El Abisinio - Rufin Jean-christophe (бесплатные онлайн книги читаем полные .TXT) 📗
– ?Francoise, ya puede venir!
Las persianas se abrieron en cuanto se oyo la voz, y Francoise fue a reunirse con la joven en la terraza. Las mujeres acercaron dos sillas y se sentaron en un rincon, una al lado de la otra.
– ?Se siente feliz por la carta que le entregue ayer? -pregunto Francoise.
Alix se ruborizo. A pesar de que la conocia muy poco, la joven confiaba intuitivamente en aquella mujer que la miraba con tanta bondad. Durante las primeras horas interminables de aquella manana, Alix habia esperado con impaciencia el momento de confiarse a aquella desconocida que le ofrecia su comprension.
– Tenga -dijo al tiempo que le tendia la carta a su amiga-. Lea usted misma.
Francoise tomo en sus manos los dos pliegos escritos con la letra apretada de Jean-Baptiste y leyo:
Querida Alix:
Le escribo a toda prisa, sentado en un baul, en medio del desorden de todo lo que llevo conmigo, y con la mente mas revuelta aun por las tribulaciones futiles de estos preparativos. Ya se que noes el mejor momento para expresar sentimientos. Sin embargo, los mios se me aparecen hoy tan claros como los proyectos que me inspiran, y por eso no temo turbarme por concebirlos. Mi unico temor es comunicarselos tan de repente y en un momento en que usted no este preparada para escucharlos. Por este motivo he tomado la precaucion de hacerle llegar esta carta con una cierta tardanza que usted perdonara, espero. Si lee estas lineas es porque ha ido a mi casa y porque se ha acostumbrado a ella; porque la rodean mis queridas plantas, que son propiamente una parte de mi; y tambien porque ha conocido a Francoise y ha sabido ganarse su digna confianza. En estas condiciones, Alix, es mas facil hablarle. Compartimos el mismo espacio, aunque no estamos juntos, y tenemos amigos que nos unen. Nunca hemos estado tan cerca, ahora que la distancia nos libra de lo que nos separaba, cuando estabamos tan cerca uno de otro.
Al amparo de esta lejania, tengo menos reparos en confiarle con toda franqueza lo que siento. Durante estos ultimos dias no me he atrevido, y de haberlo hecho, todo habria impedido esta confidencia. Sin embargo, por mi parte, solo la veia a usted, solo le hablaba a usted, y aun cuando fingiera dirigirne a los demas, solo usted era el centro de todos mis pensamientos.
Nuestro encuentro es demasiado reciente como para no retener cada fase en la memoria. Desde el momento en que la vi, en el puente del Kalish, me turbo su belleza y la gracia de todo su ser. En cuanto me acerque, en cuanto la observe y cruzamos nuestras miradas, aquella primera impresion fue calando cada vez mas hondo en mi. Como no estoy acostumbrado a experimentar sentimientos tan vehementes, al principio me angustie, e incluso me senti incomodo, pero luego no pude por menos que abandonarme a ellos con felicidad. Me gustaria tener tiempo suficiente para contarle con detalle todos los encantos que veo en usted, pero estas paginas no son suficientes. En vista de que no dispongo del sosiego necesario para ello, prefiero no decir nada que, tomado al azar, pudiera hacerle pensar que he olvidado alguna de sus virtudes. Querida Alix, adoro todo lo que conozco de usted, e incluso amo apasionadamente la fuerza que usted disimula aun y que no va a tardar en revelarse.
Me pregunto por que le digo todo esto ahora que voy a partir; por que la abandono ahora, si realmente mis sentimientos son tan profundos, y tambien me pregunto de que sirve expresarlos puestoque me marcho. Estos ultimos dias he pensado en todo esto con la exasperacion de alguien que toda su vida se ha negado a darle cabida a la menor brizna de melancolia. A fuerza de darle vueltas a este asunto en la cabeza, he terminado por verlo de una manera diferente que hace dichosa mi partida. Si, Alix, quiero convencerla de que este viaje es una oportunidad, la nuestra. Si me hubiera quedado en El Cairo, nada de esto habria podido ser. En cambio, todo sera posible cuando haya salido victorioso de la prueba que el destino me ha impuesto. Este triunfo me alzara hasta usted y, si usted quiere, seremos iguales y por lo tanto libres.
Desde que hice el juramento de cumplir esta mision por usted, y solo por usted, no hay peligro que no me sienta con fuerzas de afrontar con este proposito. Cada paso que me aleja de usted me acerca mas. No tengo ninguna duda del exito de mi empresa. Volvere. Y mi unica esperanza es que tenga la paciencia suficiente para esperar mi regreso. Aunque no pueda reunirse conmigo en el lugar donde me encuentre cuando lea mi carta, sepa, Alix, que tampoco me puede abandonar. La sensacion de que usted me acompana es un constante motivo de placer. Y ahi, en los caminos del desierto, libre de toda suerte de ataduras, me siento con la audacia de abrazarla.
– Y todo este embrollo -dijo Francoise cuando termino de leer- para decirle que se ha enamorado de usted.
– Pero si apenas nos hemos visto -dijo impulsivamente la joven con la mirada ausente-. Ni siquiera hemos hablado…
– Segun usted, ?como se enamora uno? ?Viendo cada dia a alguien que no le gusta, durante un periodo de tiempo prudencial?
– No, desde luego, pero ?como puedo saber que es sincero?
Alix revelaba con visible aplicacion el fruto de las cavilaciones de la noche anterior.
