¿Por Quién Doblan Las Campanas? - Хемингуэй Эрнест Миллер (читать книги онлайн бесплатно полностью без сокращений .TXT) 📗
- Bebe -dijo a Robert Jordan-. Llevaré los míos y cuatro más. Con eso tienes doce. Esta noche, hablar todo esto. Tengo sesenta palos de dinamita. ¿Los quieres?
- ¿De qué porcentaje son?
- No lo sé; dinamita ordinaria. Los llevaré.
- Haremos saltar el puentecillo de arriba con ellos -dijo Robert Jordan-; es una buena idea. ¿Vendrá usted esta noche? Tráigalos; ¿quiere? No tengo órdenes sobre eso, pero tiene que ser volado.
- Iré esta noche. Luego, cazar caballos.
- ¿Hay alguna probabilidad de encontrarlos?
- Quizás. Ahora, a comer.
«Me pregunto si habla así a todo el mundo -pensó Robert Jordan-. O bien cree que es así como hay que hacerse entender de un extranjero.»
- ¿Y adonde iremos cuando acabe todo esto? -vociferó Pilar en la oreja del Sordo.
El Sordo se encogió de hombros.
- Habrá que organizar todo eso -dijo la mujer.
- Claro -dijo el Sordo-. ¿Cómo no?
- La cosa se presenta bastante mal -dijo Pilar-. Habrá que organizarlo muy bien.
- Sí, mujer -dijo el Sordo-. ¿Qué es lo que te preocupa?
- Todo -gritó Pilar.
El Sordo sonrió.
- Has estado demasiado tiempo con Pablo -dijo.
«De manera que sólo habla ese español zarrapastroso con los extranjeros -se dijo Jordan-. Bueno, me gusta oírle hablar bien.»
- ¿Adonde crees que deberíamos ir? -preguntó Pilar.
- ¿Adonde?
- Sí.
- Hay muchos sitios -dijo el Sordo-. Muchos sitios. ¿Conoces Gredos?
- Hay mucha gente por allí. Todos aquellos lugares serán barridos en cuanto ellos tengan tiempo.
- Sí. Pero es una región grande y agreste.
- Será difícil llegar hasta allí -dijo Pilar.
- Todo es difícil -dijo el Sordo-; se puede ir a Gredos o a cualquier otro lugar. Viajando de noche. Aquí esto se ha puesto muy peligroso. Es un milagro que hayamos podido estar tanto tiempo. Gredos es más seguro que esto.
- ¿Sabes adonde querría yo ir? -preguntó Pilar.
- ¿Adonde? ¿A la Paramera? Eso no vale nada.
- No -dijo Pilar-. No quiero ir a la Sierra de la Paramera. Quiero ir a la República.
- Muy bien.
- ¿Vendrían tus gentes?
- Sí, si les digo que vengan.
- Los míos no sé si vendrían -dijo Pilar-. Pablo no querrá venir; sin embargo, allí estaría más seguro. Es demasiado viejo para que le alisten como soldado, a menos que llamen otras quintas. El gitano no querrá venir. Los otros no lo sé.
- Como no pasa nada por aquí desde hace tiempo, no se dan cuenta del peligro -dijo el Sordo.
- Con los aviones de hoy verán las cosas más claras -dijo Robert Jordan-; pero creo que podrían operar ustedes muy bien partiendo de Gredos.
- ¿Qué? -preguntó el Sordo, y le miró con ojos planos. No había cordialidad en la manera de hacer la pregunta.
- Podrían hacer ustedes incursiones con más éxito desde allí -dijo Robert Jordan.
- ¡Ah! -exclamó el Sordo-. ¿Conoces Gredos?
- Sí. Se puede operar desde allí contra la línea principal del ferrocarril. Se la puede cortar continuamente, como hacemos nosotros más al sur, en Extremadura. Operar desde allí sería mejor que volver a la República -dijo Robert Jordan-. Serían ustedes más útiles allí.
Los dos, mientras le escuchaban, se habían vuelto hoscos. El Sordo miró a Pilar y Pilar miró al Sordo.
- ¿Conoces Gredos? -preguntó el Sordo-. ¿Lo conoces bien?
- Sí -dijo Robert Jordan. -¿Adonde irías tú?
- Por encima de El Barco de Avila; aquello es mejor que esto. Se pueden hacer incursiones contra la carretera principal y la vía férrea, entre Béjar y Plasencia.
- Muy difícil-dijo el Sordo.
- Nosotros hemos trabajado cortando la línea del ferrocarril en regiones mucho más peligrosas, en Extremadura -dijo Robert Jordan.
- ¿Quiénes son nosotros?
- El grupo de guerrilleros de Extremadura.,.
- ¿Sois muchos?
- Como unos cuarenta..
- ¿Y ése de los nervios malos y el nombre raro? ¿Venía de allí? -preguntó Pilar.
- Sí.
- ¿En dónde está ahora?
- Murió; ya se lo dije.
- ¿Tú vienes también de allí?
- Sí.
- ¿Te das cuenta de lo que quiero decirte? -preguntó Pilar.
«Vaya, he cometido un error -pensó Robert Jordan-. He dicho a estos españoles que nosotros podíamos hacer algo mejor que ellos, cuando la norma pide que no hables nunca de tus propias hazañas o habilidades. Cuando debiera haber-: los adulado, les he dicho lo que tenían que hacer ellos, y ahora están furiosos. Bueno, ya se les pasará o no se les pasará. Serían ciertamente más útiles en Gredos que aquí. La prueba es que aquí no han hecho nada después de lo del tren, que organizó Kashkin. Y no fue tampoco nada extraordinario. Les costó a los fascistas una locomotora y algunos ombres; pero hablan de ello como si fuera un hecho importante de la guerra. Quizás acaben por sentir vergüenza y marcharse a Gredos. Sí, pero quizá también me larguen a mí de aquí. En cualquier caso, no es una perspectiva demasiado halagüeña la que tengo ahora delante de mí.»
- Oye, inglés -le dijo Pilar-. ¿Cómo van tus nervios?
- Muy bien -contestó Jordan-; perfectamente.
- Te lo pregunto porque el último dinamitero que nos enviaron para trabajar con nosotros, aunque era un técnico formidable, era muy nervioso.
- Hay algunos que son nerviosos -dijo Robert Jordan.
.-No digo que fuese un cobarde, porque se comportó muy bien -siguió Pilar-; pero hablaba de una manera extraña y pomposa -levantó la voz-. ¿No es verdad, Santiago, que el último dinamitero, el del tren, era un poco raro?
- Algo raro -confirmó el Sordo, y sus ojos se fijaron en el rostro de Jordan de una manera que le recordaron el tubo de escape de un aspirador de polvo-. Sí, algo raro, pero bueno.
- Murió -dijo Robert Jordan al Sordo-. Ha muerto.