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Pideme lo que quieras, ahora y siempre - Maxwell Megan (хорошие книги бесплатные полностью .txt) 📗

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Ambas sonreimos. Cuando llego a la habitacion y cierro la puerta, me pica el cuello. ?Dios, los ronchones! Me miro en el espejo y tengo el cuello plagado de ellos. ?Malditos!

Dispuesta a salir de esta casa como sea, me quito el pijama. Me visto y, abrigada, regreso al salon, donde esos dos ya estan jugando con la Wii ?Que majos! A grandes zancadas me acerco hasta ellos. Tiro del cable de la Wii y la desconecto. La musica se para; ambos me miran.

—Me voy a dar una vuelta. ?La necesito! —Y cuando Eric va a decir algo, lo senalo y siseo—: Ni se te ocurra prohibirmelo. Por tu bien, ?ni se te ocurra!

Salgo de la casa. Nadie me sigue.

La pobre Simona intenta convencerme de que me quede, pero sonriendole le indico que estoy bien, que no se preocupe. Cuando llego a la verja y salgo por la pequena puerta lateral, Susto viene a saludarme. Durante un rato camino por la urbanizacion con el perro a mi lado. Le cuento mis problemas, mis frustraciones, y el pobre animal me mira con sus ojos saltones como si entendiera algo.

Tras un largo paseo, cuando vuelvo a estar de nuevo frente a la verja de la casa, no quiero entrar y llamo a Marta. Veinte minutos despues, cuando casi no siento los pies, Marta me recoge con su coche y nos marchamos. Me despido de Susto. Necesito hablar con alguien que me conteste, o me volvere loca.

20

Con la tension a tropecientos mil, me bebo una cerveza ante la cara seria de Marta. Por mis palabras y mi enfado, se hace una idea de lo que ha pasado.

—Tranquila, Jud. Ya veras como cuando regreses todo esta mas tranquilo.

—?Oh, claro..., claro que estara mas tranquilo! No pienso dirigirles la palabra a ninguno de los dos. Son tal para cual. Pitufo grunon y pitufo enfadica. Si uno es cabezon, el otro lo es aun mas. Pero por Dios, ?como puede tu hermano darle un cheque de regalo de Navidad a un nino de nueve anos? ?Y como puede un nino de nueve anos ser un viejo prematuro?

—Ellos son asi —se mofa Marta.

Entonces, le suena el movil. Habla con alguien y cuando cuelga dice:

—Era mama. Me ha comentado que mi primo Jurgen la ha llamado y le ha dicho que hoy tiene una carrera de motocross no muy lejos de aqui, por si te lo queria decir a ti. ?Quieres que vayamos?

—Por supuesto —asiento, interesada.

Tres cuartos de hora despues, en medio de un descampado nevado, estamos rodeadas de motos de motocross. Yo tengo las revoluciones a mil. Deseo saltar, brincar y correr, pero Marta me frena. Animada, veo la carrera. Aplaudo como una loca, y cuando acaba, nos acercamos a saludar a Jurgen. El joven, al verme, me recibe encantado.

—He llamado a la tia Sonia porque no tenia tu telefono. No queria llamar a casa de Eric. Se que este deporte no le gusta.

Yo asiento. Le entiendo, y le doy mi movil. El me da el suyo. Despues, miro la moto.

—?Que tal se conduce con las ruedas llenas de clavos?

Jurgen no lo piensa. Me entrega el casco.

—Compruebalo tu misma.

Marta se niega. Le preocupa que me pase algo, pero yo insisto. Me pongo el casco de Jurgen y arranco la moto.

?Guau! Adrenalina a mil.

Feliz, salgo a la helada pista, me doy una vuelta con la moto y me sorprendo gratamente al notar el agarre de las ruedas con clavos a la nieve. Pero no me desfogo. No voy con las protecciones necesarias y se que si me caigo me hare dano. Una vez que regreso al lado de Marta, esta respira y, cuando le doy a Jurgen el casco, murmuro:

—Gracias. Ha sido una pasada.

Jurgen me presenta a varios corredores, y todos ellos me miran sorprendidos. Rapidamente todos dicen eso de «ole, toros y sangria» al saber que soy espanola. Pero bueno, ?que concepto tienen los guiris de los espanoles?

