Los Jardines De Luz - Maalouf Amin (версия книг .TXT) 📗
– Si pronuncias la palabra «ventajas» es que ya has elegido.
A lo largo de las etapas, los fieles se multiplicaban, sobre todo en las ciudades, entre los artesanos, los comerciantes, los extranjeros y los mestizos. No cabia la menor duda, Mani seducia a los que vivian encerrados en el orden estricto de las religiones y de las castas, a los que sufrian por sentirse desgarrados entre diferentes adhesiones, a los que no se creian sentados desde siempre y para siempre en un mullido cojin de privilegios.
Sin embargo, donde sus ensenanzas se propagaban mas despacio era en el seno de la casta mas desprovista. ?Como iba a obtener la adhesion entusiasta de los campesinos si decia: «No mateis al arbol, no daneis a la tierra»? Por el contrario, gano para su causa a algunos ilustres representantes de la casta de los guerreros, como Peroz y Mirhshah, dos hermanos de Sapor. Y sobre todo, evidentemente, al precursor de todos, el hijo menor del rey de reyes, Ormuz, que se proclamaba ya abiertamente discipulo de Mani y que, a la vez que seguia adorando a Ahura Mazda, mando acunar en Deb unas monedas que llevaban en el reverso la efigie de Buda. A decir verdad, la mayoria de sus iguales le censuraban, asi como los magos. Ante los altares del fuego de Ctesifonte, de Persida y de Atropatena se celebraban reuniones tormentosas. ?Buda en las monedas sasanidas! ?Quien lo hubiera creido! ?Y por que no, manana, la cruz del Nazareno?
Exclamaciones e interrogaciones que no se dirigian, evidentemente, a Mani. Que quisiera conmocionar asi el orden del Imperio, sacudir los fundamentos sobre los que habian sido establecidas la dinastia sasanida y la Religion Verdadera confirmaba, a los ojos de todos, el juicio implacable de Kirdir, «un nazareno de la especie mas hipocrita, un lobo de dos patas». Pero ?y Sapor? ?Por que el divino rey de reyes, senor del Imperio, querria destruir con sus manos lo que constituia el fundamento de su poder?
En los conciliabulos de los nobles y de los magos se preferia creer que habia sido enganado. En cuanto estuviera convenientemente informado de los estragos causados por el hereje, sin duda alguna le retiraria su proteccion y le infligiria el castigo ejemplar que la ley habia previsto. Una delegacion, formada por los principes de sangre real y los magos de mayor categoria, se presento ante el Trono, encargada de las quejas.
– Ese tal Mani conduce una horda de mendigos que se abaten sobre cada localidad del Imperio como las langostas sobre un oasis. Desafia los mandamientos celestes e incita al vulgo a despreciar a aquellos a quienes el nacimiento ha colocado por encima de sus cabezas. El artesano se quiere convertir en escriba, el escriba quiere ser noble, el respeto y la autoridad se pierden, el orden de la dinastia se derrumba y corre por todo el Imperio que es nuestro divino senor en persona quien ha querido que esto sea asi…
Sapor escucho. Se ensimismo en una larga meditacion y luego se levanto inesperadamente. Los cortesanos solo tuvieron tiempo de inclinarse con el rostro contra el suelo. Cuando se atrevieron a mirar de nuevo hacia el trono, la cortina estaba ya cerrada.
?Se habria conmovido el rey de los reyes por lo que le habian revelado? ?Le habria incomodado el tono empleado por los principes y los magos? En todo caso, a los miembros de la delegacion no se les infligio ningun castigo, pero tampoco se tomo ninguna medida en contra de Mani.
Pasaron algunas semanas y no sucedio nada. Los conciliabulos y las discusiones se reanudaron. Si el divino Sapor no habia reaccionado -pensaba Kirdir-, era porque no valoraba el alcance de los peligros o porque vacilaba. Si se produjera un incidente grave, el monarca se veria obligado a tomar partido resueltamente.
Tres
Kirdir no tuvo necesidad de suscitar el incidente grave, ya que fue Mani quien creo todas las condiciones para que se produjera, al decidir subitamente ir a Ecbatana, metropoli de Media, de donde su padre era originario, y feudo secular de los magos. La visita en si misma tenia trazas de provocacion, tanto mas cuanto que el hijo de Babel se ocupo de anunciarlo con varias semanas de anticipacion en un sermon publico pronunciado en la plaza mayor de Seleucia, barrio de Ctesifonte, precisando que ese viaje seria duro y que no animaba a sus fieles a seguirle; pero le siguieron a cientos.
Entre sus adversarios, fue Kirdir el que decidio acudir alli en persona, no sin haber tomado antes la precaucion de hacerse acompanar por Bahram, el hijo mayor de Sapor. Ni entre la casta de los magos ni entre la de los guerreros tenia Mani enemigos mas feroces. Kirdir veia en el hijo de Babel una amenaza para el nuevo orden religioso que los magos intentaban imponer en el Imperio, mientras que Bahram veia en el, sobre todo, a un aliado de su hermano menor Ormuz, al que le enfrentaba una tenaz rivalidad. Evidentemente, la suerte de Denagh no habia hecho mas que envenenar las cosas: que una joven de la nobleza, codiciada por Bahram, hubiera preferido seguir al medico de Babel en sus vagabundeos con el consentimiento de Ormuz, era un ultraje que no podia olvidarse. ?El episodio de Ecbatana no seria mas que el preludio de las venganzas venideras!
La primera prueba que la comitiva de Mani tuvo que afrontar fue el frio. El otono tocaba a su fin. Los dias fueron aun agradables mientras caminaron por las llanuras de Mesopotamia, pero en cuanto se internaron por los caminos de montana tuvieron que usar ropas de abrigo. A seis parasangas de Ecbatana encontraron las primeras extensiones de nieve, que los nativos de los pantanos palpaban con fascinacion.
