Samarcanda - Maalouf Amin (читать книгу онлайн бесплатно полностью без регистрации txt) 📗
A continuacion se acercan los dignatarios religiosos, esperados con curiosidad y tambien con recelo. Son mas de veinte. Abu Taher no ha tenido dificultad en convencerlos de que vinieran. Desde el momento en que han manifestado ampliamente su resentimiento, perseverar por ese camino seria buscar el martirio, lo que ninguno de ellos desea.
Alli estan, presentandose ante el trono e inclinandose lo mas profundamente posible, cada uno segun su edad y sus articulaciones, esperando una senal del principe para incorporarse. Pero la senal no llega. Pasan diez minutos. Luego veinte. Ni siquiera los mas jovenes pueden permanecer indefinidamente en una postura tan incomoda. Sin embargo, ?que hacer? Incorporarse sin haber sido autorizado a ello seria designarse para la venganza del monarca. Uno despues de otro caen de rodillas, actitud igualmente respetuosa y menos agotadora. Solo cuando la ultima rotula ha tocado tierra, el soberano hace la senal de levantarse y retirarse sin discurso. Nadie se asombra del cariz que han tomado los acontecimientos; es el precio que hay que pagar, esta en el orden de las cosas del reino.
A continuacion se acercan unos oficiales turcos y grupos de notables, asi como algunos dihkans , hidalguelos de los pueblos vecinos; besan el pie del soberano, su mano o su hombro, cada uno segun su rango. Luego se adelanta un poeta y recita una pomposa elegia a gloria del monarca, quien pronto se muestra ostensiblemente aburrido. Le interrumpe con un gesto, hace una senal al chambelan para que se incline y le da la orden que debe transmitir.
– Nuestro senor hace saber a los poetas aqui presentes que esta harto de oir repetir siempre los mismos temas y no quiere que se le siga comparando con un leon, ni con un aguila y aun menos con el sol. Que los que no tengan otra cosa que decir, se vayan.
V
A las palabras del chambelan siguen murmullos, risas contenidas: todo un tumulto se produce entre los veinte poetas aproximadamente que esperaban su turno y algunos incluso dan dos pasos hacia atras antes de eclipsarse discretamente. Solo una mujer sale de la fila y se acerca con paso firme. Interrogado con la mirada por Omar, el cadi cuchichea:
– Una poetisa de Bujara; la llaman Yahan. Yahan, como el vasto mundo. Es una joven viuda con amores tumultuosos.
El tono es reprobador, pero el interes de Omar se agudiza aun mas por ello y no puede apartar su mirada de Yahan. Esta se ha levantado ya el velo dejando al descubierto unos labios sin afeites; declama un poema agradablemente compuesto en el que, cosa extrana, no se menciona ni una sola vez el nombre del kan. No, se elogia sutilmente el rio Sogd que dispensa sus beneficios a Samarcanda tanto como a Bujara y va a perderse el desierto, ya que ningun mar es digno de recibir su agua.
– Has hablado bien. Que tu boca se llene de oro -dice Nasr, repitiendo la formula que le es habitual.
La poetisa se inclina sobre una gran bandeja de dinares de oro y comienza a introducirse las monedas en la boca una a una, mientras los asistentes las van contando en voz alta. Cuando Yahan reprime un hipo a punto de atragantarse, la corte entera, con el monarca a la cabeza, suelta la carcajada. El chambelan hace una sena a la poetisa para que vuelva a su sitio; se han contado cuarenta y seis dinares.
Solo Jayyam no rie. Con los ojos fijos en Yahan intenta comprender sus sentimientos hacia ella; su poesia es tan pura, su elocuencia tan digna, su intervencion tan valiente… y sin embargo ahi esta, atiborrada de metal amarillento, entregandose a esa humillante recompensa. Antes de bajarse el velo, lo levanta algo mas, liberando una mirada que Omar recoge, aspira y quisiera retener. Instante inapreciable para la multitud y eternidad para el amante. El tiempo tiene dos caras, se dice Jayyam, tiene dos dimensiones; la longitud va al ritmo del sol, la densidad al ritmo de las pasiones.
El cadi interrumpe ese momento bendito entre todos; da unos golpecitos en el brazo de Jayyam, que se vuelve. Demasiado tarde, la mujer ha desaparecido, ya no es mas que velos.
Abu Taher quiere presentar a su amigo al kan y guarda las formas:
– Vuestro augusto techo ampara en este dia al sabio mas grande de Jorasan, Omar Jayyam. Para el las plantas no tienen secretos, las estrellas no tienen misterio.
No es una casualidad que el cadi haya distinguido la medicina y la astrologia entre las numerosas disciplinas en las que Omar destaca; siempre han gozado del favor de los principes, la primera por esforzarse en preservar su salud y su vida, la segunda por querer conservar su fortuna.
El principe se muestra complacido, dice que se siente honrado, pero no esta de humor para entablar una conversacion erudita y, equivocandose aparentemente sobre las intenciones del visitante, juzga oportuno reiterar su formula preferida.
– ?Que su boca se llene de oro!
Omar esta desconcertado y reprime un respingo. Abu Taher se da cuenta y se inquieta. Temiendo que una negativa ofenda al soberano, mira a su amigo grave e insistentemente y le empuja por los hombros. En vano, Jayyam ha tomado su decision:
– Que Su Grandeza se digne excusarme, estoy en periodo de ayuno y no puedo llevarme nada a la boca.
