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El Abisinio - Rufin Jean-christophe (бесплатные онлайн книги читаем полные .TXT) 📗

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Tras un largo silencio, el maestro Juremi entro en la casa donde ardia una vela, descolgo dos floretes y tomo los petos de cuero sin pronunciar palabra. Desde que se dedicaban a la farmacia, la esgrima se habia convertido en una distraccion para pasar las noches de verano. Se pusieron en guardia.

– Bueno -dijo Jean-Baptiste antes de blandir el arma-, te conozco, vas a venir.

– No me haras cambiar de opinion -replico el maestro Juremi-, pero te deseo buen viaje.

En cuanto empezaron a sonar los floretes la tristeza que los atenazaba desaparecio conio por ensalmo.

9

Habia que preparar minuciosamente la caravana que iba a emprender viaje a Abisinia con Hadji Ali al frente, acompanado de Poncet y su criado Joseph. Para que todo pareciera absolutamente natural y los turcos no sospecharan nada, era imprescindible que el consulado se mantuviera al margen y que Jean-Baptiste fingiera no estar demasiado interesado en el asunto. Asi pues, Hadji Ali asumio la responsabilidad de comprar el solo los camellos y las mulas, ademas de sillas, bridas y arneses para los animales de carga. Se habia acordado que el senor De Maillet pagaria los gastos iniciales que el mercader tuviera a bien calcular, lo cual suponia otro pretexto para obtener mas beneficios. Con estas ganancias, Hadji Ali compro mercancias, que cargo sobre las bestias con la idea de cambiarlas en Abisinia por oro y algalia, y de este modo doblar sus haberes al regreso.

El consul redacto una carta para el Negus y ordeno al senor Mace que la tradujera al arabe. Para mayor precaucion, le encomendo a este que un erudito monje siriaco, el hermano Francois que residia en la ciudad arabe, comprobara su traduccion. Por ultimo se estamparon los sellos de Francia y remitieron la misiva a Poncet. Tambien fue necesario conseguir los presentes destinados a los principes cuyas tierras iban a atravesar, de acuerdo con la tarifa rigurosa e inmutable que estipulaba la tradicion.

Jean-Baptiste, por su parte, reunio un arsenal de remedios para todos los imprevistos imaginables en un cofre que el senor De Maillet le habia proporcionado para tal fin. Tambien se ocupo de las armas y acomodo un gran mosquete en la montura de Joseph. Jean-Baptiste se ocupo de guardar la polvora y los cebos. Aparte de los dos sables,mando preparar para uso propio dos pistolas, y las deslizo en las fundas de su silla.

Mientras se llevaban a cabo los preparativos, el consulado se convirtio en el cuartel general donde los miembros de la caravana se reunian discretamente cada noche antes de la cena para informar sobre la marcha de las operaciones. El supuesto Joseph se habia quitado ya sus habitos de jesuita para pasar desapercibido, aunque aun no se vestia de criado, para no resultar sospechoso a los ojos de los domesticos y por miedo a que hubiera algun espia entre ellos. Hadji Ali, Poncet y hasta el maestro Juremi, que tambien ayudaba en los preparativos a pesar de que no era uno de los viajeros, iban y venian por el consulado como si tal cosa. El senor De Maillet toleraba de buen grado esta situacion porque sabia que todo aquello acabaria muy pronto. Estas visitas bulliciosas que tanto fatigaban a la senora De Maillet entusiasmaban a su hija Alix, pues le brindaban la ocasion de ver un poco de gente sin salir de casa. Ademas tuvo la oportunidad de cruzarse varias veces y muy de cerca con el joven que habia visto en el jardin y enterarse de quien era. Jean-Baptiste hacia alarde de una sabia cautela y procuraba no comprometer a la muchacha dirigiendose a ella directamente. Alix tuvo la agradable impresion, desde el primer momento, de comunicarse con el como si estuvieran a solas. La primera vez que experimento esta deliciosa sensacion fue el dia en que tuvo lugar una larga discusion a proposito de los bultos que cargarian las mulas y los dromedarios. En contra de la opinion generalizada, Jean-Baptiste insistia en que estos ultimos soportaban menos peso que los equidos. Discutia esta cuestion con Hadji Ali, aunque el consul, el senor Mace y el padre De Brevedent tambien metian baza de vez en cuando. Aprovechando las nuevas costumbres del consulado, donde ya no se cerraban las puertas, Alix entro en la sala donde se celebraba la reunion. Se sento en un taburete a cierta distancia y simulo bordar mientras observaba a los visitantes. De pronto le parecio que el joven solo hablaba para ella. Era una impresion extrana. El discurso de Jean-Baptiste rebotaba sobre la masa opaca de hombres situados enfrente de el, y que la muchacha solo veia de espaldas, a contraluz. Las palabras de aquel joven llegaban a sus oidos redondeadas como peladillas, pues el sonido de las silabas las atenuaban hasta despojarlas de sentido. Era como una musica destinada a ella, con el unico objeto de embelesarla, cosa que lograba a las mil maravillas. Si hubieran tenido una verdadera conversacion, la muchacha habria estado pendiente del sentido de las palabras, pero este dialogo silencioso era pura emocion.De vez en cuando el joven miraba en su direccion. Sus ojos parecian llevarle lejos, hacia un punto remoto, mucho mas alla de la ventana; seguramente los demas solo percibian en su actitud la inspiracion imprecisa que persigue el orador en algunos momentos. Pero ella, con una certeza que le parecia infalible, sentia que aquella mirada se posaba en la suya y que la luz, que reflejaba su rostro y sus largos cabellos rubios, aspiraba su imagen y su persona a traves de la pupila negra de aquel ojo y mas alla, hasta el corazon recondito del hombre. Pero aunque los juegos de miradas inflamen la imaginacion, no mitigan el sentimiento. Lejos de apaciguar sus deseos de aproximarse al joven, Alix era consciente de que aquellas senales turbadoras aumentaban de dia en dia. Lamentablemente, Jean-Baptiste no hacia nada para acortar la distancia que los separaba, y ella tampoco podia debido a la dignidad de su posicion y al pudor de su sexo.