Por suerte, la comitiva no estaba formada por las «hordas de mendigos» de los que los magos se complacian en burlarse. En efecto, entre los fieles habia mercaderes prosperos que consideraban un deber vestir, calzar y alimentar a los ascetas. Uno de ellos era Maleo, quien, a la hora en que las discusiones religiosas se animaban, siempre encontraba ocupacion en otra parte, generalmente junto a las monturas, ya que se habia atribuido la tarea de evitar a Mani todas las preocupaciones terrenales. Como tenia la experiencia de las caravanas, se revelo como el mas eficaz de los organizadores. Se podia ver, incluso, amontonados sobre los lomos de las mulas, abrigos y mantas de lana guardados en reserva para mayores inclemencias. No iban a resultar superfluas, como lo marcaba un gigantesco leon colocado a la entrada de Ecbatana, que llevaba en lo alto de su melena un copo blanco, minusculo, pero humillante para la estatua mas celebre del Imperio, esculpida precisamente a modo de talisman para proteger a la ciudad contra las nevadas.
A la llegada de Mani, las calles de Ecbatana estaban desiertas o lo parecian. El viento matinal se habia calmado; el sol, en medio del cielo, apenas estaba velado y sus jovenes rayos se esforzaban en entibiar la atmosfera. La comitiva atraveso una calle bordeada de tiendecillas todas cerradas. Sin embargo, no era la hora de la comida ni la de la siesta. ?Que otro momento escogeria la poblacion para trabajar, pasearse, hacer recados y compras?
– ?Donde esta la gente? -murmuro Denagh ingenuamente.
– Espiandonos detras de las rejas de las ventanas. Aparentemente han recibido orden de permanecer en su casa.
Mani habia respondido mientras daba una palmada a su montura; luego miro a Denagh con aire de regocijo, por lo que ella presintio que habia motivo para inquietarse. Por otra parte, el prosiguio con un acento de radiante desafio:
– A las puertas de la ciudad nos han dejado pasar sin la menor pregunta. Ahora nos estan observando sin cortarnos el paso. No se aun cual es el lugar que han elegido para esperarnos. Quiza frente a la ciudadela.
Denagh, como todos los de la comitiva, divisaba ya, por encima de las casas bajas, la sombria silueta de lo que habia sido antano el ultimo baluarte de Dario. Cuando Alejandro invadio Persia, el rey de reyes habia mandado construir en Ecbatana un castillo de mil habitaciones, tan vasto como una ciudad, una especie de monstruosa caja de caudales donde encerrar, tras ocho pesadas puertas de hierro, a sus mujeres y a sus hijos mas jovenes, asi como su tesoro. El conjunto era ya una ruina, pero se habia reconstruido un ala donde, de cuando en cuando, residia algun miembro de la familia reinante.
Por las calles cercanas a la ciudadela patrullaban los soldados en grupos de diez, a pie o a caballo, ajetreandose como si estuvieran en un campo de maniobras, sin una mirada para la caravana que se acercaba. Denagh pregunto a Mani si no seria prudente volver sobre sus pasos, pero este no quiso escucharla. Aunque estuviera amenazado de secuestro y de muerte, pasaria la noche en la ciudad, ya que nadie podia ignorar que estaba provisto de la mas alta autorizacion. Para subrayar mejor sus palabras, salto a tierra y solto la brida. Sus companeros le imitaron, de suerte que ahora los soldados estaban entre ellos y a su alrededor; un hervidero de soldados agitandose en medio de ellos, pero sin tocar a nadie.
Mani se detuvo y levanto las manos, como lo hacia cuando deseaba que su comitiva se detuviera. El habia reanudado la marcha, solo, por la explanada que llevaba a la ciudadela, cuando de pronto, obedeciendo a alguna senal convenida, cinco escuadras de soldados de infanteria se lanzaron hacia el rodeandolo por todas partes y formando con sus cuerpos una barrera inmovil. Con un empeno irrisorio, algunos fieles, y sobre todo las mujeres, intentaron apartar a los soldados para liberar a Mani, pero este les pidio que se alejaran. Solo Denagh se obstino en forzar la linea de los militares, quienes, de pronto, le abrieron paso ostensiblemente como si tuvieran instrucciones especiales relativas a la muchacha de la trenza, que corrio a reunirse con el Mensajero.
Bahram, subido en la mas alta de las atalayas, observaba con delectacion la escena junto a Kirdir; sin que se le hubiera molestado, sin que se le hubiera dirigido la menor palabra de amenaza, Mani se encontraba encerrado con su companera en esa extrana prision, cuyos muros pronto se hicieron mas gruesos con una segunda fila de soldados. Pasaron la noche, y luego el dia, y de nuevo la noche en el mismo lugar, sin fuego, agua ni comida, y tambien sin mantas, calentandose solo con su mutua presencia reconfortante, mientras que los hombres de la guardia se relevaban por turno cada dos horas.
Hasta dos dias despues, cuando le informaron de que «el hereje» acababa de desmayarse en los brazos de Denagh, no ordeno el hijo mayor de Sapor que cesara el castigo. Y mientras los fieles se precipitaban a prestar auxilio a los secuestrados y se apresuraban a llevarse a Mani fuera de Ecbatana, temiendo que al recuperar el conocimiento decidiera prolongar su estancia, Bahram se fue a celebrar un banquete, haciendo resonar su risa por toda la ciudad. Si Mani se quejaba al rey de reyes, el principe siempre podria alegar que no habia hecho mas que asegurar al maximo la proteccion del visitante y que nadie le habia levantado la mano.