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Los Jardines De Luz - Maalouf Amin (версия книг .TXT) 📗

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?Eran estas las palabras de un nombre de religion?

Dos

Fue durante esta primera estancia fuera del palmeral cuando el padre y el hijo hablaron de Mariam. Anteriormente, jamas la habian mencionado e incluso ese dia Mani consiguio no pronunciar su nombre. Dijo simplemente:

– ?Supiste alguna vez que fue de ella?

Caminaban juntos por una tranquila alameda de Ctesifonte, ambos pensativos, desde hacia un rato. Amanecia y el sol no habia lanzado aun su hoguera sobre la ciudad que se despertaba lentamente envuelta en la dulzura de una brisa fluvial. Pattig no vacilo, como si estuviera convenido que la sombra que flotaba entre ellos desde hacia un cuarto de siglo debiera unirse al fin a esa reunion tardia.

– Hace algunos anos, volvi a pasar por Mardino. Me mostraron su tumba en el jardin de nuestra antigua casa. Quisiera explicarte algunas cosas, Mani…

Pero el hijo se habia inmovilizado tan bruscamente que su baston se habia clavado en el suelo. Con la palma levantada, muy cerca del rostro de Pattig, hizo ese gesto que este ultimo empleaba antano para someter a su esposa, un gesto que queria decir «ni una palabra mas».

Pattig obedecio. Fuera de su casa, siempre habia sabido obedecer. Y cuando Mani reanudo su marcha a grandes zancadas, le siguio en silencio a dos pasos de el.

En lo sucesivo, nunca se volveria a tocar ese tema, pero la herida seguia abierta y algunas torpes palabras la reavivarian a veces.

Entre Pattig y Mani iba a entablarse la mas extrana relacion que pueda concebirse entre un padre y su hijo. A lo largo de los anos, naceria y creceria una amistad, un afecto real, profundo, que, sin embargo, no se deberia a su lazo de sangre. Muy al contrario, se formaria a pesar de ese lazo y como para negarlo. Pattig seria hasta su muerte un discipulo inseparable de Mani, su mas fiel companero de viaje, su oyente mas asiduo.

Asiduo, pero muy circunspecto durante los primeros tiempos. Cada vez que Maleo cruzaba el jardin donde su amigo solia pintar y ensenar, veia al padre sentado a distancia sobre el tronco de un arbol caido, aguzando el oido hacia el orador y constantemente absorto y como atormentado. El tirio iba a veces a sentarse a su lado, saludandole con un gesto rigido y una debil sonrisa y evitando pronunciar la menor palabra que pudiera distraerle. El mismo se ponia a escuchar el discurso de Mani, a la vez que permanecia atento a las reacciones del auditorio entre el cual intentaba divisar algunos rostros familiares. A alguien que le estuviera observando le habria parecido tan atormentado como Pattig, aunque fuera por razones diferentes.

Los temores que abrigaba desde la llegada de su amigo iban a revelarse plenamente fundados, puesto que un dia, cuando Mani estaba hablando con voz potente ante una multitud mas numerosa que de ordinario, un ruido de pasos distrajo a Maleo, unos pasos fuertes que hacian crujir la hierba seca. Al volverse, sus ojos se cruzaron con los de un gzyr, un guardian del orden, que le llamo con un gesto.

– ?Quien es aquel hombre?

– Un joven sacerdote del pais de Babel. Su nombre es Mani.

– ?De que esta hablando?

– De oracion y de ayuno.

– ?Que religion profesa?

?Tambien Maleo habria querido saberlo! Pero juzgo prudente responder con una mueca:

– Creo que la del Nazareno.

El oficial inscribio la respuesta en el registro de su cabeza.

– ?Y tu quien eres? Te he visto ya por este barrio.

– Mi nombre es Maleo. Soy negociante, originario de Tiro. Pasaba…

Irritado por el murmullo que se estaba produciendo tras el, Pattig se volvio con mano amenazadora, dispuesto a imponer silencio a los perturbadores; pero la mano cayo cuando el hombre diviso al gzyr de uniforme, que le ordeno acercarse.

