Los Jardines De Luz - Maalouf Amin (версия книг .TXT) 📗
– Asi lo creo.
– ?Te lo ha dicho?
– No se lo he preguntado.
– Que la hagan venir; voy a interrogarla yo mismo.
Cada instante de espera parecia aumentar la confusion de Ormuz que comenzo a reflexionar en voz alta:
– Mi hermano mayor, Bahram, acudio a visitarme hace un ano. Vio a Denagh, le complacio y me hablo de ella. Como en aquel entonces yo tenia otros proyectos para ella, le dije que no era nubil. ?Era verdad, no lo era! Pero cuando Bahram se entere de que he dejado marchar a esa muchacha con otro, me guardara un rencor eterno. El, que mira ya con envidia todo lo que yo poseo…
Sin embargo, al terminar su monologo, el principe se mostro resignado:
– Acabas de devolverme a mi propia hija, medico de Babel, mi deuda contigo no tiene limites. Si hubiera podido pagarla con una simple palabra a mi tesorero, ?habria tenido la sensacion de haberla satisfecho?
Apenas habian cruzado el perimetro del campamento, cuando Maleo se volvio hacia Mani. Habia mil preguntas en sus labios, pero se resumian en una sola:
– ?Que vamos a hacer con ella?
Hizo un gesto con la cabeza, designando a Denagh, cuya montura estaba justo detras de la suya. Mani respondio con voz clara, para que la muchacha pudiera oirle.
– Adonde yo vaya, vendra ella. Los que me den hospitalidad, se la daran a ella tambien.
– ?Una mujer! ?La gente va a hacer mil preguntas!
– ?Porque necesitan comprender!
?Comprender? El propio Mani no habia intentado comprender. Esa Voz, interior o celeste, que hablaba a veces por su boca, le habia ordenado pedir a esa muchacha y el habia obedecido. Denagh habia venido a unirse a su caravana.
Ese dia, Maleo se alejo para ceder el sitio a Pattig, quien rumiaba sus propias inquietudes.
– Hijo mio, ?has decidido tomar mujer?
Al instante, el rostro de Mani se volvio impasible.
– ?Para que ha de tomar mujer un hombre si debe abandonarla despues?
La frase no tenia replica y el padre no se atrevio a defenderse. ?Iba a justificar su actitud hacia Mariam, su partida de Mardino despues del encuentro con Sittai en el templo de Nabu, y a recordar sus votos pronunciados en el palmeral? Demasiado sabia como reaccionaria su hijo. Por eso, prefirio apartarse a su vez.
La montura de Denagh fue entonces a cabalgar junto a la de Mani. Ambos jovenes miraban a lo lejos con asombro y alegria, y tambien, con una especie de orgullo. A caballo, el hijo de Babel parecia recordar sus origenes partos, quiza porque como en el suelo cojeaba a causa de su pierna torcida, a lomos de una montura recuperaba su buena presencia. Igualmente, Denagh parecia mas bella a caballo; su busto, de ordinario curvado debido a su pudor de adolescente, se enderezaba y mostraba su pleno desarrollo. Su piel tostada, la trenza que le caia sobre el hombro y su perfil tendido hacia el horizonte le daban la apariencia de una viajera de las estepas. Mani poso su mirada sobre ella y su montura se le acerco aun mas, hasta tal punto que sus estribos se rozaron.
Aun no habian intercambiado ni una palabra. Su silencio se prolongo, solo perturbado de cuando en cuando por los gritos de los soldados de la escolta o por algun relincho.
A lo lejos, revoloteaba ya el polvo de la ciudad.
Desde que la antigua guarnicion habia abandonado la ciudadela y las torres de las murallas, no era raro ver a los hijos de Deb subir hasta el camino de ronda, tanto por el placer de correr a lo largo de una cornisa antano prohibida, como por escrutar aquel camino del norte hasta que se perdia de vista, por donde se suponia que afluirian los invasores.
Ahora bien, aquel dia, un chiquillo comenzo a gritar y los ciudadanos acudieron corriendo y escalaron las mas altas construcciones, congregandose en tan gran numero que los tejados amenazaban con derrumbarse. Tambien se apinaban por las callejuelas cercanas a la puerta de Pashkibur que se habia mantenido abierta de par en par, como prueba de que no se proyectaba ninguna resistencia.
El rumor corrio mas deprisa que los jinetes, que estaban aun a considerable distancia; tanto, que ni siquiera la hija mayor del anciano zapatero, famosa por su larga vista y a la que habian conducido a la torre mas alta, pudo distinguir las casacas ni las ensenas. Solo pudo estimar que, a juzgar por la nube de arena que se elevaba hacia el cielo, no se trataba aun del ejercito sasanida, sino de un simple destacamento que venia, quiza, como explorador o portador de una conminacion.
Lo que no podia adivinar era que esa nube la formaba la escuadra a la que Ormuz habia encargado llevar a Mani de regreso hasta Deb. Se componia de un oficial y diez hombres, los primeros soldados sasanidas que los ciudadanos veian desde que se creian asediados, invadidos ya, y a los que tanto temian. Por otra parte, los jinetes hicieron un alto a tres estadios de las murallas; el oficial salto a tierra para saludar a Mani, y mas apresuradamente a sus companeros, antes de subir de nuevo al caballo, volver grupas y alejarse, sin que su mirada se detuviera sobre las personas, las almenas o la acogedora puerta. Puerta que Maleo, Denagh y Pattig cruzaron tranquilamente a caballo, antes de apartarse para ceder el paso al heroe del dia.
