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El Abisinio - Rufin Jean-christophe (бесплатные онлайн книги читаем полные .TXT) 📗

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Tenia una voz clara y dulce, un poco velada, como la de un adolescente.

– Si -anadio-, esto es cuanto queda de Soubeyran.

– ?Adonde han ido todos los que vivian aqui? -pregunto Jean-Baptiste mirando a su alrededor.

Durante los ultimos dias habia soplado una brisa del noreste, fria como la hoja de un cuchillo, que despejo las nubes. Solo aquel cielo ceruleo dominaba sobre las llagas calcinadas del pueblo.

– Si sabe la respuesta y esta intentando desconcertarme -dijo el viejo-, mas vale que me lleve ahora, o que me mate aqui mismo, pues seguramente sere uno de los que esta buscando. Pero si realmente no sabe nada, como dice, es que viene de lejos.

– Vengo de muy lejos.

– Y si ha hecho el camino hasta aqui, es porque tendra algun interes, quiza conozca a alguien. En ese caso, no se desaliente si solo le doy malas noticias.

– Busco a una mujer.

– Si buscara a un hombre no le habria dejado seguir, porque solo quedan dos, en el caso de que me cuente a mi todavia entre los vivos. Pero mujeres, si, todavia quedan algunas. ?Como se llama?

– Marina.

El anciano se puso de pie.-?Sabe usted el nombre del marido? -pregunto.

– Apenas estuvo casada algo mas de ocho dias. Su esposo huyo. Se llama Juremi.

– ?Ah, Juremi! Claro. Un buen mozo. Era el segundo hijo de mi vecino mas cercano, alli, detras de los graneros. ?Esta vivo?

– Es mi socio y amigo. Vive en El Cairo.

– En el Cairo. En Egipto, la tierra de la Biblia. ?Dios mio, que alegria! No puede imaginarse cuanto significa una buena noticia a mi edad. Pensare en eso constantemente cuando se haya ido. ?No sabe usted que feliz soy de que este vivo!

– ?Y su mujer? -insistio Jean-Baptiste.

– ?Oh, no lo atormente con eso! El pasado es el pasado. Que viva y sea feliz.

– Es que no me entiende -dijo Jean-Baptiste poniendo una rodilla en el suelo y acercando su rostro al viejo-. Me envia personalmente. Le ha sido fiel todo este tiempo, y si quiere que sea feliz, el debe saber la verdad.

– Si -dijo el hombre, pensativo-. Es el. Sin duda es el. Todos los de su familia eran iguales. Tal vez todo el pueblo era como el. Por eso no nos perdonaron.

Volvio a alzar los ojos empanados por un velo blanquecino.

– Murio precisamente un dia despues de que se marchara.

En ese lugar mudo, el mas leve silencio adquiria el peso del granito. Incluso el viento gesticulaba sin ruido por encima de las piedras.

– ?Como ocurrio? -pregunto Jean-Baptiste.

– Amigo mio -le contesto lentamente el anciano, mirando al vacio-, los supervivientes no somos tan numerosos como para que nuestra memoria sea util. Este pequeno rincon de tierra fue elegido sin duda para que cayeran sobre el todos esos horrores y bajezas. ?Para que contar la cronica? ?Para dar cuenta de la infamia a la posteridad? No, hemos enterrado el recuerdo de los verdugos en las mismas fosas que nuestros muertos. Hay que construir monumentos al amor, a la paz y a la alegria, porque son los unicos que no sobrevivirian sin nosotros.

– Pero aquella mujer, aquella jovencisima mujer que Juremi acababa de desposar…

– Bien, ella lo queria. Ni el tiempo ni los hombres pudieron corromper su pasion. Murio gritando su nombre.

El anciano agarro un largo baston brunido por el roce de sus dedos, se puso de pie con dificultad y arropo su cuerpo menudo con una hopalanda llena de agujeros.

– ?Se quedara algun tiempo aqui? -pregunto.

– No, salgo enseguida. A decir verdad…

Jean-Baptiste dio el brazo al anciano, que hizo ademan de acompanarle.

– … si alguien le pregunta, usted no me ha visto.

– ?Acaso es de los nuestros?

– No, pero tenemos los mismos enemigos.

– ?Vaya con cuidado! -dijo el viejo mirando a aquel apuesto joven lleno de vigor, pensando en todos aquellos cuyas vidas habian sido segadas a su misma edad-. ?De donde viene? Su caballo parece que esta reventado.

– Este lo consegui en Tournon, en el Rodano. Y me temo que no llegara muy lejos. He agotado otros seis desde Paris.

– ?Paris! -exclamo el vie]o sorprendido-. ?Y hasta donde quiere ir?

– A Sete, esta noche.

– Todas las postas de los alrededores estan vigiladas por los dragones -dijo el anciano.

Luego miro a todos lados, y llamo con una voz que resono entre las ruinas:

– ?Daniel!

El muchacho embadurnado de hollin que Jean-Baptiste habia visto al llegar dejo ver sus grenas por encima de una tapia.

– Ven aqui-le dijo el hombre.

Luego, dirigiendose al viajero, continuo:

– Llevese al muchacho en la grupa. Le guiara entre los matorrales hasta un pequeno campamento de los nuestros, si es que estan alli, aunque creo que si. Las montanas se agitan en este momento, y yo diria sin miedo a equivocarme que se esta tramando algo grande. Cuando los haya encontrado, digales que viene de Soubeyran, que le envia Jean. Soy yo.

Jean-Baptistc monto en el caballo y coloco al chico a sus espaldas.

– Tal vez pierda un poco de tiempo -dijo el viejo-, pero no se arrepentira. Les daran un caballo de refresco y manana por la manana estara usted en Sete.

