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La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain (книги без регистрации .TXT) 📗

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Mientras vuelve a guardarselo en el bolsillo interior derecho, Johnson se pregunta como se las arreglara el otro para reconocer a su pasajero, al que no ha intentado ver ni un momento. Pero a partir de ahora, en el silencio, ya no hay mas que el agua que chapotea entre los sampanes, los pies descalzos que suenan cadenciosos en los adoquines o en la madera mojada, los tablones que vibran contra los cascos.

Despues viene el fumadero de opio, descrito ya: un decorado desnudo y blanco formado por una sucesion de pequenos aposentos cubicos, sin ningun mueble, totalmente encalados, incluso el suelo de tierra apisonada, en el que los clientes con pijamas negros estan tumbados al azar, de cualquier modo, recostados en las paredes o en mitad de las estancias, que se comunican entre si por aberturas rectangulares practicadas en las gruesas paredes, sin ningun tipo de puerta, y tan bajas que Johnson ha de agacharse para pasar. ?Que espera encontrar aqui? Los clientes no parecen estar en condiciones de proporcionarle la fortuna que desea, ni, a juzgar por su comportamiento, de discutir con el su cesion.

Despues se ve a Johnson en un cruce de calles, probablemente en el centro de la ciudad, pues una farola proyecta sombras netas y negras de las cosas y las gentes. Esta hablando con otro hombre, un europeo segun todas las apariencias, vestido con un traje claro y un impermeable abierto con el cuello subido, tocado con un sombrero de fieltro con las alas inclinadas, que le senala, en la fachada lateral de un banco -cuyo nombre esta escrito con grandes letras en el fronton de la fachada principal: Bank of China- una escalerita de emergencia, para casos de incendio probablemente, que conduce a una ventana del primer piso desprovista de reja, a diferencia de todas las demas, tanto del mismo piso como de la planta baja. No hay ningun otro personaje en el campo visual, ni coche que circule por las inmediaciones o aparcado junto a una acera; ni siquiera se ve la jinrikisha. Sin duda el hombre del impermeable quiere explicar al americano alguna fechoria; pero este ultimo, calculando las probabilidades de exito de la empresa, hace una mueca de duda, de expectacion o incluso de negativa, mas visible aun en la imagen ampliada que sigue.

Esta cara pronto da paso a la vista general de un pequeno bar. (?De modo que todavia hay bares abiertos a estas horas?) Dos clientes, sentados en altos taburetes, aparecen de espaldas, acodados uno junto a otro en la barra en la que hay dos copas de champan. Parecen conversar en voz baja. A la derecha, un camarero chino de chaqueta blanca, en una posicion ligeramente elevada entre la barra y los anaqueles en los que se alinean las botellas en apretadas hileras, los mira por el rabillo del ojo, mientras tiende una mano hacia un aparato telefonico situado en una hornacina.

Despues las imagenes se suceden muy aprisa: Johnson y Manneret en un decorado interior poco identificable (?eran ya ellos los que hablaban en el bar, donde se habrian citado antes?), haciendo ahora grandes ademanes a los que es absolutamente imposible atribuir un significado. Despues, Edouard Manneret en su balancin y el americano de pie frente a el, diciendo: «Si no acepta, ya vera lo que le pasa», y Kito, a la izquierda y en primer termino, hablando consigo misma: «?Ahora lo amenaza de muerte!» Luego, Johnson con Georges Marchat bebiendo champan en un jardin, cerca de un matorral de hibiscus en flor. Ahora, Johnson alejandose a grandes zancadas de un enorme Mercedes parado frente a un almacen cerrado del puerto de Kowloon (el nombre Kowloon Docks Company se lee en el cierre metalico) y volviendo la vista atras mientras se da prisa en salir de alli. Johnson conversando con un hombre gordo delante de un buffet lleno de vajilla de plata, en medio del gentio de una fiesta mundana. Johnson mostrando su pasaporte a un teniente de la policia, en una callejuela empinada que acaba en escalera, no lejos de un pequeno coche militar descubierto, a cuyo volante va otro policia, mientras el teniente dice: «Un camarero lo vio con el; usted le proponia el asunto, y una prostituta japonesa oyo como lo…» Johnson en su cuarto de hotel advirtiendo que sus papeles han sido registrados otra vez, y decidiendo anadir para los policias del servicio de informacion, en su proximo registro, un documento falso que empieza a redactar en el acto imitando la letra de Marchat: «Querido Ralph: una simple notita para tranquilizarlo respecto a su asunto: desde ahora todo esta arreglado, dispondra a tiempo de la cantidad que necesita; por consiguiente es totalmente inutil que recurra a Manneret o que busque dinero por otro conducto.» Firmado: «Georges.» Y, debajo, en una postdata: «Sigue sin saberse a quien pertenece el laboratorio de fabricacion de heroina que la policia ha descubierto. En mi opinion, debe de ser tambien de esos belgas que vienen del Congo y quieren comprar el hotel Victoria para transformarlo en casa de placeres. Espero que detengan a todos esos traficantes que manchan nuestra hermosa colonia.»

