Samarcanda - Maalouf Amin (читать книгу онлайн бесплатно полностью без регистрации txt) 📗
Pero Abu Taher respira profundamente y da a sus hombres una orden tajante. Se alejan. En cuanto cierran la puerta se dirige hacia un rincon del divan , levanta un pano del tapiz y luego la tapa de un cofre de madera damasquinada. Saca de el un libro que ofrece a Omar con un gesto ceremonioso, verdad es que suavizado por una sonrisa protectora.
Ahora bien, ese libro es el mismo que yo, Benjamin O. Lesage, iba un dia a sostener en mis propias manos. Supongo que al tacto fue siempre igual. Un grueso, aspero, repujado con dibujos en forma de semicirculo, bordes de las hojas irregulares, mellados. Pero cuando Jayyam lo abre, en esa inolvidable noche de verano, solo contempla doscientas cincuenta y seis paginas en blanco, sin poemas aun, ni pinturas, ni comentarios en el margen, ni iluminaciones.
Para ocultar su emocion, Abu Taher adopta un tono de charlatan.
– Es kagez chino, el mejor papel que se ha obtenido jamas en los talleres de Samarcanda. Un judio del barrio de Maturid lo fabrico para mi segun una antigua receta enteramente a base de morera blanca. Tocalo, es de la misma savia que la seda.
Se aclara la garganta antes de explayarse:
– Yo tenia un hermano diez anos mayor que yo; tenia tu edad cuando murio, descuartizado, en la ciudad de Balj, por haber compuesto un poema que desagrado al soberano del momento. Se le acuso de incubar una herejia, no se si seria verdad, pero yo le reprocho que se jugara la vida por un poema, un miserable poema apenas mas largo que una cuarteta.
Se le rompe la voz, que de nuevo se alza ahogada:
– Guarda ese libro. Cada vez que un verso tome forma en tu mente y se acerque a tus labios intentando salir, reprimelo sin consideraciones, pero escribelo en estas hojas que permaneceran en secreto. Y mientras escribas piensa en Abu Taher.
?Sabia el cadi que con ese gesto, con esas palabras, daba origen a uno de los secretos mejor guardados de la historia de las letras? ?Que pasarian ocho siglos antes de que el mundo descubriera la sublime poesia de Omar Jayyam, antes de que sus Ruba'iyyat fueran veneradas como una de las obras mas originales de todos los tiempos, antes de que fuera al fin conocido el extrano destino del manuscrito de Samarcanda?
III
E sa noche, Omar intenta inutilmente conciliar el sueno en un mirador o pabellon de madera que se encuentra sobre una pelada colina en medio del gran jardin de Abu Taher. Cerca de el, en una mesa baja, calamo y tintero, una lampara apagada y su libro, abierto por la primera pagina, que sigue en blanco.
Al amanecer, una vision: una bella esclava le trae una bandeja con rajas de melon, un traje nuevo y una banda de turbante de seda de Zandan. Y un mensaje susurrado:
– El amo te espera despues de la oracion del alba.
El salon ya esta lleno: demandantes, pediguenos, cortesanos, allegados, visitantes de toda condicion y entre ellos el estudiante de la cicatriz, que sin duda ha venido para saber noticias. Cuando Omar cruza la puerta, la voz del cadi le convierte en blanco de miradas y murmullos:
– Bienvenido sea el iman Omar Jayyam, el hombre al que nadie iguala en el conocimiento de la tradicion del Profeta, la referencia que nadie discute, la voz que nadie contradice.
Uno despues de otro los visitantes se levantan, esbozan una zalema y mascullan alguna formula antes de volver a sentarse. Con una furtiva mirada, Omar observa al de la cicatriz, que parece ahogarse en su rincon, refugiado sin embargo en una mueca timidamente burlona.
Con la mayor ceremonia del mundo, Abu Taher ruega a Omar que tome asiento a su derecha, obligando a sus vecinos a apartarse solicitamente. Luego continua.
– Nuestro eminente visitante tuvo ayer tarde un contratiempo. El, a quien se honra en Jorasan, Fars y Mazandaran, a quien todas las ciudades desean acoger entre sus muros, a quien todos los principes desean atraer hacia su corte, fue importunado ayer en las calles de Samarcanda.
Exclamaciones indignadas se elevan, seguidas de una algarabia que el cadi deja aumentar un tanto, antes de apaciguarla con un gesto y proseguir:
– Y lo que es mas grave, un alboroto estuvo a punto de estallar en el bazar. ?Un alboroto, la vispera de la visita de nuestro venerado soberano Nasr Kan, Sol de la Realeza, que debe llegar esta misma manana de Bujara, si Dios lo permite! No me atrevo a imaginar en que afliccion nos encontrariamos hoy si no hubieramos podido contener y dispersar a la multitud. Os lo digo: ?muchas cabezas estarian vacilando sobre sus hombros!
Se interrumpe para tomar aliento, para causar impresion, sobre todo, y dejar que el miedo se insinue en los corazones.
– Felizmente, uno de mis antiguos alumnos, aqui presente, reconocio a nuestro eminente visitante y vino a advertirme.
Senala con el dedo al estudiante de la cicatriz y le invita a levantarse:
– ?Como reconociste al iman Omar?
A modo de respuesta, algunas silabas balbuceadas.
– ?Mas alto! ?Aqui nuestro anciano tio no te oye! -vocifera el cadi senalando a una venerable barba blanca que esta a su izquierda.
– Reconoci al eminente visitante gracias a su elocuencia -enuncia con dificultad el de la cicatriz-, y lo interrogue sobre su identidad antes de traerlo ante nuestro cadi.
– Has actuado bien. Si hubiera continuado el tumulto, habria corrido la sangre. Ven a sentarte cerca de nuestro invitado, te lo has merecido.
Mientras el de la cicatriz se acerca con un aire falsamente humilde, Abu Taher murmura al oido de Omar:
– Aunque no se haya hecho amigo tuyo, al menos no podra ya atacarte en publico.
Prosigue en voz alta:
– ?Puedo esperar que a pesar de todo lo que ha soportado, jawaye Omar no guarde demasiado mal recuerdo de Samarcanda?
– Lo que paso ayer tarde -responde Jayyam- lo he olvidado ya y cuando mas tarde piense en esta ciudad sera otra imagen la que conserve en mi mente, la imagen de un hombre maravilloso. No estoy hablando de Abu Taher. El mas bello elogio que se puede hacer a un cadi no es alabar sus cualidades, sino la nobleza de aquellos que tiene a su cargo. Ahora bien, el dia de mi llegada, mi mula habia subido penosamente la ultima pendiente que lleva a la puerta de Kix y yo apenas habia puesto un pie en tierra cuando me abordo un hombre: «Bienvenido a esta ciudad» me dijo, «?tienes aqui parientes o amigos?» Respondi que no sin detenerme, temiendo habermelas con algun timador o, por lo menos, con un pedigueno o un importuno. Pero el hombre prosiguio: «No desconfies de mi insistencia, noble visitante. Es mi senor quien me ha ordenado apostarme en este lugar al acecho de todo viajero que se presente para ofrecerle hospitalidad.»
El hombre parecia de condicion modesta, pero iba vestido con ropa limpia y no ignoraba los modales de las personas de respeto. Le segui. A algunos pasos de alli, me hizo entrar por una pesada puerta, atravese un pasillo abovedado y me encontre en el patio de un caravasar, con un pozo en el medio y personas y bestias atareadas, y, rodeando el patio, una construccion de dos pisos con habitaciones para viajeros. El hombre dijo: «Puedes quedarte aqui el tiempo que quieras, una noche o una temporada. Encontraras cama y comida y forraje para tu mula.» Cuando le pregunte el precio que debla pagar se ofendio: «Eres el invitado de mi senor.» «?Y donde esta ese anfitrion tan generoso para que pueda expresarle mi agradecimiento?» «Mi senor murio hace ya siete anos, dejandome una suma de dinero que debia gastar en su totalidad para honrar a los visitantes de Samarcanda.» «?Y como se llamaba ese senor, para que al menos pueda contar sus favores?» «Unicamente el Altisimo merece tu gratitud, dale las gracias a El, que sabra quien es el hombre por cuyas buenas acciones se le dan.» Y fue asi como durante varios dias permaneci en casa de ese hombre. Salia y entraba y siempre encontraba alli platos compuestos de deliciosos manjares y mi cabalgadura estaba mejor cuidada que si me ocupara de ella yo mismo.
Omar mira a la asistencia buscando alguna reaccion. Pero su relato no ha provocado ninguna chispa en los labios, ninguna pregunta en los ojos. Adivinando su perplejidad, el cadi le explica:
– Muchas ciudades pretenden ser las mas hospitalarias de todas las tierras del Islam, pero solo los habitantes de Samarcanda merecen semejante titulo. Que yo sepa, jamas ningun viajero ha tenido que pagar para alojarse o alimentarse, y conozco a familias enteras que se han arruinado para honrar a los visitantes o a los necesitados. Sin embargo, nunca las oiras enorgullecerse y vanagloriarse por ello. Como has podido observar, en esta ciudad hay mas de dos mil fuentes colocadas en cada esquina de una calle, hechas de barro cocido, cobre o porcelana y constantemente llenas de agua fresca para apagar la sed de los transeuntes. Todas ellas han sido regaladas por los habitantes de Samarcanda. ?Crees que algun hombre grabaria alli su nombre para granjearse el agradecimiento de alguien?
– Lo reconozco, en ningun sitio he encontrado semejante generosidad. Sin embargo, ?me permitiriais formular una pregunta que me obsesiona?
El cadi le quita la palabra:
– Ya se lo que vas a preguntarme. ?Como una gente que aprecia tanto las virtudes de la hospitalidad puede ser culpable de violencias contra un forastero como tu?
– O contra un infortunado anciano como Jaber el Largo.
– Voy a darte la respuesta. Se resume en una sola palabra: miedo. Aqui toda violencia es hija del miedo. Nuestra fe se ve acosada por todas partes: por los karmates de Bahrein, los imanies de Qom, que esperan la hora del desquite, las setenta y dos sectas, los rum de Constantinopla, los infieles de todas denominaciones y, sobre todo, los ismaelies de Egipto, cuyos adeptos son una multitud hasta en el pleno corazon de Bagdad e incluso aqui en Samarcanda. No olvides jamas lo que son nuestras ciudades del Islam. La Meca, Medina, Ispahan, Bagdad, Damasco, Bujara, Merv, El Cairo, Samarcanda: nada mas que oasis que un momento de abandono devolveria al desierto. ?Constantemente a merced de un vendaval de arena!