– Gracias -dijo Jean-Baptiste, y metio la mano en una de las fundas de su silla para sacar una bolsa.-?Me permite una ayuda? -pregunto timidamente.

El viejo vio su gesto y le detuvo.

– Usted lo necesitara mas que yo -dijo-. Debajo de cada una de las casas escondemos escudos que los dragones no han encontrado. Si nos vieran con dinero, volverian.

– En ese caso, Jean, adios. Saludare a Juremi de su parte -dijo Jean-Baptiste, profundamente conmovido.

Espoleo su caballo, pero el animal tenia muy pocas ganas de despegarse de las matas de aristoloquias en las que se habia hundido hasta el cuello. Al final se puso en movimiento y avanzo con paso cauteloso entre aquellas ruinas inmoviles que montaban la guardia de los muertos.

– Fijese bien, mas abajo -exclamo Jean mientras Jean-Baptiste y el nino se alejaban-. ?Ha visto el monumento que han erigido? ?Una cruz! En recuerdo de su victoria… ?No le parece humillante?

Pero el caballero ya no le oia.

Siguiendo el camino que se prolongaba mas alla de Soubeyran penetraron en una quebrada humeda y umbria. Un sendero escarpado, a veces desdibujado por la hojarasca y el musgo, se perfilaba a lo largo del riachuelo. La tarde avanzaba; las primeras sombras del atardecer oscurecian la boveda celeste, anunciando la noche. Durante el ascenso solo oyeron el crujido de las ramas secas bajo los cascos de los caballos. De pronto se alzo ante ellos un ultimo escalon rocoso, cubierto de liquenes. El nino le indico que debian bordearlo por la derecha. Como solo se expresaba por gestos, Jean-Baptiste se sobresalto al oir sus gritos. Le parecio la voz de un animal, sobre todo porque no pronuncio una palabra inteligible sino un grito doble que repitio tres veces, como si imitara un aullido. Siguieron avanzando y luego pasaron por debajo del tronco enorme y hendido de un viejo castano. De pronto se empezaron a mover las hojas y subitamente aparecieron cinco hombres negros, encorvados, amenazantes como diablos, que habian salido de los penascos o de los arboles, y que apuntaban al caballero con picas y arcabuces.

– Me envia Jean, de Soubeyran -dijo Jean-Baptiste sin inmutarse.

Todos ocultaban sus rostros bajo sombreros y barbas, asi que no sabia muy bien a quicn de ellos dirigirse.

– ?Es verdad! -dijo el nino.-?Al suelo! -ordeno lentamente uno de los asaltantes.

Jean-Baptiste salto de la silla, y despues de bajar del caballo levanto las manos. El hombre que habia hablado se acerco a la montura y miro en el maletin de grupa.

– Llevo una pistola en la funda de la izquierda, un punal en el zurron y la espada que esta viendo. Pero soy un amigo y no tengo ninguna intencion de hacer servir ningun arma.

El hombre solto un grunido, indico a otro que agarrara la brida del caballo, se acerco a Jean-Baptiste y saco del bolsillo un pedazo de tela con la que le taparon los ojos. Volvieron a ponerse en camino, el nino en la silla, agarrado con firmeza a la perilla, y Jean-Baptiste, ciego, con una mano en el hombro de uno de los bandoleros. Apenas llevaban una hora de marcha con la comitiva cuando le quitaron la venda y pudo descubrir un panorama oscuro de grutas y penascos. Habia caido la noche. El campamento al que los habian conducido estaba iluminado por siete o ocho pequenas fogatas. Las sombras se agitaban alrededor de las marmitas negras suspendidas en trebedes de ramas. Un hombre sentado al otro lado del pequeno fogon proximo a Jean-Baptiste le invito a sentarse frente a el.

– Asi que usted viene de Soubeyran -dijo el hombre-. ?Es de los nuestros?

Mientras hablaba, partia ramitas de castano y las iba lanzando al fuego crepitante. Tenia un rostro alargado y huesudo y los ojos brillantes. El hambre, el cansancio, el terror sufrido en carne propia y ajena daba un mismo aire a todas las fisonomias de aquella region. Era como si la rudeza de su condicion permitiera a aquellos hombres conservarse como especie pero no les dejara la tranquilidad de espiritu necesaria para ser ademas individuos.

Jean-Baptiste explico el motivo que le habia conducido hasta alli. Su historia fue muy larga aunque solo les confio la parte mas breve, la que concernia a Juremi y a su regreso a El Cairo.

– Mi nombre es Catinat -dijo el hombre-. Por lo menos asi es como me llaman aqui. No conozco a ese tal Juremi, porque es mayor que yo, pero creo que oi hablar de el hace tiempo. Nos alegra que este vivo pues nuestros padres, para seguir estandolo, no tenian otra salida que marcharse lejos. Sin embargo, nosotros decidimos luchar aqui. Los tiempos cambian. El Rey es viejo, el pais se descompone y se queja. Ahora no es el momento de hacer alianzas con el exterior sino de luchar por nuestra libertad aqui mismo.Uno de los rebeldes, taciturno como la noche, se acerco a cada uno y les dio una escudilla de madera llena de gachas.

Mientras soplaban sobre la pitanza, hablaron de El Cairo y de Versalles. Catinat dijo que vivia en los bosques desde que tenia dos anos. Estaba sediento de noticias de ese mundo contra el que combatia, y resultaba evidente que su deseo no era destruirlo sino conseguir un lugar para todos. Aquella vida de animal estaba al servicio de un ideal de hombre.

– Tengo que estar en Sete manana por la manana -dijo Jean-Baptiste pensando en su situacion y nervioso por el largo rodeo.

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