La Casa De Citas - Robbe-grillet Alain (книги без регистрации .TXT) 📗
Totalmente alejada del resto de sus invitados, Lady Ava espera tambien, sentada en su sofa de terciopelo descolorido por el tiempo. De pie cerca de ella esta Lucky, la hermana melliza de Kim, a la que se parece de un modo extraordinario, pero que lleva un traje de seda blanca, en vez de negra como convendria a su luto reciente. (?No han perdido las dos a su padre?) Acaba de entregar a Lady Ava un sobre de papel pardo atestado de documentos, que esta ha escondido inmediatamente.
Por todas partes, alrededor, se observan asi movimientos bruscos o mecanicos, miradas de soslayo, ademanes que se petrifican, inmovilidades demasiado largas o forzadas, una amortiguacion insolita de todos los ruidos, sobre los cuales resaltan a veces frases breves que suenan a falsas: «?A que hora empieza la funcion?», «?Me concede el proximo baile?», «Tomara una copa de champan», etc. Y casi todo el mundo siente una especie de alivio cuando por fin aparecen los policias con uniformes ingleses. El silencio era ademas total desde hacia varios segundos, como si el momento exacto de su salida a escena hubiera sido conocido por todos desde hacia mucho tiempo. El guion se desarrolla luego de un modo mecanico, como si se tratara de una maquina bien engrasada, bien rodada, y a partir de ese momento cada cual conociera su papel con exactitud y pudiera representarlo sin equivocarse de un segundo, sin un fallo, sin el menor tropiezo capaz de sorprender a un companero: los musicos de la orquesta -cuya pausa anunciaba ya el calderon- que abandonan a la vez sus instrumentos o los bajan con suavidad, el arco a lo largo del cuerpo, la flauta sobre el atril, el cornetin entre los muslos, los palillos cruzados sobre la piel del tambor, y Kito, la criada, que se levanta del suelo, la eurasiatica que dirige la mirada hacia adelante, el hombre gordo y colorado que pone la copa vacia en la bandeja de plata que le tiende el camarero, el soldado que se aposta ante la gran puerta, el otro soldado que cruza el salon en linea recta por entre las parejas, que dejan de bailar, sin tener que desviarse lo mas minimo para no topar con ninguna, ya que va a vigilar la salida situada al otro extremo, y, por ultimo, el teniente que se dirige sin vacilar hacia la ventana junto a la cual permanece Johnson para proceder a su detencion.
Pero una cosa me inquieta ahora: el teniente, con su paso decidido, ?no se dirigira mas bien hacia la senora de la casa? ?No es mas logico detenerla antes a ella? En efecto, Lady Ava no ha ocultado, en una conversacion con Kim -en un monologo, para ser exactos, pues no hay que enganarse con las palabras, efectuado en presencia de esta ultima, como todos recordamos, mientras la anciana se prepara para acostarse-, no ha ocultado, decia, su intencion deliberada de inducir a Johnson, por medio de las exigencias exorbitantes de Lauren -metodo al parecer clasico para este tipo de reclutamiento-, de inducir a Johnson a convertirse a su vez en agente secreto de Pekin, lo cual significaria que el compromiso de Lady Ava en este sentido era mucho mas fuerte. Una solucion al problema residiria quiza en la ignorancia de la policia inglesa, o en su fair-play diplomatico, que prefiere atacar a la organizacion comunistoide conocida con los nombres de Hong Kong Libre o S.L.S. (South Liberation Soviet), cuyo papel es inexistente y sus reivindicaciones mas bien contrarias a los intereses chinos (hasta el extremo de que muchos no ven en ella mas que una fachada para ocultar algun trafico de drogas o trata de blancas), a acabar brutalmente con la accion de los verdaderos espias.