Despues de guardar este papel entre las cartas que han llegado ultimamente, dentro de una carpeta verde del primer cajon de la izquierda del escritorio, Sir Ralph entra en el cuarto de bano a tomar su ducha; luego se pone una camisa con pechera almidonada, se enfunda su smoking y anuda cuidadosamente en forma de pajarita una corbata de color rojo oscuro. Todavia le da tiempo a cenar fuera antes de acudir a la fiesta en casa de Lady Bergmann. En el vestibulo del hotel, al darle su llave al portero, Sir Ralph le hace un guino de connivencia; y sale por la puerta de atras, la que da a un jardincito plantado de ravenalas, pues por ese lado es por el que tiene mas posibilidades de encontrar un taxi. Hay uno libre, en efecto, aparcado al final de la acera; sube y dice que va al ferry. Como el calor es asfixiante en el asiento de atras, baja los cristales de las dos ventanas: aunque el aire que entra de fuera no es mucho mas fresco, su movimiento lo hace al menos soportable, y resulta asi mas comodo mirar a los transeuntes que pasean por delante de los escaparates brillantemente iluminados, bajo las higueras gigantes.

Tan pronto sube al barco, observa a una joven con traje cenido, abierto lateralmente hasta muy arriba, que lleva de una correa a un gran perro negro de orejas erguidas; recorre la cubierta con paso agil y regular, bordeando el agua invisible en la noche, pero cuyo ruido de tela estrujada contra el flanco del navio se oye. Su cuerpo en movimiento bajo la seda fina le da un aire provocativo, a pesar de su actitud reservada. Cuando quiere frenar el paso del perro, que va delante de ella y tira demasiado de la trenza de cuero, muy tensa, la joven emite entre sus dientes un silbido casi imperceptible de cobra, breve y seco. Varias veces, Sir Ralph, al cruzarse con ella en el puente, busca su mirada azul, que sostiene tranquilamente la suya. Pero, en definitiva, no le dirige la palabra, quiza por el perro y sus grunidos ante la proximidad de extranos. En el desembarcadero de Victoria hay siempre muchos taxis; el americano elige uno de modelo reciente para ir hasta el pequeno puerto de Aberdeen, donde va a cenar a un restaurante de fama, que flota en medio de la bahia.