– Un hombre que emprende un viaje semejante no tiene razon alguna para mentir -dijo Francoise.
– Puede ser un desafio, un deseo nostalgico o una fanfarronada. Despues de todo, no tiene nada que perder pidiendome que le espere…
– ?De verdad esta segura de lo que esta diciendo? -le pregunto Francoise. La joven bajo la mirada, como si reflexionara un instante. Una lagrima rodo por su mejilla.-Por supuesto que no -confeso al fin-. Estoy tratando de convencerme de lo contrario, porque todo mi ser me dice que me ama… como yo lo amo.
– ?Y tan grave seria aceptar las cosas simplemente como son?
– Si asi fuera -continuo la joven, que seguia su propio razonamiento-, sere desgraciada pase lo que pase.
– ?Se puede saber por que? -pregunto Francoise.
– Juzgue la situacion usted misma -respondio Alix, mirando a su amiga con los ojos llenos de lagrimas-. Si no vuelve de ese viaje, habre muerto para siempre. Y si vuelve…
– Todo sera posible, el se lo ha dicho.
– ?Usted no conoce a mi padre!
«Que nina», penso Francoise con ternura antes de anadir dulcemente:
– Va demasiado lejos. Espere solo a que vuelva. En cuanto a lo demas, tenga confianza en el. Seria inaudito que un hombre que habra forzado la puerta de reinos ignotos, persuadido a principes indigenas y ejecutado las voluntades del Rey de Francia y del Papa, no pudiera doblegar al padre mas obcecado.
Alix le sostuvo la mirada con el semblante de tierno recelo que se adopta cuando un amigo le dice a uno dignamente las palabras que desea oir.
– Venga aqui todas las mananas y charlaremos. El tiempo pasara mas deprisa -dijo Francoise.
Luego abrazo a la joven, acaricio sus cabellos y la dejo llorar.
Todo fue bien hasta llegar a Senaar. La gran caravana llego a la ciudad al cabo de unos diez de dias de marcha por el desierto de Bahiouda. Conforme avanzaban hacia el sur, la vegetacion iba reapareciendo poco a poco. Entraron en el pais que los arabes habian llamado Rahemmet Ullah, «la misericordia de Dios». Esta misericordia consistia en que ya no era necesario tomarse el trabajo de regar la tierra, como en Dongola, pues las lluvias del tropico se encargaban de hacerlo de una forma natural. Por todas partes se veian pastos verdes, arbustos de gran altura e incluso grupos de arboles. Gracias a estos favores del cielo, los campesinos estaban descansados y se contentaban con pasear a sus asnos cantando.
Senaar, la capital, estaba situada a orillas del Nilo azul que desciende de las montanas de Abisinia transportando lodo de esquisto. Erauna gran ciudad agricola y comercial dotada de ricos bazares, bellas mezquitas y un palacio residencial donde el Rey y su corte vivian permanentemente. Todas las construcciones eran de piedra y una argamasa de arcilla roja.
Durante esta ultima etapa del desierto, el viaje transcurrio sin incidentes. Tras la alegria del reencuentro, el maestro Juremi se habia vuelto tan silencioso como de costumbre y hacia gala de su mal humor habitual. Entre el jesuita y el protestante habia una relacion de tregua armada. Se evitaban y solo se dirigian la palabra a traves de Poncet, que se veia obligado a su pesar a actuar de mediador entre los dos hombres. Pero Joseph se sentia mas fastidiado aun pues mientras su enemigo viajaba como un senor, el se humillaba como criado, tenia que cargar y descargar las bestias, preparar la sopa en cada alto y llenar los odres en los pozos. Aunque Poncet le sugeria que hiciera oidos sordos, Hadji Ali le daba cada vez mas ordenes directamente. Pero ahora estaban en tierra extranjera y el camellero ya no les temia, asi que lo mejor era ser prudentes. El supuesto respeto que dispensaba a Jean-Baptiste no era obice para que el caravanero no desperdiciara ninguna ocasion para exigirle el pago de exiguos tributos que siempre terminaban siendo grandes sumas. En pleno desierto de Bahiouda, Hadji Ali aprovecho un alto para intentar un nuevo chantaje. Llego a la tienda de los francos acompanado del impenetrable Hassan El Bilbessi, envuelto en un turbante que solo dejaba a la vista sus ojos enrojecidos por la arena.
– Dentro de dos dias llegaremos a Guern -dijo Hadji Ali-. Es un puesto de guardia para controlar las viruelas.
Explico que en las fronteras del reino de Senaar, el Rey, a quien aterrorizaba esta enfermedad, habia mandado establecer puestos de guardia para someter a cuarentena a los viajeros sospechosos.
– Hassan dice que conoce bien al jefe -prosiguio Hadji Ali-. A los arabes los dejara pasar. Pero no se fiara de usted, asi que nos veremos obligados a dejarle alli y continuar solos. A menos que…
– ?A menos que que?
– A menos que le de algun dinero para convencer al funcionario.
Hadji Ali menciono una suma exorbitante. Luego siguio la consiguiente comedia con Hassan El Bilbessi, con el que hablaba en dialecto, mientras este ultimo sacudia la cabeza como un campesino testarudo que no quiere saber nada. Al final bajo el precio, pero tuvieron que pagar. Dos dias despues llegaron al puesto de guardia y encontraron los edificios abandonados. Probablemente habria pasado el peligro de epidemia, y las medidas de cuarentena se habian suprimido. Pero ni Hadji Ali ni Hassan quisieron devolverles el dinero que sin duda ya se habrian repartido.