Samarcanda - Maalouf Amin (читать книгу онлайн бесплатно полностью без регистрации txt) 📗
»Para poder realizar las reformas que se imponen, el Gobierno y el Parlamento deben considerar como una prioridad la reorganizacion del Estado, principalmente de las finanzas publicas, segun las normas que corresponden a las naciones civilizadas.
»Rogamos a Dios que guie los pasos de los representantes de la nacion y asegure a Persia honor, independencia y felicidad.»
Ese dia Teheran, alborozado, desfilo sin cesar por las calles, canto en las plazas, declamo poemas improvisados en los que todas las palabras rimaban, de grado o por fuerza, con «Constitucion», «Democracia» o «Libertad»; los comerciantes ofrecian bebidas y golosinas a los transeuntes y decenas de periodicos, enterrados en el momento del golpe de Estado, anunciaban su resurreccion con ediciones especiales.
Cuando cayo la noche, los fuegos artificiales iluminaron la ciudad. Se habian instalado unas gradas en los jardines del Baharistan y en la tribuna de honor se sentaron los miembros del nuevo gobierno, los diputados, los dignatarios religiosos y las corporaciones del bazar y el cuerpo diplomatico. Como amigo de Baskerville tuve derecho a estar en las primeras filas; mi silla estaba justo detras de la de Fazel. Las explosiones y estampidos se sucedian, el cielo se iluminaba intermitentemente, las cabezas se echaban hacia atras, los rostros miraban hacia arriba y luego se erguian con sonrisas de ninos satisfechos. En el extremo, los «hijos de Adan» infatigables, cantaban desde hacia horas los mismos lemas.
No se que ruido, que grito, trajo de nuevo a Howard a mis pensamientos. ?Mereceria tanto participar de la fiesta! En el mismo instante Fazel se volvio hacia mi:
– Pareces triste.
– ?Triste no, desde luego! Desde siempre he querido oir gritar «Libertad» en tierra de Oriente. Pero ciertos recuerdos me atormentan.
– ?Alejalos, sonrie, alegrate, aprovecha los ultimos momentos de felicidad!
Inquietantes palabras que me quitaron, aquella noche, todo deseo de celebracion. ?Estaba Fazel reanudando, con siete meses de intervalo, el penoso debate que nos enfrento en Tabriz? ?Tenia nuevos motivos de preocupacion? Estaba decidido a acudir a su casa el dia siguiente para obtener su aclaracion. Finalmente renuncie a ello y durante un ano entero evite verlo de nuevo.
?Por que razon? Creo que despues de la dolorosa aventura que acababa de vivir, abrigaba insistentes dudas sobre la sensatez de mi compromiso en Tabriz. Yo, que habia venido a Oriente tras el rastro de un manuscrito, ?tenia derecho a mezclarme hasta ese punto en una lucha que no era la mia? Y sobre todo, ?con que derecho habia aconsejado a Howard que viniera a Persia? En el lenguaje de Fazel y de sus amigos, Baskerville era un martir; a mis ojos, era un amigo muerto, muerto en tierra extranjera por una causa extranjera, un amigo, cuyos padres me escribirian un dia para preguntarme, con la mas desgarradora de las cortesias, por que habia enganado a su hijo.
Entonces… ?remordimientos a causa de Howard?, Diria mas exactamente que cierto anhelo de decencia. No se si es la palabra adecuada, pero intento decir que despues de la victoria de mis amigos no tenia ningun deseo de pavonearme por Teheran escuchando el elogio de mis pretendidas hazanas en el asedio de Tabriz. Habia desempenado un papel fortuito y marginal, sobre, todo habia tenido un amigo, un compatriota heroico, y no tenia la intencion de escudarme en su recuerdo para, obtener privilegios y consideracion.
A decir verdad, sentia una fuerte necesidad de eclipsarme, de dejar que me olvidaran, de no frecuentar mas a los politicos, a los miembros de clubes y a los diplomaticos. La unica persona a la que veia todos los dias y con un placer que no desmerecia jamas, era a Xirin. La habia convencido de que fuera a instalarse en una de sus numerosas residencias familiares en la colina de Zarganda, un lugar de veraneo fuera de la capital. Yo mismo habia alquilado una casita en los alrededores, pero por guardar las apariencias, ya que mis dias y mis noches transcurrian junto a ella con la complicidad de sus sirvientes.
Aquel invierno pasamos semanas enteras sin salir de su espaciosa habitacion. Al calor de un magnifico brasero de cobre, leiamos el Manuscrito y algunos otros libros, pasabamos largas y languidas horas fumando el ka1yan , bebiendo vino de Shiraz, a veces incluso champan, y comiendo pistachos de Kirman y turrones de Ispahan; mi princesa sabia ser una gran dama y a la vez una chiquilla. Sentiamos el uno por el otro una ternura constante.
En cuanto llegaban los primeros calores, Zarganda se animaba. Los extranjeros y los persas mas ricos tenian alli residencias suntuosas y se instalaban en ellas durante largos y perezosos meses, en medio de una lujuriante vegetacion. No cabe la menor duda de que unicamente la proximidad de ese paraiso hacia soportable el gris aburrimiento de Teheran a innumerables diplomaticos. Sin embargo, en invierno, Zarganda se quedaba desierta. Solo permanecian alli los jardineros, algunos guardas y los escasos supervivientes de su poblacion indigena. Xirin y yo teniamos una gran necesidad de ese desierto.
Por desgracia, desde abril los veraneantes empezaban de nuevo su trashumancia. Los curiosos vagabundeaban por delante de todas las verjas, los andarines por todos los senderos. Despues de cada noche, despues de cada siesta, Xirin ofrecia te a las visitas de mirada indiscreta. Muchas veces tuve que esconderme, huir por los pasillos. La muelle hibernacion estaba consumada y habia llegado la hora de partir.
Cuando se lo anuncie, la princesa se mostro triste pero resignada.
– Creia que eras feliz.
– He vivido un excepcional momento de felicidad. Quiero suspenderlo ahora que esta intacto para recuperarlo intacto. No me canso de contemplarte, con asombro, con amor. No quiero que la gente que nos invade cambie mi mirada. Me alejo en verano para encontrarte de nuevo en invierno.
– El verano, el invierno, te alejas, vuelves a mi, crees disponer impunemente de las estaciones, de los anos, de tu vida, de la mia. ?No has aprendido nada de Jayyam? «Subitamente, el Cielo te quita hasta el instante necesario para humedecerte los labios.»
Sus ojos se hundieron en los mios para leer en mi como en un libro abierto. Habia comprendido todo; suspiro.
– ?Adonde piensas ir?
Yo no lo sabia aun. Habia venido dos veces a Persia y las dos veces habia vivido como un sitiado. Me quedaba aun por descubrir todo el Oriente, desde el Bosforo, hasta el mar de China; Turquia, que acababa de rebelarse al mismo tiempo que Persia, que habia derrocado a su sultan-califa y que desde ese momento se enorgullecia de sus diputados, senadores, clubes y periodicos de la oposicion; el altivo Afganistan, que los britanicos habian conseguido someter finalmente, pero ?a que precio! Y por supuesto, me quedaba por recorrer toda Persia. Solo conocia Tabriz y Teheran, pero ?e Ispahan?, ?y Shiraz, Qazan y Kirman?, ?Nisapur y la tumba de Jayyam, piedra gris guardada desde hacia siglos por incansables generaciones de petalos?
De todos esos caminos que se me ofrecian, ?cual elegir? Fue el Manuscrito el que eligio por mi. Tome el tren para Krasnovodsk, atravese Asjabad y la antigua Merv y visite Bujara.
Y, mas importante aun, fui a Samarcanda.
XLIII
S entia curiosidad por ver lo que quedaba de la ciudad donde se habia desarrollado la juventud de Jayyam.
?Que habia sido del barrio de Asfizar y de aquel pabellon en el jardin donde Omar amo a Yahan? ?Habria aun alguna huella del arrabal de Maturid, donde el judio fabricante de papel amasaba aun en el siglo XI segun las antiguas recetas chinas, las ramas de morera blanca? Durante semanas deambule a pie y luego lomos de una mula; interrogue a los comerciantes, a los transeuntes, a los imanes de las mezquitas, pero solo consegui de ellos muecas ignorantes, sonrisas divertidas y generosas invitaciones a tenderme en sus divanes azul cielo para compartir su te.
Mi destino me llevo una manana a la plaza de Reghistan, por donde pasaba una caravana, una pequena caravana, ya que solo constaba de seis o siete camellos de Bactrian de tupido pelaje y pesados cascos. El viejo camellero se habia detenido, no lejos de mi, ante el tenderete de un alfarero, sosteniendo contra su pecho un cordero recien nacido; proponia un intercambio y el artesano discutia; sin separar sus manos de la tinaja ni del tomo, indicaba con la barbilla una pila de lebrillos barnizados. Yo observaba a los dos hombres, sus gorros de lana negra ribeteada, sus vestidos de rayas, sus barbas rojizas, sus gestos milenarios. ?Habria en la escena algun detalle que no hubiera podido ser identico en tiempos de Jayyam?
Una brisa ligera, la arena se arremolina, las ropas se ahuecan, toda la plaza se cubre con un velo irreal. Mi mirada se pasea. Alrededor del Reghistan se yerguen tres monumentos, tres gigantescos conjuntos, torres, cupulas, porticos, altos muros totalmente adornados con minuciosos mosaicos, arabescos con reflejos de oro, de amatista, de turquesa, y laboriosos escritos. Todo sigue siendo majestuoso, pero las torres estan inclinadas, las cupulas reventadas, las fachadas mugrientas, roidas por el tiempo, por el viento, por siglos de indiferencia; ninguna mirada se eleva hacia esos monumentos, colosos altivos, soberbios, ignorados, teatro grandioso para una obra irrisoria.
Me retire andando hacia atras y tropece con un pie; me volvi para disculparme y me encontre cara a cara con un hombre vestido a la europea como yo, llegado del mismo lejano planeta. Entablamos conversacion. Era un ruso, un arqueologo. El tambien habia venido con mil preguntas, pero ya tenia algunas respuestas.
– En Samarcanda, el tiempo transcurre de cataclismo en cataclismo, de tabla rasa en tabla rasa. Cuando los mogoles destruyeron la ciudad en el siglo XIII, los barrios habitados se convirtieron en un monton de ruinas y de cadaveres y hubo que abandonarlos; los supervivientes reconstruyeron sus casas en otro lugar, mas al sur, de forma que toda la ciudad antigua, la Samarcanda de los selyuquies, recubierta poco a poco por capas de arena superpuesta, no es mas que una enorme meseta. Tesoros y secretos viven bajo tierra, y en la superficie se pastorea. Un dia habra que abrir todo, desenterrar las casas y las calles, y Samarcanda, asi liberada, podra contarnos su historia.