En cualquier caso, cuando el teniente de la policia se presenta ante Lady Ava, y apenas efectuados los saludos de rigor, esta invita a beber con voz mundana al recien llegado, lo que no conduce a nada. Hay otro problema: ?los terminos «soldados» y «policias» no habran sido empleados un poco a la ligera para designar a los gendarmes britanicos? ?O se trataba de inspectores vestidos de paisano o de verdaderos militares en uniforme de combate de abigarrado camuflaje? Quedan por precisar, ademas, diversos puntos esenciales, por ejemplo: ?la llegada de la patrulla tuvo lugar antes o despues de la representacion teatral? Incluso quiza fue en mitad del espectaculo, en el momento en que Lady Ava, tras contar y guardar luego las bolsitas en el armario secreto, y ordenar los papeles en el escritorio, acaba, agotada, livida, vacilante, yendo a echarse en la cama. Es entonces cuando llaman a la gran puerta de hojas molduradas, una, dos, tres veces… ?Quien es el visitante imprevisto que se obstina asi sin obtener respuesta? La sala ignora evidentemente lo que pasa en el resto de la casa. Pero se abre la puerta, y la sorpresa es grande al ver a Sir Ralph entrando bruscamente. Corre a la cama… ?Llega demasiado tarde? ?Habra hecho ya efecto el veneno? Los espectadores permanecen angustiados.
Sir Ralph se inclina sobre el rostro descompuesto, sosteniendo la mano de la moribunda. Lady Ava, sin verlo, con la mirada fija en el vacio en busca de un recuerdo que no logra encontrar, pronuncia palabras inconexas con inflexiones bajas y roncas, en las que destacan a veces jirones de frases mas comprensibles: sobre el lugar donde nacio, sobre su boda, sobre paises que ha visitado, o que nunca ha conocido mas que de oidas. Habla de cosas que ha hecho, de otras que hubiera querido hacer, diciendo tambien que siempre ha sido una mala actriz y que, ahora que es vieja, ya no interesa a nadie. Sir Ralph intenta reconfortarla, asegurandole que, por el contrario, ha estado muy bien esta noche, hasta el final. Pero ella ya no escucha. Pregunta si no podrian hacer menos escandalo encima de su habitacion. Oye golpes de baston. Dice que habria que subir a ver que ocurre arriba. Seguro que hay alguien enfermo, o herido, que pide auxilio. Pero al instante cambia de idea: «Es el viejo rey Boris, que se mece en su ferry…», dice. Su diccion es tan confusa que Sir Ralph no esta seguro de haberla oido bien. Despues parece mas calmada, pero su semblante se ha vuelto aun mas macilento, aun mas gris. Parece como si toda la sangre, como si toda la carne, se le fueran por dentro. Tras una pausa mas larga, bruscamente, con una claridad perfecta, inesperada, anade aun: «Las cosas nunca estan definitivamente en orden.» Despues, sin mover la cabeza, abre desmesuradamente los ojos, y pregunta donde estan los perros. Son sus ultimas palabras.
Y ahora Ralph Johnson, llamado el americano, regresa una vez mas al barrio nuevo de Kowloon, a casa de Manneret. Va a probar suerte otra vez, ya que no hay nadie mas, en todo el territorio de la concesion, que sea capaz de proporcionarle la cantidad exigida para el rescate de Lauren. Si hace falta, recurrira a todos los medios para convencer al potentado. Sin pensar en tomar el ascensor, sube andando las siete plantas. La puerta del piso esta entornada, la puerta del piso esta abierta de par en par a pesar de la hora tardia, la puerta del piso esta cerrada -?que mas da?- y Manneret en persona va a abrirle; o es un criado chino, o una joven eurasiatica medio dormida a la que el campanillazo, el insistente timbre electrico, los golpes dados con los punos en la puerta han acabado sacando de la cama. ?Que importancia tiene todo esto? ?Que importancia? En todo caso, Edouard Manneret aun no esta acostado. No se acuesta nunca. Duerme vestido en su balancin. Lleva mucho tiempo sin poder dormir; los somniferos mas fuertes han dejado de hacerle efecto. Duerme tranquilamente en su cama, pero Johnson insiste para que lo despierten, espera en el salon, empuja a las criadas asustadas y entra por la fuerza en su habitacion; todo eso da lo mismo. Manneret confunde primero a Johnson con su hijo, lo confunde con Georges Marchat, o Marchant, lo confunde con el senor Chang, lo confunde con Sir Ralph, lo confunde con el rey Boris. El americano insiste. El americano amenaza. El americano suplica. Edouard Manneret se niega. Entonces el americano se saca con mucha calma el revolver del bolsillo interior derecho (?o izquierdo?) del smoking, aquel revolver que habia ido a buscar antes (?cuando?) en el armario o en la comoda de su cuarto de hotel, entre las camisas almidonadas, bien planchadas, bien blancas… Manneret lo mira y permanece impasible, sin dejar de sonreir, mientras se mece lentamente en su balancin con ritmo regular. Johnson quita el seguro. Edouard Manneret sigue sonriendo sin que se mueva un solo musculo de su cara. Se diria una figura de cera en un museo. Y su cabeza sube y baja siempre con la misma cadencia. Johnson mete una bala en la recamara y, con gesto pausado, levanta el arma en direccion al pecho que sube y baja alternativamente, como los blancos moviles en las ferias. Dice: «?De modo que no quiere?» Manneret no contesta siquiera; no parece creer que todo esto sea verdad. Johnson apunta al corazon, con cuidado, siguiendo con la mano las oscilaciones del balancin, que sube, baja, sube, baja… Asi, es facil cuando se ha cogido el ritmo. Entonces aprieta el gatillo. Dispara cinco veces seguidas: abajo, arriba, abajo, arriba, abajo. Todos los tiros han dado en el blanco. Se guarda otra vez el revolver todavia caliente en el bolsillo interior, mientras el balancin sigue su movimiento periodico, que va amortiguandose progresivamente, y corre hacia la escalera. En la oscuridad, le parece que a su paso se han abierto puertas en cada rellano, pero no esta seguro de ello.
Delante de la casa, en la avenida, aparcado junto a la acera, esta el viejo taxi de los cristales subidos, esperandolo. Sin preguntarle nada al taxista, Johnson abre la puerta trasera y sube. El vehiculo arranca enseguida, para dejarlo pocos minutos despues en la estacion del ferry. El barco esta separandose del muelle; Johnson, a quien trata de contener en vano un empleado de la compania, tiene el tiempo justo de saltar a bordo, donde se halla subitamente en medio de la multitud silenciosa de hombres bajitos vestidos con monos o pijamas negros que se dirigen a su trabajo, aunque todavia no ha amanecido. Durante la travesia Johnson calcula que le queda exactamente el numero de minutos necesario para llegar al puerto de Aberdeen antes de las seis y cuarto y embarcarse en el junco. Pero cuando baja del transbordador, en Victoria, y sube a un taxi, es para que lo lleve en direccion opuesta, a la Villa Azul: no puede dejar Hong Kong sin ver a Lauren. Por ultima vez intentara convencerla de que vaya con el, aunque no ha cumplido su promesa. Quiza solo haya hecho todo eso para ponerlo a prueba…
Cruza el parque con paso rapido, guiado por el resplandor azul que llega de la casa, en medio del zumbido fijo y estridente de los millones de insectos nocturnos; cruza el vestibulo, cruza el gran salon abandonado. Todas las puertas estan abiertas. Se diria que hasta los mismos criados han desaparecido. Sube la gran escalera de honor. Pero su paso se hace mas lento de peldano en peldano. Al pasar ante la habitacion de Lady Ava, encuentra tambien su puerta totalmente abierta. Entra sin hacer ruido. La viejisima senora esta acostada en su inmensa cama flanqueada por dos antorchas, que le dan un aspecto funebre. Kim permanece a su cabecera, de pie aun e inmovil; ?ha pasado asi toda la noche? Johnson se acerca. La enferma no esta dormida. Johnson le pregunta si ha ido el medico y como se encuentra. Le contesta con voz sosegada que se esta muriendo. Le pregunta si ya es de noche. Johnson contesta: «No, todavia no.» Pero ella empieza a agitarse de nuevo, moviendo la cabeza con dificultad, como si buscara algo con la mirada, y diciendo que tiene una noticia importante que anunciarle. Entonces se pone a contar que acaban de detener a los traficantes belgas, llegados recientemente del Congo, que habian instalado una fabrica de heroina… etc. Pero poco a poco pierde el hilo de su discurso y pronto se interrumpe del todo para preguntar donde estan los perros. Seran sus ultimas palabras.