– ?Le conoces? -pregunto el oficial senalando a Mani.

– ?Es mi hijo!

– ?Cual es tu nombre?

– Pattig.

– Si no me equivoco, es un nombre parto.

– Si, soy parto, originario de Ecbatana.

– ?Y como es que tu hijo y tu hablais tan bien el arameo?

– Vine muy joven al pais de Babel y mi hijo nacio por aqui, en el pueblo de Mardino.

– ?A que clan perteneces?

– A los Haskaniya -dijo Pattig, recobrando de pronto un orgullo de ordinario enterrado.

– ?Un linaje de valerosos guerreros, cuyos hechos de armas estan en todas las memorias! -dijo el oficial subitamente admirativo y deferente.

La actitud complaciente fue efimera, ya que Pattig dio a conocer inmediatamente sus creencias, con un tono poco conciliador.

– Jamas en mi vida he tomado parte en una batalla. Mi religion me prohibe llevar un arma, cualquiera que sea el motivo.

– Asi que, a tus ojos, si yo esgrimo esta espada para imponer el orden y combatir a los enemigos de nuestro soberano, apenas valgo mas que un asesino o un bandolero.

Maleo juzgo que habia llegado el momento de intervenir:

– El principe Pattig y su hijo han vivido siempre retirados en un palmeral; se dedican a la lectura de los antiguos libros santos y no comprenden muy bien lo que pasa en este mundo.

El oficial se dejo ablandar por esta explicacion, asi como por el guino insistente que le hizo Maleo. Pero Pattig juzgo indispensable anadir:

– Viviamos felices en ese palmeral hasta el dia en que mi hijo decidio venir a Ctesifonte. Yo tuve que seguirle.

– ?Que ha venido a hacer aqui?

– Quiere predicar a los pueblos una nueva religion.

– ?Solo eso! ?Y por cuanto tiempo nos vais a honrar con vuestra presencia?

Pattig hablo en voz baja, como para si mismo.

– Si solo dependiera de mi, me iria al instante. Cuando se tiene la suerte de vivir lejos de esta corrupcion, de esta podredumbre, de estas tabernas…

– Era mucho mejor en el pasado -sugirio el oficial.

– Sin duda.

– Todo iba mejor en tiempos de los partos.

A pesar de su inconmensurable ingenuidad, Pattig termino por darse cuenta de que le estaban tendiendo una trampa. Pero Maleo le salio al paso inmediatamente:

– ?Que el Cielo prolongue la vida de nuestro divino senor Artajerjes y de su bienamado hijo Sapor que comparte con el el poder! Jamas esta ciudad ha sido tan prospera y tan civilizada como desde que la tomaron bajo su proteccion. ?Ojala permanezcan siempre sobre nuestras cabezas!

El oficial levanto la nariz y se retorcio el espeso bigote como diciendo «Ya veo, tirio, que conoces las formulas usuales, pero esto no bastara para sacarte del apuro». Sin embargo, tuvo que recitar a su vez:

– ?Que sean eternos!

Un silencio de veneracion sucedio a la replica consagrada. Luego, el oficial miro otra vez a Pattig de arriba abajo, disponiendose a formular una nueva pregunta que seria una nueva trampa; pero la voz de Mani se elevo, atrayendo hacia el los oidos y las miradas.

– … Dios, que es Luz pura, conocia mal el mundo de las Tinieblas, por lo que llamo al primer hombre y le dijo: «Tu, en quien estan mezclados la Luz y las Tinieblas, eres el mejor aliado que yo pueda tener. Si, hombre, eres la trampa que la Luz tiende a las Tinieblas. A ti te confio la tarea de dominar la Creacion y de preservarla».

Mientras, el oficial se iba acercando a el. Contoneando su barriguda silueta, con un corto baston en la mano y su sable al costado, cruzo el estrecho y pedregoso paso que separaba a la asistencia de Mani. Cuando se encontro justo delante de el, se detuvo y resoplo. El mensaje fue comprendido inmediatamente, puesto que todos los oyentes, sin excepcion, apartaron los ojos del orador para clavarlos en el gzyr, se levantaron uno tras otro y fueron retirandose, andando hacia atras con torpes precauciones. Luego, en cuanto pudieron, dieron media vuelta y salieron corriendo.