Sin embargo, una tarde, amparandose en su madre como parapeto moral, Alix casi tuvo el atrevimiento de abordar al joven cuando entraba en el consulado y ella deambulaba por el jardin con su madre. Cuando el medico pasaba a su altura por la alameda, ella miro el arbusto junto al que Jean-Baptiste se habia arrodillado hacia poco, y dijo con una voz clara para que el la oyera:

– ?Por que no le pregunta a ese senor, que conoce tan bien las plantas, el nombre de ese arbusto que vimos ayer y cuyo origen ignoramos?

Jean-Baptiste se detuvo, saludo con un ademan espontaneo y contesto con aplomo:

– Yo tambien lo he visto. Se trata de una especie desconocida; ni siquiera Linneo la recoge en su clasificacion botanica. Parece que esta especie es mas propia de las regiones.del sur. La planta nunca rebasa este tamano y solo da flores una vez en su vida, unas flores de color rojo intenso, y durante unos instantes unicamente. Algunos asocian este arbusto con el pasaje de la Biblia que alude a la famosa zarza ardiente.

Al decir estas ultimas palabras miro a la joven directamente a los ojos, y fue entonces ella la que ardio de rubor. Luego la saludo con premura y se fue.

La senora De Maillet, que no habia notado la turbacion de su hija, estuvo comentando un buen rato esta explicacion del Evangelio que tanto la habia entusiasmado. Solo una semana despues, al confiarle la anecdota a su confesor* se entero de que tales explicaciones simbolicas o cientificas de las Sagradas Escrituras eran meras patranas inventadas por cabalistas o filosofos impios.Cuando llego la vispera de la partida, Alix se percato de repente de que aquellos dias de alboroto y de alegria iban a terminar y que nunca le habia dicho una palabra en privado a aquel joven, que quiza se dejara la vida en un viaje tan peligroso. Por un instante se pregunto si seria posible un acercamiento. Como de costumbre, en el momento de franquear la puerta que la ayudaria a salir del mundo de sus suenos se quedo dudando. Aquella reaccion tan propia de ella le hizo pensar en su escaso talento para la vida real y trato de convencerse de que todos los sentimientos, todas las miradas, todos los pensamientos que habia dedicado a aquel hombre solo habian sido producto de su imaginacion. A fin de cuentas, el nunca habia intentado hablarle ni tan siquiera hacerle llegar una nota. En el momento en que hubiera dado el primer paso, se habria llevado un desengano. ?Quien se creia que era? ?Que podia pretender un retaco mofletudo como ella? En el fondo, era lo mejor que podia pasar. No la reconfortaba ninguna certeza aunque tampoco habia sido rechazada, de modo que conservaba intactas las ilusiones y fantasias que habia devanado en aquellas jornadas tan dichosas. ?Que mas podia esperar?

Jean-Baptiste, por su parte, estaba sumido en una gran perplejidad. Iba a emprender un viaje que anhelaba con todas sus fuerzas, por el mero afan de descubrir y aventurarse por otros mundos, y se preparaba para ello con entusiasmo. Pero el encuentro con Alix lo habia sumido en una tremenda inquietud.

La melancolia de su primer encuentro, en el puente de Kalish, dejo paso a la futil ensonacion del segundo, en la ventana del consulado, y luego a las frecuentes visitas y entrevistas cotidianas. Jean-Baptiste habia tenido tiempo suficiente para apreciar con claridad los sentimientos que al principio solo habia podido intuir, y para observar minuciosamente a la joven cuyo nombre ya no olvidaria jamas. La proximidad, lejos de disipar la primera impresion de gracia y de misterio, la habia fortalecido, y ahora ya era tan intensa que se habia apoderado de sus suenos hasta el punto de anorar a Alix cuando no la veia.

Al margen de la condicion social que los separaba y que habia tratado de ignorar tambien, se levantaba ante ellos una barrera insufrible, que no obstante sus ojos franqueaban sin cesar. Jean-Baptiste estaba desamparado.

Este periodo de preparativos y encuentros cotidianos apenas duro una corta semana, poco propicia para indagar en los sentimientos debido a la confusa excitacion originada por el viaje. Por otra parte, ?aquien iba a confiar sus sentimientos? Al maestro Juremi le repelian las cuestiones amorosas y nunca habia sabido donde acababa la rectitud estrictamente protestante y donde empezaba la desverguenza de los hombres de armas. Y aparte de el, Jean-Baptiste, que era el confesor de toda la ciudad, no conocia a nadie capaz de invertir los papeles y escucharle. De repente se sintio el mas solo y desgraciado de los hombres; ese pensamiento extrano que lo invadia ahora cuando estaba a punto de emprender un viaje tan vertiginoso, le permitio conocer por primera vez en su vida la paradojica dulzura de compadecerse a si mismo. La vispera de la partida, a ultima hora de la tarde, echo a andar hacia la ciudad arabe, dejo atras dos cortejos nupciales que abandonaban la mezquita de Al Azar y se interno en el jardin de Roda.

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