Samarcanda - Maalouf Amin (читать книгу онлайн бесплатно полностью без регистрации txt) 📗
Risas azoradas, intercambio de miradas perplejas. Yo prosegui:
– Cuando hayais encontrado a vuestro hombre, podre estar a su lado, darle consejos y prestarle ayuda en pequenas cosas, pero sera a el a quien habra que exigirle competencia y trabajo. Yo estoy lleno de buena voluntad, pero soy un ignorante y un perezoso.
Renunciando a insistir, Fazel prefirio responderme en el mismo tono:
– Es verdad, puedo asegurarlo, y ademas tienes otros defectos mayores aun. Eres mi amigo, todo el mundo lo sabe; mis adversarios politicos no tendran mas que un objetivo: impedir tu exito.
Russel escuchaba en silencio con una sonrisa petrificada, como olvidada, en el rostro. No cabia la menor duda de que nuestras bromas no eran de su agrado, pero no abandono su flema. Fazel se volvio hacia el:
– Siento la defeccion de Benjamin, pero no cambia en nada nuestro acuerdo. Tal vez sea mejor confiar este tipo de responsabilidad a un hombre que no haya estado nunca involucrado, ni de cerca ni de lejos, en los asuntos persas.
– ?Esta pensando en alguien?
– No tengo ningun nombre en la mente. Quisiera una persona rigurosa, honrada y de espiritu, independiente. Esa raza existe en su pais, lo se, me imagino muy bien al personaje, casi podria decir que le estoy viendo ante mi; un hombre elegante, impecable, de porte erguido, que mire a los ojos y hable claramente. Un hombre que se parezca a Baskerville.
El mensaje del Gobierno persa a su Legacion de Washington, el 25 de diciembre de 1910, domingo y dia de Navidad, estaba telegrafiado en estos terminos:
«Soliciten inmediatamente al Secretario de Estado que les ponga en contacto con las autoridades financieras americanas al objeto de contratar para el puesto de Tesorero General a un americano experto y desinteresado, teniendo como base un contrato preliminar de tres anos, sujeto a la ratificacion del Parlamento. Se encargara de reorganizar los recursos del Estado, la percepcion de las rentas y su desembolso, asistido por un censor de cuentas y un inspector que supervisara la recaudacion en las provincias.
»El ministro de Estados Unidos en Teheran nos informa que el Secretario de Estado esta de acuerdo. Contacten con el directamente, evitando pasar por intermediarios. Transmitanle el texto integro de este mensaje y actuen segun las sugerencias que el les haga.»
El 2 de febrero siguiente, el Majlis aprobo el nombramiento de los expertos americanos con una mayoria aplastante y en medio de una salva de aplausos.
Pocos dias despues, el ministro de Finanzas que habia presentado el proyecto a los diputados fue asesinado en plena calle por dos georgianos. Esa misma noche, el interprete de la Legacion rusa acudio al Ministerio persa de Asuntos Exteriores exigiendo que los asesinos, subditos del zar, le fueran entregados sin demora. En Teheran, todo el mundo habia comprendido que esa accion era la respuesta de San Petersburgo al voto del Parlamento, pero las autoridades prefirieron ceder para no envenenar sus relaciones con su poderoso vecino. Por lo tanto, los asesinos fueron conducidos a la Legacion y luego a la frontera; en cuanto la cruzaron, quedaron en libertad.
A modo de protesta, el bazar cerro sus puertas, los «hijos de Adan» hicieron un llamamiento para que se boicotearan las mercancias rusas; incluso se produjeron actos de venganza contra los subditos georgianos, los goryi, numerosos en el pais. Sin embargo, el Gobierno, alternando con la prensa, predicaba la paciencia: las verdaderas reformas iban a comenzar, decian, los expertos llegarian, pronto las arcas del Estado estarian llenas, pagaremos nuestras deudas, nos quitaremos de encima todas las tutelas, tendremos escuelas y hospitales y tambien un ejercito moderno que obligara al zar a abandonar Tabriz y le impedira mantenernos bajo su amenaza.
Persia esperaba milagros. Y, en efecto, los milagros iban a producirse.
XLV
E l primer milagro me lo anuncio Fazel. Susurrando, pero triunfante:
– ?Mirale! ?Ya te dije que se pareceria a Baskerville!
Se trataba de Morgan Shuster, el nuevo Tesorero General de Persia, que se acercaba para saludarnos. Habiamos iba a su encuentro por la carretera de Qazvin. Llegaba, acompanado de los suyos, en vetustas sillas de posta tiradas por jamelgos. Extrano, ese parecido con Howard: los mismos ojos, la misma nariz, el mismo rostro muy afeitado, quiza un poco mas redondeado, los mismos cabellos claros peinados con la misma raya, el mismo apreton de manos, cortes pero dominante. Nuestra forma de mirarlo le debio de molestar, pero no lo demostro; verdad es que el hecho de presentarse asi en un pais extranjero y en unas circunstancias tan excepcionales le haria esperar que seria objeto de una constante curiosidad. En el transcurso de su estancia iba a ser observado, escrutado y acosado. A veces con malevolencia. Cada una de sus acciones, cada una de sus omisiones seria referida y comentada, alabada o maldecida.