La llegada poco tumultuosa de los militares, su actitud deferente hacia Mani y, finalmente, su pronta partida habian suscitado en la multitud una jovialidad guasona e incredula. Durante algun tiempo, todos extrajeron su miedo como se hace con una astilla. Abrazaban entusiasmados y con los ojos llenos de lagrimas al desconocido mas cercano, invocaban al dios que creian causante del prodigio y bendecian a aquel que parecia ser su instrumento.
Mani penetro en la ciudad con la cabeza erguida, sereno, como si toda su vida hubiera cabalgado triunfalmente y acumulado conquistas. ?Era el despertar tardio de la sangre principesca que su padre y el mismo habian denigrado constantemente? Los fervientes devotos han buscado con frecuencia en los profetas unos origenes reales, como si, en la Tierra, la sola uncion del Cielo no confiriera suficiente legitimidad. ?No se ha vinculado a Jesus al linaje del rey David y a Buda al de los principes Sakya? Dios encarnado y, mejor aun, incierto vastago de un satrapa. ?Hay que suponer que algunos adeptos necesitan esos pobres suplementos! En la misma linea, si hay que prestar fe a las ingenuas declaraciones de los cronistas, Mani llevaba en el desde la infancia, e incluso en la humildad del palmeral de los Tunicas Blancas, ese atributo eminentemente real que es el aplomo, herencia manifiesta de los soberanos partos, cuyo imperio se habia extendido antano hasta Deb. Si no, ?como habria tenido el atrevimiento de dirigirse al nieto de Artajerjes, y mas tarde, a otras testas coronadas? ?Como habria podido desfilar con tanta soltura por aquella ciudad delirante?
Los ciudadanos convergian ahora hacia el desde todos los barrios, impacientes por interrogarle, sin que, no obstante, ninguno se permitiera abordarle, ni siquiera aquellos que le reconocian, ni siquiera aquellos que habian escuchado su sermon en la iglesia. Maleo supuso que su amigo se dirigia simplemente a casa del notable cristiano Bar-Turna, quien los habia alojado la unica noche que habian pasado en la ciudad. Pero tomo otro camino, el de la residencia del antiguo gobernador, cuya verja cruzo sin que la milicia urbana que la guardaba hiciera ademan de interponerse. Y una vez alli, cuando todos pensaban verlo subir los escalones del palacio, se aparto subitamente de la avenida pavimentada y avanzo a traves del jardin hacia una morera blanca, una morera que, segun los ancianos, era el arbol mas viejo de la region y que, solitario, se erguia sobre una tierra seca y arida, extendiendo a esa hora hacia el Oriente su sombra atormentada.
Mani echo pie a tierra y luego levanto los brazos, a fin de que la comitiva se detuviera para que el pudiera caminar solo hacia la morera, ante la cual se inclino con las palmas de las manos apoyadas en el tronco. Mientras estuviera en esa ciudad, dijo, pasaria alli su dias y sus noches.
Entonces, los ciudadanos se acercaron, formando un halo a su alrededor, y los labios menos timidos osaron formular las preguntas esperadas: ?Habia hablado con el conquistador? ?Que clase de hombre era ese Ormuz? ?Cuando tomaria posesion de su ciudad? ?Que suerte les reservaba? ?Podria reanudarse el comercio? ?Serian respetados los cultos?
– El principe que me ha recibido -respondio Mani- no esta desprovisto de sabiduria ni de discernimiento. En todos los hombres hay una chispa oculta bajo los cascos, los adornos y las cotas de mallas.
Si bien Mani no quiso prometer nada, estas pocas palabras tranquilizaron a la gente, que le rodeo aun mas. ?Que extrano era ver a aquella venerable ciudad de mercaderes confortarse asi con la compania de un mendigo recien desembarcado! En realidad, la gente de Deb tenia la ferviente conviccion de que mientras Mani estuviera alli apoyado en su arbol, y hablara y rezara, y se dejara alimentar por las mujeres mas humildes, ningun ejercito del mundo atacaria su ciudad. Por eso, poco a poco, los muelles se fueron reanimando. De nuevo se cargaba y se descargaba, y en los mercados, la gente se aventuraba a adornar los puestos.
Desde aquel momento, los habitantes de la ciudad, en una mezcolanza de clases y de creencias, se reunian bajo la morera. Alli era donde se ponian de acuerdo y arreglaban sus litigios; a veces, sus voces subian de tono, pero bastaba una palabra de la boca de Mani para que el silencio se restableciera y todos los oidos prestaran atencion. Para el hijo de Babel, ese era el auditorio sediento de verdad, para seducir al cual habia estado preparandose durante mucho tiempo. Habia tenido que ir hasta la India para encontrarlo y para descubrir, en ese espejo de multiples facetas, su propia imagen de mensajero:
– Benditos sean todos los sabios de los tiempos pasados, presentes y venideros, benditos sean Jesus, Sakyamuni y Zoroastro; una Luz unica ilumino sus palabras y es esa misma Luz la que hoy resplandece sobre Deb. Aquel de entre vosotros que siga mis ensenanzas no debera abandonar el templo en el que siempre ha rezado ni el altar sobre el que honra a los manes de sus antepasados.
En Deb, donde florecian tantas creencias, las palabras de Mani eran gratas para los oidos de los hombres conciliadores. En aquellos tiempos de prueba, fueron numerosos los que se aferraron a su fe generosa; pero, al mismo tiempo, aparecian objetores entre el auditorio, a quienes las palabras de Mani escandalizaban y desconcertaban: