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Samarcanda - Maalouf Amin (читать книгу онлайн бесплатно полностью без регистрации txt) 📗

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Por lo tanto, el Principe de los Creyentes se resigno a decir «si» con la muerte en el alma. En cuanto recibio la respuesta, Togrul emprendio el camino a Bagdad y antes incluso de llegar a la ciudad envio a su visir como explorador, impaciente por saber que disposiciones se habian previsto ya para la boda.

Al llegar al palacio califal el emisario tuvo que oir, en terminos muy detallados, que el contrato de matrimonio podia firmarse, pero que la reunion de los dos esposos estaba fuera de toda discusion «visto que lo importante es el honor de la alianza y no el encuentro».

El visir estaba exasperado, pero se domino:

– Como conozco a Togrul Beg -explico-, puedo aseguraros, sin ningun riesgo de equivocarme, que la importancia que concede al encuentro no es en modo alguno secundaria.

De hecho, para insistir en la vehemencia de su deseo, el sultan no dudo en poner sus tropas en estado de alerta, en dividir y controlar Bagdad y en cercar el palacio del califa; este ultimo hubo de rendirse y el «encuentro» tuvo lugar. La princesa se sento sobre un lecho tapizado de oro, Togrul Beg entro en la habitacion, beso el suelo ante ella «y luego la honro», confirman los cronistas, «sin que ella apartara el velo de su rostro, sin que le dijera nada, sin ocuparse de su presencia». Desde entonces el venia a verla todos los dias con ricos presentes y todos los dias la honraba, pero ella no le dejo ver su rostro ni una sola vez. A la salida, despues de cada «encuentro», le esperaban numerosas personas, porque estaba de tan buen humor que concedia todas las peticiones y ofrecia innumerables regalos.

De este matrimonio entre la decadencia y la arrogancia no nacio ningun hijo. Togrul murio seis meses despues. Notoriamente esteril, habia repudiado a sus dos primeras esposas acusandolas del mal que le aquejaba a el. Sin embargo, a lo largo de tantas mujeres, esposas o esclavas, tenia que haberse rendido ante la evidencia: si culpa habia, era el el culpable. Habia consultado a astrologos y a curanderos chamanes que le prescribieron que en cada luna llena se tragara el prepucio de un nino recien circunciso. Sin resultado. No tuvo mas remedio que resignarse, pero para evitar que esa dolencia redujera su prestigio ante los suyos se habia forjado una solida reputacion de amante insaciable, arrastrando tras el para el mas corto de los desplazamientos un haren exageradamente abastecido. Sus hazanas eran un tema obligado entre sus allegados y no era raro que sus oficiales, e incluso los visitantes extranjeros, le preguntaran por sus proezas, alabaran su energia nocturna y le pidieran recetas y elixires.

Sayyeda se quedo, pues, viuda. Vacio estaba su lecho de oro, pero no se le ocurrio quejarse por ello. Mas grave parecia el vacio de poder; el Imperio acababa de nacer y aunque llevara el nombre del oscuro antepasado Selyuq, su verdadero fundador era Togrul. Su desaparicion sin hijos ?no hundiria en la anarquia al Oriente musulman? Los hermanos, sobrinos y primos eran una legion. Los turcos no tenian en cuenta el derecho de primogenitura ni la regla de sucesion.

Muy pronto, sin embargo, un hombre consiguio imponerse: Alp Arslan, hijo de Xagri. En algunos meses consiguio tener ascendiente sobre los miembros del clan, exterminando a unos, comprando el vasallaje de otros. Pronto apareceria a los ojos de sus subditos como un gran soberano, firme y justo. Pero un rumor alimentado por sus rivales iba a perseguirle: mientras que se atribuia al esteril Togrul una desbordante virilidad, Alp Arslan, padre de nueve hijos, tenia, azar de las costumbres y de los rumores, la imagen de un hombre a quien el sexo opuesto atraia poco. Sus enemigos le apodaban «el afeminado» y sus cortesanos evitaban que sus conversaciones se desviaran hacia un tema tan embarazoso. Y fue esa reputacion, merecida o no, la que iba a causar su perdicion, interrumpiendo prematuramente una carrera que se anunciaba fulgurante.

Eso, Yahan y Omar no lo saben aun. En el momento en que conversan en el pabellon del jardin de Abu Taher, Alp Arslan, a los treinta y ocho anos, es el hombre mas poderoso de la tierra. Su Imperio se extiende desde Kabul hasta el Mediterraneo, no comparte con nadie su poder, su ejercito le es fiel y tiene por visir al hombre de Estado mas habil de su tiempo, Nizam el-Molk. Sobre todo, Alp Arslan acaba de lograr, en el pequeno pueblo de Malazgerd, en Anatolia, una clamorosa victoria sobre el Imperio Bizantino, cuyo ejercito fue diezmado a la vez que era capturado el emperador. En todas las mezquitas los predicadores alaban sus hazanas y cuentan como, a la hora de la batalla, se revistio con su sudario blanco y se perfumo con las plantas aromaticas de los embalsamadores, como trenzo con su propia mano la cola de su caballo, como pudo sorprender en las inmediaciones de su campo a los exploradores rusos enviados por los bizantinos, como ordeno que les cortaran la nariz, pero tambien como devolvio la libertad al emperador prisionero.

Un gran momento para el Islam, sin duda, pero un motivo de grave preocupacion para Samarcanda. Alp Arslan la ha ambicionado siempre e incluso en el pasado intento apoderarse de ella. Unicamente su conflicto con los bizantinos le obligo a pactar una tregua, sellada por alianzas matrimoniales entre las dos dinastias: Malikxah, el hijo primogenito del sultan, obtuvo la mano de Terken Jatun, la hermana de Nasr, y el kan mismo se caso con la hija de Alp Arslan.

Pero nadie se engana con esos arreglos. Desde que se entero de la victoria de su suegro sobre los cristianos, el senor de Samarcanda teme lo peor para su ciudad. No se equivoca; los acontecimientos se precipitan.

Doscientos mil jinetes selyuquies se disponen a cruzar «el rio», aquel que en ese momento llaman el Yayhun, que los antiguos llamaban el Oxus y que se convertiria en el Amu-Daria. Se necesitaran veinte dias para que el ultimo soldado lo cruce por el bamboleante puente de barcas amarradas.

En Samarcanda, la sala del trono esta casi siempre llena, aunque silenciosa como la casa de un difunto. El mismo kan parece apaciguado por la adversidad; ni colera ni gritos, y eso a los cortesanos les abruma. Su soberbia les daba seguridad, aunque fueran sus victimas. Su calma les preocupa, lo sienten resignado, lo juzgan vencido y piensan en su salvacion. ?Huir?, ?traicionar ya?, ?esperar aun?, ?rezar?

Dos veces al dia el kan se levanta, seguido en cortejo por sus allegados, e inspecciona un lienzo de muralla, aclamado por los soldados y el populacho. Durante una de esas rondas, unos jovenes ciudadanos tratan de acercarse al monarca. Mantenidos a distancia por los guardias, gritan que estan dispuestos a luchar junto a los soldados, a morir por defender la ciudad, al kan y la dinastia. En vez de alegrarse por su iniciativa, el soberano se irrita, interrumpe su visita y vuelve sobre sus pasos, ordenando a los soldados que los dispersen sin consideraciones.

De regreso al palacio, sermonea a sus oficiales:

– Cuando mi abuelo, Dios guarde en nosotros el recuerdo de su sabiduria, quiso apoderarse de la ciudad de Balj, los habitantes tomaron las armas en ausencia de su soberano y mataron a un gran numero de nuestros soldados, obligando a nuestro ejercito a retirarse. Mi abuelo escribio entonces una carta de reproche a Mahmud, el senor de Balj: «Estoy de acuerdo con que nuestras tropas se enfrenten, que Dios de la victoria a quien El quiera, pero ?adonde iremos si el vulgo comienza a mezclarse en nuestras disputas?» Mahmud le dio la razon, castigo a sus subditos, les prohibio llevar armas y les obligo a pagar en oro la destruccion causada por el combate. Lo que es valido para los habitantes de Balj lo es aun mas para los de Samarcanda, de naturaleza indomita, y prefiero ir solo, sin armas, ante Alp Arslan, antes que deber mi salvacion a los ciudadanos.

Los oficiales son de su misma opinion, prometen reprimir todo celo popular, renuevan su juramento de fidelidad y afirman que lucharan como fieras heridas. No son solo palabras. Las tropas de Transoxiana no son menos valerosas que las de los selyuquies. Alp Arslan solo tiene la ventaja del numero y de la edad. No la suya, se entiende, sino la de su dinastia. Pertenece a la segunda generacion, animada aun por la ambicion fundadora. Nasr es el quinto de su linaje, mucho mas interesado por gozar de lo obtenido que por ampliarlo.

A lo largo de esos dias de efervescencia, Jayyam quiere permanecer alejado de la ciudad. Desde luego no puede abstenerse de hacer de vez en cuando una breve aparicion en la corte o en casa del cadi sin que parezca que los abandona en un momento de adversidad. Pero la mayoria de las veces permanece encerrado en su pabellon, ensimismado en sus trabajos o en su libro secreto, cuyas paginas emborrona con empeno, como si la guerra no existiera para el mas que por la indiferente prudencia que le inspira.

Solo Yahan le une a las realidades del drama ambiente. Cada noche le cuenta las noticias del frente y los rumores del palacio, que el escucha sin pasion manifiesta.

Sobre el terreno, el avance de Alp Arslan es lento. Torpeza de una tropa pletorica, dudosa disciplina, enfermedades, cienagas. Resistencia tambien, a veces encarnizada. Un hombre en particular le hace la vida imposible al sultan; es el comandante de una fortaleza que no esta lejos del rio. El ejercito podria rodearla y proseguir su camino, pero su retaguardia estaria poco segura, los hostigamientos aumentarian y en caso de dificultad la retirada se revelaria peligrosa. Por lo tanto, hay que acabar con ella; Alp Arslan dio la orden hace diez dias y los asaltos se multiplican.

Desde Samarcanda se sigue de cerca la batalla. Cada tres dias llega una paloma soltada por los defensores. El mensaje no es nunca una llamada de socorro, no describe el agotamiento de los viveres y de los hombres, solo habla de las perdidas del adversario, de los rumores de epidemias extendidas entre los asaltantes. De la noche a la manana el comandante de la plaza, un tal Yussef, originario de Jwarizin, se convierte en el heroe de Transoxiana.

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