La primera crisis estallo una semana despues de su llegada. De los cientos de personalidades que iban cada dia a dar la bienvenida a los americanos, algunas preguntaron a Shuster cuando contaba con visitar las legaciones persa y rusa. La respuesta del interesado fue evasiva. Pero las preguntas se hicieron insistentes y el asunto se divulgo suscitando animados debates en el bazar: el americano ?debia o no hacer visitas de cortesia a las legaciones? Estas daban a entender que habian sido escarnecidas y el clima era cada vez mas tenso. Dado el papel que habia desempenado en la venida de Shuster, Fazel se sentia particularmente molesto por ese contratiempo diplomatico, que amenazaba con poner en tela de juicio el conjunto de su mision. Me pidio que interviniera.
Acudi, pues, a ver a mi compatriota al palacio Atabak, un edificio de piedra blanca, cuya fachada de finas columnas se reflejaba en un estanque. Constaba de treinta enormes habitaciones amuebladas en parte a la oriental y en parte a la europea, sepultadas bajo alfombras y objetos de arte. A su alrededor habia un inmenso parque cruzado por riachuelos y salpicado de lagos artificiales, verdadero paraiso persa donde los ruidos de la ciudad llegaban filtrados por el canto de las cigarras. Era una de las mas bellas residencias de Teheran. Habia pertenecido a un antiguo Primer Ministro antes de que la comprara un rico comerciante zoroastrico, ferviente partidario de la Constitucion, quien la puso, gentilmente, a disposicion de los americanos.
Shuster me recibio en la escalinata. Ya repuesto de las fatigas del viaje, me parecio muy joven. Solo tenia treinta y cuatro anos y no los representaba. ?Y yo que habia pensado que Washington enviaria un experto peinando ya canas y con aspecto de reverendo!
– Vengo a hablarle de este asunto de las legaciones.
– ?Usted tambien! Parecio como si le divirtiera.
– No se -insisti- si se da cuenta de la importancia que ha tomado esta cuestion de protocolo. ?No lo olvide, estamos en un pais de intrigas!
– No hay nadie a quien le gusten tanto las intrigas como a mi.
Se rio otra vez, pero se interrumpio de pronto, recobrando totalmente el semblante serio que exigia su funcion.
– Senor Lesage, no se trata solamente de protocolo. Se trata de principios. Antes de aceptar este puesto, me informe ampliamente sobre las decenas de expertos extranjeros llegados a este pais antes que yo. A algunos no les faltaba competencia ni buena voluntad, pero todos fracasaron. ?Sabe por que? Porque cayeron en la trampa en la que me invitan a caer hoy. Fui nombrado Tesorero General de Persia por el Parlamento persa y es normal, por lo tanto, que advierta al shah, al regente y al gobierno de mi llegada. Soy americano y por lo tanto puedo igualmente visitar a ese simpatico Mr. Russel. Pero ?por que se me exige que efectue visitas de cortesia a los rusos, a los ingleses, a los belgas o a los austriacos? Se lo voy a decir: porque se quiere demostrar a todos, al pueblo persa que espera tanto de los americanos y al Parlamento que nos ha contratado a pesar de todas las presiones que tuvo que soportar, que Morgan Shuster es un extranjero como todos los extranjeros, un farangu i. En cuanto efectuara mis primeras visitas, las invitaciones lloverian; los diplomaticos son personas educadas, acogedoras y cultivadas, hablan las lenguas que conozco y juegan los mismos juegos. Yo viviria feliz aqui, senor Lesage, entre el bridge, el te, el tenis, la equitacion y los bailes de disfraces, y volveria a mi pais dentro de tres anos rico, contento, bronceado y con buena salud. ?Pero no es para eso para lo que he venido, senor Lesage!
Casi gritaba. Una mano invisible, tal vez la de su mujer, vino discretamente a cerrar la puerta del salon. El no parecio advertirlo y prosiguio:
– He venido con una mision muy precisa: modernizar las finanzas de Persia. Estos hombres han recurrido a nosotros porque tienen confianza en nuestras instituciones y en nuestra gestion de los negocios. No tengo intencion de decepcionarlos ni de enganarlos. Vengo de una nacion cristiana, senor Lesage, y para mi esto tiene un significado. ?Que imagen tienen los persas hoy en dia de las naciones cristianas? ?La muy cristiana Inglaterra que se apodera de su petroleo, la muy cristiana Rusia que les impone su voluntad segun la cinica ley del mas fuerte? ?Quienes son los cristianos que han tratado hasta ahora? Estafadores, arrogantes, gente sin Dios, cosacos. ?Que idea quiere que tengan de nosotros? ?En que mundo vamos a vivir todos juntos? ?No tenemos otra cosa que proponerles que ser nuestros esclavos o nuestros enemigos? ?No pueden ser nuestros companeros, nuestros iguales? Felizmente, algunos de ellos continuan creyendo en nosotros, en nuestros valores, pero ?cuanto tiempo aun podrian hacer callar las miles de voces que equiparan al europeo con el demonio? ?A que se parecera la Persia del manana? Eso dependera de nuestro, comportamiento, del ejemplo que demos. El sacrificio de Baskerville ha hecho olvidar la codicia de muchos otros. Siento una gran estima por el, pero tranquilicese, no tengo intencion de morirme, sencillamente quiero ser honrado. Servire a Persia como serviria a una compania americana; no la robare, me esforzare en sanearla y en hacerla prosperar y respetare al Consejo de Administracion, pero sin besamanos ni zalemas.