Hay poca gente esta noche en la gran sala rectangular, abierta en su centro por una piscina cuadrada donde se distingue, en el agua verde, una multitud de grandes peces azules, morados, rojos o amarillos. Una muchacha esbelta, con traje de seda cenido, sin duda una eurasiatica, que se parece a la pasajera del ferry, los pesca uno tras otro mediante una red de largo mango, que maneja con gracia y habilidad, para presentarlos vivos, retorciendo sus cuerpos presos en las mallas, al cliente sentado a su mesa, para que escoja el que desea comer. Al regresar a la costa en un sampan iluminado con guirnaldas de luces, conducido por una muchacha esbelta con traje cenido, etc., de aspecto provocativo a la vez que reservado, etc., etc., que maneja con gracia y habilidad el largo remo veneciano, haciendo movimientos ondulados de torsion que agitan la seda fina y brillante sobre la piel… (?ya basta ahi arriba!, las pisadas y el baston con contera de hierro que golpea el suelo acompasadamente…), Sir Ralph observa, a la dudosa luz de los faroles del puerto, una fila de coolies que transportan sobre sus hombros doblados sacos repletos de alguna mercancia (?clandestina?), hasta el gran junco -con todas las luces apagadas- unido al muelle por una larga pasarela de tablones que zigzaguea de un casco a otro por entre la flotilla de pequenas embarcaciones fondeadas. Un tercer taxi lo lleva entonces a la Villa Azul, donde llega a las nueve y diez, como estaba previsto.

A poco de entrar en el gran salon, en el que ya estan bailando unas cuantas parejas con aire forzado, se lo lleva aparte la senora de la casa. Tiene una noticia grave que comunicarle: Edouard Manneret acaba de ser asesinado por los comunistas, con el pretexto -evidentemente falso- de que era un agente doble al servicio de Formosa. Se trata en realidad de un ajuste de cuentas mucho mas turbio, mucho mas complejo. De todos modos, Johnson figura entre los sospechosos notorios, a los que la policia no puede menos de detener: si todavia no lo ha hecho, quiza se deba a una especie de cortesia diplomatica con Pekin. Lady Ava le pregunta, pues, que piensa hacer. Johnson contesta que esta misma noche abandonara Hong Kong, en un junco, para dirigirse a Macao o a Canton.

La velada se desarrolla luego de una manera normal, para que no cunda la alarma, pero seguro que otras personas estan alerta, pues se nota algo tenso en el ambiente: basta que una copa se rompa en el suelo para que todo el mundo se quede inmovil, como con el temor de un acontecimiento cuya inminencia esta fuera de duda. Sir Ralph permanece junto a un mirador, aguzando el oido en direccion a las espesas cortinas corridas, para espiar la eventual llegada de un coche. Georges Marchat no abandona el buffet, donde ha pedido seis copas de champan seguidas, que se ha bebido de un trago una tras otra. En el salan cito de musica, Lauren, la prometida de Marchat, toca al piano para unos cuantos invitados silenciosos una composicion moderna, llena de rupturas y pausas, subrayadas por ella con risas nerviosas, bruscas, sin duracion, para senalar errores que solo ella puede reconocer. Kito, la joven criada japonesa acaba de cortarse en un brazo -un poco mas abajo del codo, en la cara interna- al recoger con demasiada precipitacion los fragmentos de la copa rota; y permanece inmovil, de rodillas en el suelo, contemplando con aire ausente el hilillo de sangre de un rojo vivo que corre imperceptiblemente por su piel mate y cae gota a gota, con largos intervalos, sobre el marmol sembrado de cristales centelleantes. A unos metros de distancia, un poco apartada detras del sillon en cuyo respaldo se la ve apoyarse, con aire indiferente, para hacer algo, pero con la cabeza vuelta lateralmente hacia la escena que precede con una fijeza en la mirada que no permite ningun error, una bella eurasiatica, que responde al nombre americano de Kim, contempla a la pequena japonesita arrodillada, el brazo blanco manchado por una fina linea roja y las gotas de sangre que forman en el suelo una constelacion de puntos dispersos concentrados alrededor de un eje, como las perforaciones de las balas en un blanco de tiro. Y poco a poco, sin que sus ojos se aparten del espectaculo de la criada herida, la mano derecha de Kim se separa del sillon, para subir hasta mas arriba de su clavicula izquierda, en cuyo hueco lleva la marca de una discreta cicatriz de color rosa vivo: dos puntos oblongos situados muy cerca uno de otro y que nadie habria notado sin su gesto furtivo, pero cuya forma insolita, una vez que han llamado la atencion, incita a preguntarse como se produjeron.

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