– ?Sin embargo, el mes de ayuno se termino hace tres semanas, si no me equivoco!
– En la epoca del ramadan yo estaba de viaje de Nisapur a Samarcanda, por lo tanto tuve que suspender el ayuno, haciendo la promesa de recuperar mas tarde los dias perdidos.
El cadi se asusta, la asistencia se agita, el rostro del soberano es ilegible. Se decide por interrogar a Abu Taher:
– Tu que estas enterado de todas las minuciosidades de la fe, ?puedes decirme si jawaye Omar romperia el ayuno por introducirse unas monedas de oro en la boca escupiendolas enseguida?
El cadi adopta el mas neutro de los tonos:
– Estrictamente hablando, lo que entra por la boca puede constituir una ruptura del ayuno. Y ha sucedido que se traguen una moneda por error.
Nasr admite el argumento, pero no se queda satisfecho e interroga a Omar:
– ?Me has dado la verdadera razon de tu negativa?
Jayyam duda un momento y luego dice:
– No es la unica razon.
– Habla -dice el kan-, no tienes nada que temer de mi.
Entonces Omar pronuncia estos versos:
?Es la pobreza lo que me ha conducido hasta ti?
Nadie es pobre si sabe conservar sus deseos sencillos.
No espero nada de ti, sino que me honres,
si sabes honrar a un hombre recto y libre.
– ?Que Dios ensombrezca tus dias, Jayyam! -murmura Abu Taher para si mismo.
No piensa lo que dice, pero su miedo es real. Aun resuena en sus oidos el eco de una demasiado reciente colera y no esta seguro de poder domar a la fiera una vez mas. El kan permanece silencioso, inmovil, como petrificado por una insondable deliberacion; sus allegados esperan su primera palabra como un veredicto, algunos cortesanos prefieren marcharse antes de la tormenta.
Omar aprovecha el desconcierto general para buscar con los ojos a Yahan; esta apoyada en una columna con el rostro oculto entre las manos.
– ?Sera por el por quien ella tambien tiembla?
Al fin el kan se levanta. Camina resueltamente hacia Omar, le da un fuerte abrazo, le toma la mano y se lo lleva con el.
«El senor de Transoxiana», cuentan las cronicas, «tenia tal estima por Omar Jayyam que lo invitaba a sentarse cerca de el en el trono.»
– Ahora ya eres amigo del kan -lanza Abu Taher en cuanto abandonan el palacio.
Su jovialidad esta a la medida de la angustia que ha secado su garganta, pero Jayyam responde friamente:
– ?Has olvidado el proverbio que reza asi: «El mar no tiene vecinos, el principe no tiene amigos»?
– No desprecies la puerta que se abre. ?Tu carrera me parece trazada en la corte!
– La vida de la corte no es para mi; mi unico sueno, mi unica ambicion es tener algun dia un observatorio, con un jardin de rosas y contemplar el cielo hasta perderme en el, con una copa en la mano y una hermosa mujer a mi lado.
– ?Hermosa como esa poetisa? -rie burlonamente Abu Taher.
Omar no tiene otra cosa en la mente, pero se calla. Teme traicionarse a la menor palabra que se le escape. Sintiendose un poco frivolo, el cadi cambia de tono y de tema:
– Tengo que pedirte un favor.
– Eres tu quien me colma de favores.
– ?Lo admito! -concede rapidamente Abu Taher-. Digamos que quisiera algo a cambio.
Han llegado ante el portico de su residencia y le invita a proseguir su conversacion en torno a una mesa bien surtida.
– He concebido un proyecto para ti, un proyecto de libro. Olvidemos un momento tus ruba'iyyat. Para mi eso solo son los inevitables caprichos del talento. Los campos donde verdaderamente destacas son la medicina, la astrologia, las matematicas, la fisica, la metafisica. ?Estoy en un error si digo que desde la muerte de lbn Sina nadie los conoce mejor que tu?
Jayyam no dice ni una palabra. Abu Taher prosigue:
– Es en esos campos del conocimiento donde espero de ti el libro ultimo y ese libro quiero que me lo dediques.
– No pienso que haya un libro ultimo en esos campos y precisamente por eso hasta el presente me he contentado con leer y aprender, sin escribir nada yo mismo.
– ?Explicate!
– Consideremos a los antiguos, los griegos, los indios y los musulmanes que me han precedido. Ellos han escrito profusamente sobre todas esas disciplinas. Si repito lo que han dicho, mi trabajo es superfluo; si les contradigo, como constantemente estoy tentado de hacer, otros vendran despues de mi para contradecirme. ?Que quedara manana de los escritos de los sabios? Solamente las criticas hacia aquellos que les han precedido. Se recuerda lo que destruyeron de la teoria de los otros, pero lo que desarrollan ellos mismos sera indefectiblemente destruido, ridiculizado incluso, por aquellos que vengan despues. Esta es la ley de la ciencia; la poesia no conoce semejante ley, no niega jamas aquello que la ha precedido y lo que la sigue jamas la niega, atraviesa los siglos con toda tranquilidad. Por eso escribo mis ruba'iyyat . ?Sabes lo que me fascina de las ciencias? Que encuentro en ellas la suprema poesia: con las matematicas, el vertigo embriagador de los numeros; con la astronomia, el enigmatico susurro del universo. Pero ?por favor, que no me hablen de verdad!