Scaramouche - Sabatini Rafael (книги без регистрации бесплатно полностью сокращений txt) 📗
– ?Me enfrento yo a ellos? -dijo Andr?-Louis en tono de burla-. Perdonad, se?or marqu?s, pero fueron ellos los que me provocaron est?pidamente. Me empujaban, me abofeteaban, me pisaban los pies, me insultaban. Eso no tiene nada que ver con el hecho de que yo sea maestro de esgrima. ?Acaso por serlo tengo que soportar los malos tratos de vuestros groseros amigos? ?O es que de haber sabido antes que yo era maestro de esgrima, sus modales hubieran sido m?s correctos? Pero yo no tengo la culpa de eso. ?Qu? injusticia!
– ?Payaso! -le apostrof? desde?osamente el marqu?s-. Nada de lo que dec?s viene al caso. ?Esos hombres con los que os hab?is enfrentado viven de la espada como vos?
– Al contrario, se?or marqu?s. Por lo que he podido comprobar, son hombres que mueren por la espada con asombrosa facilidad. No creo que sea vuestro deseo ser uno de ellos. -?Y por qu? no? -dijo el se?or de La Tour d'Azyr con el rostro enrojecido.
– ?Oh! -exclam? Andr?-Louis enarcando las cejas y crispando los labios-. Porque vos, se?or, prefer?s las v?ctimas f?ciles, los Lagron y los Vilmorin de este mundo, meras ovejas para vuestro matadero.
El marqu?s de La Tour d'Azyr le dio una bofetada a Andr?-Louis, quien retrocedi?. Sus ojos brillaron por un momento; despu?s se ech? a re?r en la cara de su enemigo.
– Despu?s de todo, sois como los dem?s. ?Muy bien! La historia se repite, aunque con ligeras variaciones, pues el pobre Vilmorin no pudo soportar la vil mentira con la que le provocasteis, y entonces os abofete?; y ahora vos no pod?is soportar una verdad igualmente vil, y por eso me abofete?is. Pero siempre la vileza est? de vuestra parte. Y ahora, como entonces, para el que abofetea… -se interrumpi? y luego dijo-: pero, en fin, no hace falta decirlo. Deb?is recordarlo, puesto que vos mismo lo escribisteis aquel d?a con la punta de vuestra espada. Y ya que as? lo dese?is, caballero, nos batiremos. -?Y qu? otra cosa iba a desear? ?Hablar? Andr?-Louis se volvi? a su amigo suspirando. -Como ves, tendr? que ir de nuevo al Bois, Isaac. ?Podr?as hacerme el favor de hablar con cualquiera de estos amigos del se?or marqu?s y concertar el duelo para ma?ana a las nueve en punto, como de costumbre?
– Ma?ana, no -le dijo el marqu?s a Le Chapelier-. Tengo que visitar a alguien en el campo y no puedo dejar de ir. Le Chapelier mir? a Andr?-Louis y ?ste dijo: -Entonces nos batiremos el domingo a la misma hora. -Tampoco puedo ir el domingo -explic? el marqu?s-. No soy tan pagano como para infringir la fiesta de guardar. -Pero seguramente Dios no condenar? a un caballero tan devoto como el se?or marqu?s porque falte a una misa -dijo Andr?-Louis-. Muy bien, Isaac, fija el encuentro para el lunes si es que no hay otra solemne festividad ni ning?n compromiso impostergable que se lo impida al se?or marqu?s. Lo dejo en tus manos.
Salud? con el aire de alguien a quien aburren esos detalles y, cogiendo del brazo a Kersain, se alej?.
– ?Dios m?o! ?Qu? estilo tienes para estos asuntos! -le dijo Kersain, que de estas cosas no sab?a nada.
– De ellos lo aprend? -dijo ech?ndose a re?r. Estaba de muy buen humor. Y Kersain se sum? a los que cre?an que Andr?-Louis era un inconsciente o un hombre sin coraz?n.
Pero en sus Confesiones nos dice -y eso nos permite descubrir al hombre verdadero detr?s de su m?scara- que aquella noche se arrodill? para pedirle al esp?ritu de su difunto amigo Philippe que fuera testigo de c?mo estaba a un paso de cumplir el juramento hecho sobre su cuerpo, hac?a dos a?os, en Gavrillac.
