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Los Jardines De Luz - Maalouf Amin (версия книг .TXT) 📗

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– ?Sus ojos, Utakim, tu no has visto sus ojos! Por lo general, me basta con que se crucen con los mios un instante para olvidar dolores e inquietudes. Si sus ojos me hubieran hablado, habria ignorado las palabras de su boca y los gestos de sus manos. Pero esta noche, sus ojos no me han dicho nada.

Utakim la reprende con desenvoltura:

– ?No sabes que un hombre nunca es carinoso en presencia de un extrano? El huesped se ira pronto a dormir y nuestro senor vendra a reunirse contigo. ?Vamos, dejame deshacerte las trenzas!

Mariam se abandona a las manos que no han cesado de acunarla. La noche esta cayendo y su hombre vendra. Jamas en el pasado abandono su lecho. La muchacha se ha recostado apoyando la cabeza en un cojin y los pies descalzos en otro mas alto. Utakim se sienta justo al borde de un cofre situado a su cabecera y toma entre sus manos los dedos de su senora, que acaricia lentamente y se lleva a los labios de cuando en cuando. Su mirada llena de amor envuelve el rostro rosaceo enmarcado por una cabellera con reflejos malva. Desearia decirle: «Te conozco bien, Mariam. Tienes las manos lisas de las hijas de los reyes y el corazon fragil de aquellas a las que un padre ha amado demasiado. Cuando eras nina, te rodearon de juguetes; ya nubil, te cubrieron de joyas y te entregaron al hombre que habias elegido. Luego, viniste a vivir a esta tierra de abundancia y tu marido te cogio de la mano. Como el primer dia, caminais juntos por los huertos que os pertenecen donde, cada estacion, hay mil frutos que recoger. Y tu vientre lleva ya al hijo. Pobre nina, vives tan feliz desde hace tanto tiempo que te basta con sospechar en los ojos de tu hombre la menor ausencia, el alejamiento mas pasajero, para perder pie y que a tu alrededor el mundo se ensombrezca».

Utakim dibuja de nuevo con los dos pulgares las cejas sudorosas de la que, para ella, sera siempre una nina, y Mariam, que comenzaba a adormecerse, abre los ojos e implora a la sirvienta, que se va a buscar noticias.

– Estan hablando, no paran de hablar. O mas bien, es el visitante quien diserta y nuestro senor evita interrumpirle.

Si Mariam no hubiera tenido la mente tan ofuscada, habria descubierto en la voz de Utakim el temblor de la mentira. Era verdad que la sirvienta habia oido un rumor de conversacion, pero los dos hombres no estaban ya en la terraza y Pattig habia ordenado que le extendieran una estera en la habitacion de los invitados para pasar alli la noche.

A su vez, Utakim esta tan preocupada que no puede conciliar el sueno, pero finge que duerme, una vieja treta de nodriza que daba muy buenos resultados cuando Mariam era nina y que sigue siendo eficaz. Verdad es que, por muy esposa y futura madre que sea, su senora apenas tiene mas de catorce anos. Muy pronto, su respiracion se hace mas lenta, mas reguiar, aunque, de cuando en cuando, un hipido hace recordar que la nina se ha dormido desconsolada.

El aceite de la lampara colgada de la pared acaba de consumirse, cuando Mariam se incorpora de un salto.

– ?Mi hijo! ?Me han quitado a mi hijo!

Grita y se agarra con rabia a las sabanas. Utakim la sujeta firmemente por los hombros.

– ?Has tenido una pesadilla, Mariam! Nadie te ha quitado a tu hijo, esta ahi en tu vientre, bien protegido y no sabemos si sera un hijo o una hija.

Mariam no se tranquiliza.

– Se me ha aparecido un angel. Volaba y zumbaba como una enorme libelula y luego se poso delante de mi. Cuando quise huir, me dijo que no tuviera miedo y, por otra parte, parecia tan dulce que le deje que se me acercara. De pronto, como un relampago, extendio unas manos que parecian garras y me arrebato el hijo de mis entranas para volar con el hacia el cielo, tan alto que pronto deje de divisarlos.

Utakim no encuentra ya palabras que la consuelen. Sabe que un sueno jamas es inofensivo y se promete ir a interrogar sobre su presagio a los ancianos de la region.

Por un tragaluz enrejado entra la primera claridad del dia. Mariam solloza. Su hombre no ha venido. La sirvienta se levanta y con paso decidido entra en la habitacion de los invitados. Sittai, ya despierto, reza de rodillas; Pattig duerme. La mujer le zarandea, simulando que esta enloquecida:

– ?Mi senora se siente mal! ?Te necesita!

Aun con cara de sueno, Pattig corre junto a la esposa que, al verle, se abandona al llanto.

– He tenido un sueno horrible, te llame y no viniste.

– No he oido nada.

– Pattig, ?por que te siento tan lejano? ?Por que me huyes?

Si bien con la espontaneidad del despertar Pattig se ha precipitado a la cabecera del lecho de su mujer, al recobrar la conciencia recupera toda su frialdad de la vispera. Se ve claramente que esta a disgusto en la habitacion de Mariam y, de pronto, evita sentarse en el lecho, su propio lecho nupcial, incapaz de apartar la mirada de la puerta, como si temiera ver aparecer a su censor. Y a los reproches de su esposa, se vuelve mas duro.

– Cuando se recibe a un huesped -dice-,?se debe permanecer a su lado, ?no lo sabes?

– ?Quien es ese hombre? Me da miedo.

– Te daria menos miedo si fueras capaz de acoger sus palabras de sabiduria.

– ?De que palabras se trata? ?Ese hombre no me ha hablado ni una sola vez!

– Una mujer no puede comprender lo que dice.

– ?Que dice tan importante?

– Me habla de su dios, el dios unico; ha prometido conducirme hacia el, pero debo merecerlo, expiar mis anos de idolatria. No volvere a comer la comida de los impios, no volvere a beber vino, ni jamas me tendere junto a una mujer. Ni tu ni ninguna otra.

– ?Yo no soy un alimento ni una bebida! Yo soy la madre de tu hijo. ?No decias tambien que yo era tu companera, tu amiga? ?Debo yo igualmente abandonar a todos los humanos para vivir como un ermitano?

– Yo vivire en una comunidad de creyentes donde solo hay hombres. No se admite a ninguna mujer.

– ?Ni siquiera a tu esposa?

– Ni siquiera a ti, Mariam. Es un dios exigente.

– ?Quien es, pues, ese dios celoso de una mujer?

– ?Ese dios es mi dios, y si quieres blasfemar me ire de aqui al instante y no me volveras a ver!

– Perdoname, Pattig.

Sus ardientes lagrimas de nina se deslizan en silencio, su alma esta vacia de toda espera; timidamente, pone la cabeza sobre el brazo del hombre, con dulzura, sin apoyar, haciendose tan ligera como un mechon de sus cabellos. ?Revivira alguna vez con el esposo esos momentos de paz en los que el calor es frescor, la transpiracion es perfume y el despertar es olvido? Con una mano aun torpe, pero ya enternecida, Pattig le acaricia los cabellos; en el silencio y la penumbra, vuelve a encontrar los gestos de carino que son naturales en el; de sus ojos se escapan tambien algunas lagrimas.

Entretanto, a traves de la puerta que ha quedado abierta, llega la voz de Sittai, quien, una vez terminado su rezo, reclama a su anfitrion.

– ?Pattig! -le llama-, tenemos que partir, hay todavia un largo camino.

?No deberia el esposo maldecir al importuno? No, es a Mariam a quien rechaza con brusquedad y corre ya sin volver la cabeza.

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