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El Abisinio - Rufin Jean-christophe (бесплатные онлайн книги читаем полные .TXT) 📗

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V LA ZARZA ARDIENTE

1

Alix se debia por encima de todo a su pureza moral, a la integridad generosa de sus sentimientos y a su capacidad de amar total y fielmente. Por lo demas, tenia bastante orgullo para creer que la circunstancia de preservar esas virtudes solo dependia de su voluntad y que el uso que hiciera de su cuerpo no las afectaba, pues su autentica grandeza de virgen anidaba unicamente en su corazon intacto e indomito.

Para proteger tal virtud, no era en absoluto necesario hacerse esclava de esa virginidad material impuesta por una sociedad que tanto temia la libertad de los jovenes. Era todo lo contrario, pensaba con indignacion, porque si hasta entonces habia tenido que constrenirse en vestidos de cola y corses de hierro, si habia tenido que bajar la mirada ante los extranjeros y correr en la noche como una pieza de caza, siempre habia sido para proteger ese irrisorio santuario.

Ahora que en Gizeh habia adquirido soltura, fuerza y destreza, solo le restaba salir de si misma y romper aquella ultima amarra. Habria deseado con todo su corazon franquear ese umbral con Jean-Baptiste, pero como era imposible, puesto que necesitaba disponer sin tardanza de toda su energia para reunirse con el y socorrerlo, se habia propuesto utilizar a cualquier otro hombre. El caballero Du Roule creia haberla conquistado y poseido, pero no fue mas que un lastimoso instrumento para lo que ella queria. A pesar de su experiencia, o mas bien por esta causa, la noche que paso con Alix, el libertino se asusto de su frialdad y determinacion, hasta el extremo de que conservo la lucidez suficiente para medir las terribles consecuencias de aquel acontecimiento.

Primero adoro hasta la perdicion a aquella joven tan bella e impudica que cumplio con una mezcla inefablemente seductora de naturalidad y nobleza, de pasion y desapego. Pero despues, cuando ya habia creido que su victoria le daba ciertos derechos, y para empezar el de repetir esos jugueteos a su capricho, descubrio, muy a su pesar, que estaba a merced de su supuesta conquista. A partir de aquella noche, Alix le dio calabazas, lo cual le mortifico. Fue entonces cuando empezo a sentir miedo. Ignoraba la razon que habia impulsado a aquella atrevida a actuar de ese modo. Se menosprecio a si mismo y creyo que estaba ante una persona impulsiva y sensual, capaz de todas las locuras, incluida la de revelar publicamente su relacion. Du Roule se daba cuenta de que su afan por el placer le habia llevado demasiado lejos. No obstante, Alix lo habia impresionado tanto que no se arrepentia de nada, a pesar de todos sus temores. Y las noches siguientes fue el quien mendigo aquellos favores que tan friamente le habia negado. Se sintio solo en el rellano, implorante, loco de deseo y sin poder probar nunca mas lo que Alix le habia dado en una unica vez, el efimero conocimiento y la eterna nostalgia.

La joven se lo confeso todo a Francoise, quien en su calidad de lavandera hizo desaparecer las huellas del episodio. De haberla consultado antes, su amiga la habria retenido, pero era demasiado tarde para lamentaciones. Alix le expuso sus planes. Francoise puso mil objeciones, pues se vislumbraban inumerables obstaculos en el camino por el que pretendia aventurarse. Sin embargo, despues de mucho discutir, la sirvienta no pudo por menos que admirar la fuerza y el impetu de aquella nina que tomaba el noble partido de la libertad. Asi que accedio y prometio ayudarla en todo.

La cuarta noche que fue a llamar a la puerta de la senorita De Maillet, con un miedo espantoso al escandalo y tan lastimosamente como un animal domestico, Du Roule constato emocionado que en aquella ocasion la puerta de la habitacion no estaba cerrada con cerrojo. Cuando entro, Alix se hallaba de pie. Llevaba su blusa de batista, calzas de terciopelo y botas, el atuendo con el que se vestia en Gizeh para galopar a caballo. Tenia un aire tan salvaje que el caballero no se atrevio a besarla, pese a que se moria de ganas.

– Cierre la puerta con llave, ?quiere? -le dijo ella.

Asi lo hizo. Ella le indico una silla ante el pequeno escritorio de nogal donde habia sonado tantas veces. Se sento con cautela, pues las patas del asiento parecian finas y fragiles.

– Senor -empezo a decir-, no es muy apropiado que venga cada noche a mi puerta. No le abrire mas, y se arriesga a que le descubran.

– Pero ?que he hecho yo? -pregunto el con bastante humildad-. ?En que la he disgustado?

– No se trata de usted. Doy fe de que ha cumplido honestamente la tarea que le habia sido confiada.

– ?Honestamente! ?La tarea! ?Es que se burla de mi? -dijo Du Roule, sinceramente apenado.

– En absoluto. Hay que ver las cosas tal como son, o mejor dicho, tal como han sido. Usted tenia un cometido y lo ha cumplido satisfactoriamente. Se lo agradezco.

– Senorita, me humilla.

Era la primera vez en una existencia rica, aunque con todo tipo de excesos, que Du Roule se sentia sometido hasta tal punto a una mujer, a la que inicialmente solo pretendia poseer. De haber creido que serviria de algo, habria caido a sus pies suplicante, pero se limito a no rebajarse mas mientras ella le indicara con su actitud altanera que solo exigia un poco de dignidad.