CAP?TULO X Orgullo herido
La persona a la que el se?or de La Tour d'Azyr ten?a que visitar en el campo era el se?or de Kercadiou. Ese d?a muy temprano se dirigi? con su coche a Meudon, llevando consigo el ?ltimo n?mero de Actes des Apotres, cuyas s?tiras sobre los innovadores tanto divert?an al se?or de Gavrillac. El venenoso desprecio destilado contra aquellos golfos le hac?a olvidar los sinsabores que ellos mismos le hab?an causado oblig?ndolo a desterrarse de Breta?a.
Durante el ?ltimo mes, el marqu?s hab?a visitado dos veces al se?or de Gavrillac, y al ver a Aline, tan dulce y lozana, tan bella e inteligente, las cenizas del pasado, que ?l cre?a ya apagadas, volvieron a encenderse. La deseaba m?s que a nada en el mundo. Cre?a que era su pasi?n m?s pura, y que, de haberla experimentado siendo m?s joven, le hubiera convertido en otro hombre. Le hab?a dolido en el alma que, despu?s del asunto del Teatro Feydau, ella hubiera manifestado que no quer?a volver a verle. De un golpe, a causa de aquel malhadado mot?n, hab?a perdido una amante que le gustaba y una mujer que idolatraba. El s?rdido amor de la se?orita Binet le hubiera podido consolar al perder el amor de Aline, del mismo modo que su exaltado amor por Aline le hab?a inclinado a sacrificar su relaci?n con la hija de Binet. Pero aquella ri?a tumultuaria en el teatro le hab?a privado de ambas a la vez. Fiel a lo que le hab?a prometido a Sautron, hab?a roto definitivamente con la actriz para encontrarse con que tambi?n Aline romp?a definitivamente con ?l. Y cuando ya se hab?a recuperado de su pesar, cuando volvi? a pensar en la se?orita Binet, la comedianta ya hab?a desaparecido sin dejar rastro.
Se amargaba culpando de todo esto a Andr?-Louis. Ese aldeano mal nacido que le persegu?a implacablemente con su af?n justiciero, convirti?ndose en la pesadilla de su vida. S?, eso era aquel joven: ?la pesadilla de su vida! Y el lance que tendr?a lugar el lunes… No quer?a pensar en lo que iba a suceder el lunes. No era que le tuviera miedo a la muerte. Como todos los de su clase, era valiente, tal vez m?s de la cuenta, y confiaba demasiado en su destreza para pensar ni remotamente en la posibilidad de morir en un duelo. Pero aquel duelo le parec?a la culminaci?n de todo el mal que hab?a sufrido directa o indirectamente por culpa de ese Andr?-Louis Moreau, y perecer a manos de ?l ser?a innoble. Ya casi le parec?a o?r aquella insolente y burlona voz, en la primera sesi?n de la Asamblea, el lunes por la ma?ana, proclamando el festivo anuncio de su muerte.
Enojado por estas visiones, el marqu?s sacudi? la cabeza. Aquello era absurdo. Despu?s de todo, aunque Chabrillanne y La Motte -Royau eran excepcionales espadachines, ninguno de los dos pod?a igualarse a ?l. Al ver los campos iluminados por el sol de septiembre, su esp?ritu se reanim? y sinti? como una premonici?n de su victoria. S?, el lunes pondr?a fin a esa persecuci?n de que era v?ctima. Aniquilar?a a aquel impertinente que le hac?a la vida imposible. Y dici?ndose esto se sinti? m?s optimista, y hasta concibi? mayores esperanzas con Aline.
Un mes antes, cuando volvieron a verse, ?l fue absolutamente sincero con ella. Le hab?a contado toda la verdad acerca del motivo de su visita al Teatro Feydau, reproch?ndole que fuera tan injusta con ?l. Pero de ah? no pas?.
Sin embargo, para empezar, con eso era suficiente, como qued? demostrado en su ?ltimo encuentro, dos semanas atr?s, cuando ella ya le recibi? con franca cordialidad. A?n se mostraba algo retra?da, pero era de esperar que se comportara as? hasta que ?l le confesara sus esperanzas de reconquistarla. Hab?a sido una necedad no haber venido antes y dejar que transcurrieran catorce d?as sin verla.
