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La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de (книги онлайн бесплатно без регистрации полностью txt) 📗

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Al acabar el mes trasladaria la informacion a un grafico que registraba la incidencia de las enfermedades individuales sobre el calendario. Sabia de antemano que las fiebres tendian a aumentar marcadamente en verano, apoyando su teoria de que eran un subproducto de las emanaciones nocivas que se manifestaban en su maxima virulencia con el calor. A la inversa, los indices de mortalidad, registrados en otro grafico, descendian en esa epoca del ano; el numero mas elevado de decesos era consecuencia de afecciones de pecho, y era en los meses de frio cuando hacian estragos.

Llevaba un meticuloso registro, sacando informacion del caos. Nada tenia sentido si se veia aisladamente, fuera de su contexto. Era preciso discernir las pautas.

Poco antes ese ano, Paris habia decretado que en adelante todos los sospechosos politicos serian trasladados a la capital para ser juzgados alli. Castelnau habia protestado energicamente. La pluma de Mercier se habia superado a si misma: «Entre el pueblo y sus enemigos no puede haber mas que la espada. Solo cuando la ven caer rapidamente los mismos ciudadanos que han identificado la traicion en el corazon de sus vecinos, podemos estar seguros de mantener en Castelnau el ardor revolucionario al rojo vivo». Ya fuera aturdida por la elocuencia de Mercier o sofocada por sus propios enredos burocraticos, la Convencion se habia ablandado: Castelnau conservo su tribunal. La victoria se celebro con hogueras y la distribucion de un poema compuesto por un oficial municipal inferior. Empezaba: «?Oh, Castelnau! Todos los que hemos mamado de tus abundantes pechos…».

Las ejecuciones tenian lugar ahora cada cuatro dias, los crimenes contra la Revolucion representaban un promedio de cinco muertes cada vez.

«Errores de interpretacion.» El ya no estaba seguro de tener la fe para restarles importancia.

Fuera, una vaga conmocion -aranazos, golpes, crujidos, voces susurradas- senalaba que los pacientes que habian sido sacados al jardin para disfrutar del sol y el aire puro estaban siendo llevados de vuelta a sus salas. Cogio una hoja de papel y se puso a escribir.

Cuando hubo terminado, la habitacion habia sido ocupada por la oscuridad. Oyo el ruido metalico de un objeto -?un cuchillo, una sarten, una bandeja de laton?- al caer en el pasillo. Se disponia a encender la lampara cuando penso: ?Para que? La semioscuridad gris que se filtraba por la ventana duraria facilmente el tiempo que hiciera falta.

Buscaba a tientas la botella en el armario que habia junto al escritorio de Ducroix cuando alguien llamo a la puerta. No habia oido pasos. Venian sin hacer ruido, al caer la noche, era entonces cuando llamaban a la puerta, mostraban sus ordenes, registraban la casa y te llevaban con ellos. Paralizado de miedo, el corazon le dio un vuelco enloquecido.

Ella estaba alli, sosteniendose sobre un pie, vestida con ropa de calle.

– No queria irme sin asegurarme de que esta bien.

El alargo una mano, la hizo entrar en la habitacion y cerro la puerta.

– Sophie -dijo sin soltarle la muneca-, tengo intencion de dimitir del Comite. He escrito una carta a Ricard.

– Estoy segura de que la decision que ha tomado es correcta. Y sin duda valiente.

– ?Significa eso que le parece necia?

– Oh, no -dijo ella muy seria-, en ese caso le hubiera dicho que tenia valor.

Y entonces el empezo a besarla.

5

Habiendo amanecido temprano, Joseph camino por calles donde las sombras seguian frias, hasta que salio a los muelles y el calor le rodeo los hombros como un brazo amigo. Un nino y dos viejos pescaban en el rio deslumbrante por el sol. Unas aves blancas, torpes puntadas sobre una tela azul, llenaban el aire de graznidos quejumbrosos.

– C a ira! -bramo el cruzando a grandes zancadas el puente-. C a ira!

El centinela que se mondaba los dientes lo siguio con la mirada agriamente, preguntandose que motivos tenia ese tipo para cantar.

Estaban montando el mercado en la plaza del final de su calle, y una mujer que no podia dejar de bostezar le vendio un enorme ramo de lilas blancas, que dejo en la jarra junto a la palangana. El aroma inundo su habitacion, alguien bajo con estrepito las escaleras, le faltaba un boton de la camisa.

6

En todo Castelnau, el decreto del comite de cerrar con candado las iglesias se topo con una furiosa resistencia. Los obreros textiles amenazaron con ir a la huelga; los estibadores y barqueros la declararon. De todas partes llegaron cartas protestando por la violacion del derecho de un ciudadano a escoger el lugar y la forma de su culto. La injusticia, que coincidio con el buen tiempo primaveral, lleno las calles de un torrente de manifestaciones: carreteros, prestamistas, vinateros, zapateros, verduleras, viajeros, barberos, afiladores de cuchillos, herreros, canteros, sastres, exterminadores de ratas, encuadernadores de libros, adivinos, flautistas, cantantes de baladas, vendedores de violetas, contrabandistas de armagnac. Vecinos que hacia anos que no se hablaban se apinaban en rellanos.

Cuando en la reunion del club llego la hora de las preguntas, un ebanista pregunto a bocajarro si Paris habia decretado el cierre de las iglesias; el alcalde tuvo que admitir que la decision habia sido iniciativa suya. Los candados fueron retirados a la manana siguiente por los mismos cerrajeros que los habian colocado. En una reunion de emergencia del comite, Mercier trato de restar importancia al fiasco.