– Ante todo, senor -prosiguio-, piense que nuestros intereses son completamente opuestos. Usted quiere evitar el escandalo, mientras que yo busco provocarlo.

Du Roule adopto una expresion horrorizada, convencido de que iba a informarle de una denuncia.

– No tema, estoy tan decidida a proteger su inapreciable reputacion como a mancillar la mia.

No entendia nada. La unica evidencia que se manifestaba en su mente era que toda su energia varonil lo habia abandonado y que aquella mujer se habia alimentado de ella.

– Hable con mas claridad -dijo con un hilo de voz.

– La cuestion es la siguiente: vamos a entendernos, y estoy segura de que realizara cuanto espero de usted con tanto celo como lo ha hecho antes. Manana pedira mi mano a mi padre.

Du Roule dio un brinco en la silla y solto un rugido que se ahogo muy deprisa.

– Senorita, no hay un deseo que anhele tanto.

Era verdad. Desde el punto de vista practico, primero habia considerado que ese matrimonio estaba renido con sus intereses. Pero despues de aquella noche fatidica, todo lo veia al reves. Habria estado dispuesto a pagar con tal de conseguir esa union y volver a experimentar aquellos placeres. Estaba realmente ciego, y la libertad de Alix era el unico alimento de su pasion. No obstante, en aquel instante era completamente victima de si mismo.

– No se equivoque -dijo ella con dureza-. Ni usted ni yo tenemos la menor intencion de celebrar ese matrimonio.

– ?Y por que no? -gimio.

– Usted mismo me lo dijo en el momento en que mi padre le hacia entrega de mi persona. Si cree haber cambiado de opinion es porque sus sentidos reclaman repetir aquello que han probado. Mi negativa le irrita, pero ya tiene demasiada experiencia para confundir las pasiones con los apetitos.

– ?No, no, creame! -exclamo Du Roule al borde de las lagrimas.

– No perdamos tiempo con eso. En fin, doy credito a sus sentimientos, que me resultan indiferentes. Pero por lo que a mi respecta, no contemplo seriamente la cuestion del matrimonio. Solo quiero que haga la peticion. Y si insiste en negarse, lo contare todo.

Du Roule se acomodo con torpeza en la silla, estupefacto por el golpe.

– ?Entonces por que quiere usted que haga semejante peticion a su padre? No entiendo.

Alix fue hacia la puerta y descorno el cerrojo suavemente.

– Querido senor, no sera la primera vez que usted haga algo sin comprender el motivo. ?Esta de acuerdo conmigo? Espero que se declare manana mismo. De no ser asi, tendre que hacerlo yo, con consecuencias bastante mas enojosas.

– ?De verdad me echa…? -imploro Du Roule.

Se sentia profundamente conmovido ante aquella mujer, a la vista de sus encantos y del recuerdo de los placeres que le habia proporcionado.

Alix abrio la puerta de par en par.

Du Roule lanzo una mirada aterrada hacia el rellano oscuro. Se levanto con suavidad, salio a la escalera y en el umbral de la puerta se volvio de nuevo para recoger una mirada, un beso tal vez, algun ultimo gesto de arrepentimiento y de abandono de esos que a veces manifiestan las mujeres despues de haber sido extremadamente crueles. Pero Alix le cerro la puerta en las narices.

La tarde siguiente Alix fue a pasear ai jardin publico que cerraba uno de los extremos de la calle del consulado. Hacia poco tiempo que tenia autorizacion para ello, aunque aun debia llevar una mantilla y no saludar a nadie. Francoise la acompano. Al verlas cogidas del brazo, mas de un mercader envidio al consul, como padre, y a Du Roule, que era el favorito, como futuro yerno.

El invierno no habia sido frio. Pero a veces, como aquella tarde, soplaba viento del este que traia de los montes de la Arabia petrea un fresco humedo y ligeramente salado, procedente de la depresion de Suez.

– ?Ha visto al maestro Juremi? -pregunto Alix por debajo de su velo.

– Si, pero he tenido que ir dos veces -respondio Francoise-. Siempre esta atendiendo a algun paciente. Mal que bien, se emplea a fondo en sustituir a su socio.

– ?Esta de acuerdo con respecto a lo que le pedimos?

Alix, duena de si misma, amenizaba esta conversacion de conspiradores haciendo ademanes propios del paseo, senalando una flor o un pajaro.

– Estara a su servicio en todo aquello que le pida -respondio Francoise-. Y la idea de volver a ver a Jean-Baptiste…

– ?No le ha ocultado nada? Los peligros…

– Nada; enseguida comprende ese tipo de cosas. Ese hombre esta como imantado por el riesgo.

– ?Ha hablado de lo… suyo? -pregunto Alix.

Franc.oise miro al infinito y sonrio silenciosamente, dejando al descubierto sus bellos dientes.

– ?Que quiere que me diga? Todo lo contrario, nos sentiamos muy felices de tener una conversacion impuesta por las circunstancias que nos permitia hablar sin comprometernos. Todo esta dicho, ?sabe usted? A nuestra edad, afortunadamente, el tiempo ya no es motivo de sufrimiento. Nos esperamos, eso es todo.

– La comprendo -dijo Alix-, pero voy a renirla un poco. Cuando se tiene la suerte de no estar separados…

La conversacion introdujo demasiada melancolia en sus almas y las mujeres dieron unos pasos en silencio. Luego Alix volvio a los temas practicos, y juntas puntualizaron todos los detalles.

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