Tras la carrera, nos despedimos, y Marta y yo nos vamos a tomar algo. Ella decide donde ir. Cuando nos sentamos, todavia estoy emocionada por la vueltecita que me he dado con la moto. Se que si Eric se entera, pondra el grito en el cielo, pero me da igual. Yo lo he disfrutado. De pronto, soy consciente de como Marta mira con disimulo al camarero. Ese rubio ya ha venido varias veces a traernos las consumiciones y, por cierto, es muy amable.

—Vamos a ver, Marta, ?que hay entre el camarero buenorro ese y tu? —indago, riendo.

Sorprendida por la pregunta, responde:

—Nada. ?Por que dices eso?

Segura de que mi intuicion no me engana, me repanchingo en la silla.

—Punto uno: el camarero sabe como te llamas, y tu sabes como se llama el. Punto dos: a mi me ha preguntado que clase de cerveza quiero, y a ti te ha traido una sin preguntarte. Y punto tres, y de vital importancia: me he dado cuenta de como os mirais y os sonreis.

Marta rie. Vuelve a mirarlo y, acercandose a mi, murmura:

—Nos hemos visto un par de veces. Arthur es muy majo. Hemos tomado algo y...

—?Guau! Aqui hay tema que te quemas —me mofo, y Marta suelta una carcajada.

Sin disimulo, miro al tal Arthur. Es un joven de mi edad, alto, con gafitas y guapete. El, al ver que lo miro, me sonrie, pero su mirada de nuevo vuela hacia Marta mientras recoge unos vasos de la mesa de al lado.

—Le gustas mucho —canturreo.

—Me consta, pero no puede ser —contesta riendo Marta.

—?Y por que no puede ser? —pregunto, curiosa.

Marta toma primero un trago de su cerveza.

—Salta a la vista, ?no? Es mas joven que yo. Arthur solo tiene veinticinco anos. ?Es un nino!

—Oye..., pues tiene la misma edad que yo. Por cierto, ?cuantos anos tienes tu?

—Veintinueve.

La carcajada que suelto provoca que varias personas nos miren.

—?Y por cuatro anos piensas eso? Venga ya, Marta, por favor: te consideraba mas moderna para no preocuparte por la chorrada de la edad. ?Desde cuando el amor tiene edad? Y antes de que digas nada, quiero que sepas que si tu hermano fuera mas pequeno que yo y a mi me gustara, no me pararia nada. Absolutamente nada. Porque, como dice mi padre, la vida... ?es para vivirla!

Nos reimos las dos, y cuando va a responder, escuchamos a nuestras espaldas:

—Marta, que bueno verte por aqui.

Ambas nos volvemos y nos encontramos a dos hombres y una mujer. Ellos, muy monos, por cierto. Marta sonrie, se levanta y los abraza. Segundos despues, mirandome a mi, dice:

—Judith, te presento a Anita, Reinaldo y Klaus. Ellos trabajan conmigo en el hospital y Anita tiene una maravillosa y exclusiva tienda de moda.

Se sientan con nosotras y, olvidandome de mis problemas, me centro en conocer a esos muchachos, que rapidamente nos hacen reir. Reinaldo es cubano y sus expresiones tan latinas me encantan. Mi movil suena. Es Eric. Sin querer evitarlo, lo cojo, y todo lo seria que puedo contesto:

—Dime, Eric.

—?Donde estas?

Como no se realmente donde estoy, al observar a Marta reir con los muchachos, se me ocurre responder:

—Estoy con tu hermana y unos amigos tomando algo.

—?Que amigos? —pregunta Eric con impaciencia.

—Pues no lo se, Eric... Unos. ?Yo que se!

Oigo que resopla. Eso de no controlar donde y en especial con quien estoy le enfada, pero me muestro dispuesta a que me deje disfrutar del momento.

—?Que quieres?

—Regresa a casa.

—No.

—Jud, no se donde estas ni con quien estas —insiste, y noto la tension en su voz—. Estoy preocupado por ti. Por favor, dime donde estas e ire a buscarte, pequena.

Silencio..., silencio sepulcral, y antes de que el vuelva a decir algo que me ablande, anado:

—Voy a colgar. Quiero disfrutar del bonito dia de Reyes y creo que con esta gente lo voy a hacer. Por cierto, espero que tu tambien lo disfrutes en compania de tu sobrino. Sois tal para cual. Adios.

Dicho esto, cuelgo.

?Madre mia, lo que acabo de hacer!

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