemos sirviendonos de un canape como ariete, entramos…

– ?Y entonces?

– ?Espera! ?Que es lo que vemos?

– ?Que veo?

– La cama esta en medio de la habitacion, volcada, con el general debajo.

– Y grita.

– No, esta desmayado. Nuestro medico se apresura a sangrarle, le observamos, abre los ojos, aterrado, y se nos queda mirando. Esta palido, hay que darle unos polvos calmantes. Entonces dice, agarrate bien, Pacotte, dice: «?He visto un espectro que queria degollarme!».

– ?Ah, si?

– No te rias, imbecil. La cama se ha volcado cuando luchaba contra ese espectro.

– ?Te crees eso?

– Le piden que describa al fantasma, cosa que el hace con precision, y ?sabes quien era, eh? No, no lo sabes. Yo te lo dire. ?Era la Dama Blanca de los Habsburgo!

– ?Quien es esa?

– Se aparece en los palacios vieneses cuando un principe de la casa de Habsburgo debe morir. Ya lo habia hecho tres anos antes, en Bayreuth. El principe Luis de Prusia se batio con ella como nuestro general.

– ?Y murio?

– ?Si, senor! Cerca de Saalfeld, un husar le corto la garganta. El general, muy palido, dijo en voz baja: «Su aparicion anuncia mi muerte cercana», y se fue a dormir a otra parte.

– ?Crees en esas pamplinas?

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