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Samarcanda - Maalouf Amin (читать книгу онлайн бесплатно полностью без регистрации txt) 📗

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– ?Nunca se sabe, nuestros caminos podrian cruzarse!

Transcurrieron algunos segundos de mudos recuerdos. Luego Xirin dijo:

– No me fui de Teheran sin el libro.

– ?El Manuscrito de Samarcanda ?

– Esta constantemente sobre la comoda, cerca de mi cama; no me canso jamas de hojearlo, me se de memoria las Ruba'iyyat y la cronica que el texto lleva al margen.

– Daria con gusto diez anos de mi vida por una noche con ese libro.

– Yo daria con gusto una noche de mi vida.

Al instante siguiente yo estaba inclinado sobre el rostro de Xirin, nuestros labios se rozaron, cerramos los ojos y ya nada existio a nuestro alrededor, solo la monotonia del canto de las cigarras amplificado en nuestras mentes aturdidas. Beso prolongado, beso ardiente, beso de los anos superados, de las barreras derribadas.

Por temor a que llegaran otros visitantes o a que se acercaran los sirvientes, nos levantamos y la segui por una galeria cubierta, una pequena puerta insospechada y una escalera con los peldanos rotos hasta los aposentos del antiguo shah que su nieta se habia apropiado. Dos pesadas hojas se cerraron, luego un macizo pestillo y nos encontrarnos solos, juntos. Tabriz no era ya una ciudad separada del mundo, era el mundo el que languidecia separado de Tabriz.

En un majestuoso lecho de columnas y colgaduras abrace a mi real amada, Con mi propia mano deshice cada lazo, desabroche cada boton y con mis dedos, con mis palabras, con mis labios, dibuje cada contorno de su cuerpo. Ella se entregaba a mis caricias, a mis torpes besos, y de sus ojos cerrados se escapaban unas tibias lagrimas.

Al alba yo no habia abierto aun el Manuscrito . Lo veia sobre una comoda, al otro lado de la cama, pero Xirin dormia, desnuda, con la cabeza apoyada en mi cuello y los pechos abandonados sobre mis costillas, y nada en el mundo me habria hecho moverme. Respiraba su aliento, sus perfumes, su noche, contemplaba sus pestanas y desesperadamente trataba de adivinar que sueno de felicidad o de angustia las hacia temblar. Cuando se desperto, llegaban ya hasta nosotros los primeros ruidos de la calle. Tuve que eclipsarme apresuradamente, prometiendome dedicar al libro de Jayyam mi siguiente noche de amor.

XL

Al salir del Palacio Vacio, andando con los hombros encogidos -el alba no es nunca calurosa en Tabriz- avance en direccion al caravasar sin tratar de tomar ningun atajo. No tenia prisa por llegar, necesitaba reflexionar; aun no se habia apaciguado en mi la excitacion de la noche y revivia las imagenes, los gestos, las palabras susurradas. Ya no sabia si era feliz. Sentia una especie de plenitud, pero mezclada con la inevitable culpabilidad que llevan aparejada los amores clandestinos. Ciertos pensamientos volvian a mi mente sin cesar, obsesivos, como saben serlo los pensamientos de las noches de insomnio: «Despues de mi partida, ?se habra dormido otra vez con una sonrisa? ?Lamentara algo? Cuando la vea de nuevo y no estemos solos, ?la sentire complice o lejana? Volvere esta noche y buscare en sus ojos una aclaracion.»

De pronto retumbo un canonazo. Me detuve y aguce el oido. ?Era nuestro valiente y solitario «de Bange»? Un silencio y luego una descarga de fusileria, despues un periodo de calma. Reanude mi camino con un paso menos apresurado y con el oido atento. Retumbo un nuevo estruendo, seguido al instante de un tercero. Esta vez me preocupe; un solo canon no podia disparar a ese ritmo; tenia que haber dos o incluso varios. Dos obuses estallaron unas calles mas alla. Me puse a correr en direccion a la ciudadela.

Pronto me confirmo Fazel la noticia que yo me temia: esa noche habian llegado las primeras fuerzas enviadas por el shah. Se habian acantonado en los barrios dirigidos por los jefes religiosos. Otras tropas las seguian, convergiendo de todos los puntos. El asedio a Tabriz acababa de comenzar.

La arenga pronunciada por el coronel Liakhoy, gobernador militar de Teheran, artifice del golpe de Estado, antes de la partida de sus tropas para Tabriz, se desarrollo asi:

«?Valerosos cosacos! El shah esta en peligro, los habitantes de Tabriz han rechazado su autoridad y le han declarado la guerra al querer obligarle a reconocer, la Constitucion. Ahora bien, la Constitucion quiere abolir vuestros privilegios, disolver vuestra brigada. Si triunfa, vuestras esposas y vuestros hijos pasaran hambre. La Constitucion es vuestra peor enemiga, debeis luchar contra ella como leones. Al destruir el Parlamento habeis suscitado en el mundo entero la mas viva admiracion. Proseguid vuestra saludable accion, aplastad la ciudad rebelde y os prometo, de parte de los soberanos de Rusia y de Persia, dinero y honores. Todas las riquezas que encierra Tabriz son vuestras. ?No teneis mas que cogerlas!»

Gritada en Teheran y en San Petersburgo, murmurada en Londres, la consigna era la misma: hay que destruir Tabriz, merece el mas ejemplar de los castigos. Una vez vencida, nadie mas osara hablar de Constitucion, de Parlamento o de democracia; de nuevo podra dormirse Oriente en su mas hermosa muerte.