– Un pueblo dominado por el clero se aferra a sus rituales. Con el tiempo entraran en razon.

– Y hasta que lo hagan -dijo Joseph- podemos guillotinarlos.

Nadie se abalanzo sobre el. Pero no le hubiera importado, ya no.

– Si los conservadores se alian con los trabajadores… -No hizo falta que Chalabre terminara la frase.

Fue a Ricard, por supuesto, a quien se le ocurrio la contraestrategia: dado que los ataques directos a la Iglesia se habian limitado a hacer el juego al enemigo, ?por que no proporcionar una alternativa al cristianismo? Tenia pensado una serie de celebraciones basadas en el nuevo calendario que, gradual e imperceptiblemente, reemplazarian las viejas fiestas liturgicas y de santos proporcionando a los trabajadores las mismas oportunidades para descansar y divertirse. Un Festival de la Juventud en primavera, un Festival del Matrimonio en verano, un Festival de la Agricultura en otono.

Joseph habia querido hablar con Ricard antes de entregarle formalmente la dimision. Pero el alcalde se marcho apresuradamente del comite mientras seguian deliberando, porque llegaba tarde a una reunion con los dirigentes de los trabajadores del rio que estaban en huelga. Y ya habian pasado cuatro dias.

Diciendose que Ricard lo comprenderia, dejo el sobre en su escritorio y siguio a Mercier escaleras abajo.

Por un golpe de buena suerte, acababa de llegar al ayuntamiento la estatua de Rousseau que habian encargado el ano pasado. El Festival de la Libertad, la primera de las nuevas fiestas, se organizo apresuradamente en torno a ella.

Floreal era el mes de las flores. En la plaza, frente al Templo de la Razon -antano conocido como la catedral de Saint-Denis-, habia montones de rosas blancas y rojas. Ramas frondosas y guirnaldas de calendulas adornaban los edificios que la rodeaban, y a ambos lados de la rue de la Liberte habia gente vestida de blanco: a la derecha los hombres con sus hijos varones, a la izquierda las mujeres y las ninas, todos con ramos de flores y cestas de fruta.

A lo largo de un lado de la plaza se habian colocado hileras de bancos reservados para los dignatarios. Al ocupar su asiento Joseph se vio obligado a pasar por detras del alcalde. Vacilo… y Ricard, volviendose hacia el, lo saludo con la afabilidad de costumbre.

El alivio y la gratitud se manifestaron como un torrente de perogrulladas: un dia perfecto, la ciudad estaba esplendida, habia que felicitar a todo el mundo, esperaba que el alcalde estuviera bien. Y donde estaba Lisette, hacia mucho que no la veia. Se habia despertado con jaqueca, respondio Ricard.

– Nunca le ha sentado bien el calor.

La gente se abria paso a lo largo de la fila a sus espaldas. Ricard le tendio la mano; el se la estrecho y siguio andando.

Un batallon de chicos se acerco marchando bajo una pancarta en la que se leia: «Nos puso a Emilio como modelo». Tendria que memorizarlo para Matty. En el coro apinado en el angulo adyacente a la plaza distinguio a dos ninas resplandecientes en seda blanca y fajines azules, cogidas de la mano, el cabello pelirrojo brillando al sol.

Sol, musica, una patriotica manana de banderas ondeando.

Las voces inmaculadas de los ninos.

Penso en lo facil que era rechazarlo todo calificandolo de sentimiento barato, emocion orquestada. Pero lo vio como la inexorable marcha humana hacia la hermandad, un tambaleante impulso de alcanzar la bondad, y se sintio profundamente conmovido.

Habian plantado un roble en el centro de la plaza. A su sombra, la estatua cubierta por un velo esperaba en su pedestal. Dejaban de oirse las canciones cuando Ricard y un grupo de concejales abandonaron sus asientos para subir a la tarima que se habia levantado al lado de la estatua. El alcalde llevaba un sombrero con plumas, y su abrigo verde era del mismo tono que las hojas del roble. Joseph vio a una de las ninas dar un codazo a su hermana, senalando con la cabeza a su padre, que se alzaba sobre los otros hombres conforme subia los escalones de la tarima.

Deberia haber ido a verlo, penso. Deberia haberle explicado sus razones. Pero el pesar se escurrio como un pez por delante de el y desaparecio sin dejar ninguna onda en el agua. Ultimamente, aunque rebosaba de una vaga y risuena benevolencia, las demas personas no le parecian ni interesantes ni relevantes. «Sophie», decia a menudo en alto, sobresaltando a la gente a su alrededor, «Sophie». El tiempo que pasaba lejos de ella transcurria en un estado de ensonacion alerta.

La voz de Ricard se extendio sobre la silenciosa plaza. El roble representaba la resurreccion de la libertad en Francia, dijo, era el arbol genealogico de la gran familia de los hombres libres que un dia heredarian el mundo. El roble creceria y resistiria durante generaciones. Los ninos reunidos hoy bajo sus ramas volverian dentro de unos anos con sus propios hijos y nietos, y les hablarian con orgullo de los heroicos dias en que los hombres rompieron las cadenas y nacio la libertad.

A la izquierda de Joseph hubo un movimiento. Miro de soslayo y vio a una mujer secandose los ojos con un panuelo con fragancia de lavanda. Evidentemente, el no era el unico que se habia dejado conmover. De pronto la mujer estornudo con violencia, tres veces. Fiebre del heno, reconocio el, y sonrio.

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