El oficial se sento con cara de regocijo, orgulloso de haberse convertido el solo, por el milagro de la autoridad, en la totalidad del auditorio.

Se oyo una ultima frase de Mani:

– Ensenare la religion de la belleza a los pueblos de los cuatro climas.

Luego callo, pero no por ello se movio de su sitio. Se diria que proseguia para sus adentros el sermon interrumpido. El oficial le observaba enjuiciandole y luego se mostro preocupado como si buscara inutilmente las palabras que podria dirigir a aquel hombre extrano. Finalmente, renuncio a hablarle y le dejo levantarse y alejarse con su andar renqueante.

El oyente solitario permanecio en su sitio, envarado, casi adormecido y no volvio en si hasta que Mani hubo desaparecido. Solo entonces se levanto y, corriendo, alcanzo a Maleo a la puerta de su casa.

– Diles a esos partos que no quiero volver a ver sus tunicas arrastrandose por las calles de Ctesifonte. ?Que vuelvan a su pueblo y que se entierren alli para siempre! ?Recuerdame sus nombres!

– Pattig y Mani.

– Y el tuyo es Maleo, ?no? ?Es aqui donde vives? ?Hermosa casa!

Mientras el oficial recorria lentamente la propiedad con una mirada envidiosa y amenazadora, Maleo se sorprendio contemplando las paredes de su casa con nostalgia, como si las viera de pie por ultima vez.

Entro tambaleandose y fue a tenderse en el umbrio patio donde Cloe le preparo un jarabe de moras. Se lo tomo de un trago y reclamo otro antes incluso de secarse el sudor. Si queria proteger a su familia y sus bienes, sabia lo que estaba obligado a hacer, sabia que tenia que hacerle a Mani una peticion odiosa. Pero ?como podrian salir de sus labios esas palabras? Pattig fue a hacerle compania, pero el solo le hablo con gestos y ahogados cuchicheos.

Hasta una hora mas tarde no se les unio Mani, resplandeciente, sereno, inspirado.

– He reflexionado -dijo-. Tengo que irme de esta ciudad.

Al principio, Maleo sintio un alivio que se esforzo en no dejar traslucir. Mientras, el hijo de Babel anadia con un tono algo afectado, pero que no estaba exento de malicia:

– He pedido consejo a mi Companero celeste, que me ha respondido: «Ctesifonte es una puerta gigantesca, si no puedes forzarla, trata de obtener la llave». Partire esta misma noche y si mar Pattig lo desea, podra acompanarme.

A modo de respuesta, el padre se levanto y se desato la cuerda de su tunica blanca para atarsela mas apretada.

Maleo habia encontrado de nuevo el uso de las palabras corteses.

– ?No seria mas razonable esperar al alba?

Mas alla de la formula de educacion, estaba sinceramente confuso y cada instante que pasaba, un poco mas. Se sentia avergonzado de haber deseado que Mani partiera, incluso de haber estado a punto de pedirselo. La escena que estaba viviendo le llenaba de amargura, una amargura que, lo presentia, arrastraria hasta el fin de su vida. ?No habia conservado en su memoria durante anos la imagen reconfortante de su amigo escamoteando esos huesos de datil en el refectorio del palmeral? Ahora estaba persuadido de que dentro de diez anos, de veinte anos, recordaria aun con una verguenza intacta y con la misma amargura el dia que le habia expulsado de su casa. ?Expulsado? No le habia expulsado y en los ojos de Mani no se leia ningun reproche; pero el tirio no se perdonaria jamas su falta de magnanimidad. ?Que hacer entonces? ?Retener al hijo y al padre? ?Arriesgarse a perderlo todo, su casa, su comercio, todo lo que habia construido desde su llegada a Ctesifonte?

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