Fue asi como, durante los meses que siguieron, el mundo entero asistio a una extrana y angustiada carrera: mientras que el ejemplo de Tabriz empezaba a reanimar la llama de la resistencia en diversos rincones de Persia, la ciudad era victima de un asedio cada vez mas riguroso. Los partidarios de la Constitucion, ?tendrian tiempo de recuperarse, de reorganizarse y de volver a tomar las armas antes de que se derrumbara su baluarte?

En enero consiguieron su primer gran exito: al llamamiento de los jefes bajtiaris, tios maternos de Xirin, Ispahan, la antigua capital, se sublevo afirmando su adhesion a la Constitucion y su solidaridad con Tabriz. Cuando la noticia llego a la ciudad sitiada, se produjo al instante una explosion de alegria. Durante toda la noche se canto incansablemente «?Tabriz-Esfahan, el pais se despierta!», pero al dia siguiente un ataque masivo obligo a los defensores a abandonar varias posiciones al sur y al oeste. Ya solo quedaba un camino que uniera todavia Tabriz al mundo exterior, y era el que llevaba al norte, hacia la frontera rusa.

Tres semanas mas tarde, la ciudad de Resht se sublevo a su vez. Como Ispahan, rechazaba la tutela del shah, aclamaba a la Constitucion y a la resistencia de Fazel. Nueva explosion de alegria en Tabriz. Pero, al momento, nueva respuesta de los sitiadores: la ultima carretera fue cortada, el cerco de Tabriz estaba terminado. Ya no llegaban ni el correo ni los viveres. Hubo que organizar un racionamiento muy severo para poder seguir alimentando a los aproximadamente doscientos mil habitantes de la ciudad.

En febrero y marzo de 1909 se produjeron nuevas adhesiones. El territorio de la Constitucion se extendia ya a Shiraz, Hamadan, Maxad, Astarabad, Bandar-Abbas y Bushere. En Paris se formo un comite para la defensa de Tabriz, que encabezaba un tal senor Dieulafoy, distinguido orientalista; la misma iniciativa se produjo en Londres, bajo la presidencia de Lord Lamington; y, lo que era mas importante, los principales jefes religiosos chiies establecidos en Kerbela, en el Iraq otomano, se pronunciaron en favor de la Constitucion desautorizando a los mollahs retrogrados.

Tabriz triunfaba.

Pero Tabriz moria.

Incapaz de hacer frente a tantas rebeliones, a tantos rechazos, el shah se aferraba a una idea fija: hay que acabar con Tabriz, el origen del mal. Cuando caiga, los otros cederan. Al no conseguir tomarla por asalto, decidio matarla de hambre.

A pesar del racionamiento, el pan escaseaba. A finales de marzo se contaban ya varios muertos, sobre todo ancianos y ninos de corta edad.

La prensa de Londres, de Paris y de San Petersburgo, comenzaba a indignarse y a criticar a las potencias que, como se recordaba, tenian aun en la ciudad numerosos subditos cuya vida se veia ya amenazada. Los ecos de estas opiniones nos llegaban por el telegrafo.

Fazel me convoco un dia para anunciarme:

– Los rusos y los ingleses van a evacuar pronto a sus subditos con el fin de que Tabriz pueda ser aplastada sin que ello provoque demasiada conmocion en el resto del mundo. Sera un golpe duro para nosotros, pero quiero que sepas que no me voy a oponer a esa evacuacion. No retendre a nadie aqui contra su voluntad.

Y me encargo de informar a los interesados que se emplearian todos los medios para facilitar su partida.

Se produjo entonces un acontecimiento de lo mas extraordinario, y haber asistido a el como testigo privilegiado me permite cerrar los ojos ante muchas mezquindades humanas.

Habia comenzado mi ronda, eligiendo a la Mision Presbiteriana como primera visita. Tenia un poco de miedo de volver a ver al reverendo director y recibir una reprimenda. El, que contaba conmigo para hacer entrar en razon a Howard, ?no iria a reprocharme haber seguido un camino identico? De hecho, su recibimiento fue distante, apenas cortes.

Pero en cuanto le expuse la razon de mi visita, respondio sin sombra de duda:

– No me ire. Si pueden organizar un convoy para evacuar a los extranjeros, tambien pueden organizar otros similares para abastecer a la ciudad hambrienta.

Agradeci su actitud, que me parecio conforme al ideal religioso y humanitario que le animaba. Luego fui a visitar tres companias comerciales instaladas en las cercanias, donde, para mi gran sorpresa, la respuesta fue identica. Lo mismo que el pastor, los comerciantes no querian marcharse. Como me explico uno de ellos, un italiano:

– Si me voy de Tabriz en este momento dificil, me daria verguenza volver despues para reanudar mi actividad. Por lo tanto, me quedare. Quiza mi presencia contribuya a que mi gobierno actue.

Por todas partes, como si se hubieran puesto de acuerdo, obtuve la misma respuesta, inmediata, clara, irrevocable. ?Incluso Mr. Wratislaw, el consul britanico! ?Incluso el personal del consulado de Rusia, con la notoria excepcion del consul, el senor Pokhitanoff, me dio la misma respuesta: «?No nos iremos!» E informaron a sus atonitos gobiernos.

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