De este modo, lleno de renovada confianza -una confianza nacida de las cenizas del pesimismo-, el marqu?s lleg? aquella ma?ana a Meudon. Se mostr? alegre y jovial mientras hablaba con el se?or de Kercadiou en el sal?n, aunque en realidad aguardaba a que apareciera la se?orita. Hablaba del futuro del pa?s, en el que tambi?n confiaba. Ya hab?a indicios de un cambio en la opini?n p?blica, o al menos era m?s moderada. La naci?n empezaba a advertir que aquella chusma de abogados la arrastraba al abismo. Sac? el ejemplar de Actes des Apotres y ley? un p?rrafo muy divertido. Entonces apareci? la se?orita y el marqu?s le dej? el peri?dico al se?or de Kercadiou.
El se?or de Gavrillac, preocupado por el futuro de su sobrina, sali? a leer el peri?dico al jard?n, donde ocup? un sitio estrat?gico, ni tan lejos que no pudiera vigilarlos discretamente, ni tan cerca que pudiera o?rlos. El marqu?s aprovech? al m?ximo aquella breve ocasi?n de hablar con la joven a solas. Le declar? su amor, implorando su perd?n, suplic?ndole que, al menos, le permitiera abrigar alguna esperanza de que un d?a no muy lejano no se negar?a a iniciar una relaci?n con ?l.
– Se?orita -dijo con voz vibrante de emoci?n-, vos no pod?is albergar dudas acerca de mi sinceridad. La misma constancia de mis sentimientos lo demuestra. Fue un acto de justicia verme desterrado de vuestra presencia, ya que me demostr? a m? mismo cuan indigno era del gran honor al que aspiraba. Pero ese destierro en modo alguno ha disminuido mi devoci?n. Si pudierais imaginar cu?nto he sufrido, comprender?ais que he expiado completamente mi culpa.
Ella le contempl? con cierta melancol?a en su bello rostro.
– Yo no dudo de vos, se?or, sino de m? misma.
– ?De vuestros sentimientos hacia m??
– S?.
– Eso puedo comprenderlo. Despu?s de lo sucedido…
– Siempre fue as?, se?or -interrumpi? ella suavemente-. Habl?is como si hubierais perdido mi cari?o a causa de vuestros actos. Pero eso ser?a decir demasiado. Voy a hablaros con el coraz?n en la mano. No era posible que perdierais mi cari?o. Soy consciente del gran honor que me hac?is. Y os aprecio profundamente…
– Pero entonces -exclam? ?l en tono esperanzado- con eso basta para iniciar…
– ?Qui?n me asegura que eso sea el comienzo de algo? ?Y si ese sentimiento no pasara de ah?? De haberos querido, despu?s de lo de aquella noche en el teatro, os hubiera enviado a buscar. Como m?nimo, no os hubiera condenado sin antes o?r vuestra explicaci?n. Pero ya veis… -y encogi?ndose de hombros, sonri? amable y tristemente.
Pero en su optimismo, el marqu?s, lejos de darse por vencido, se sent?a estimulado.
– Pero eso es darme esperanzas, se?orita. Con lo que ya me dais, puedo esperar m?s confiadamente. Os demostrar? que soy digno de vos. Os juro que lo har?. ?Qui?n, teniendo el privilegio de estar tan cerca de vos, no har?a cualquier cosa por merecer vuestro amor?
En eso, antes de que ella pudiera contestarle, el se?or de Kercadiou entr? por la puerta que daba al jard?n con el rostro enrojecido y las lentes en su frente. Agitaba el ejemplar de Actes des Apotres y, al parecer, estaba mudo de estupefacci?n.
De haber podido expresar en voz alta su enojo, el marqu?s hubiera dicho una groser?a. Pero se resign? a morderse la lengua ante aquella inoportuna interrupci?n. Alarmada por la excitaci?n de su t?o, Aline se puso en pie de un salto.
– ?Qu? sucede?
– ?Que qu? sucede? -exclam? por fin el se?or de Kercadiou-. ?El muy canalla! ?Ese perro infiel! Consent? en olvidar el pasado con la condici?n de que no volver?a a meterse en pol?tica para apoyar a los revolucionarios. Acept? esa condici?n y ahora -le dio un manotazo a una p?gina del peri?dico- ha vuelto a hacer de las suyas. No s?lo me ha traicionado otra vez meti?ndose en pol?tica, sino que es miembro de la Asamblea, y, lo que es peor, usa su destreza de maestro de esgrima para convertirse en un espadach?n asesino. ?Oh, Dios m?o! ?Es que tambi?n las leyes han emigrado de Francia?